Se reflejó el ocaso en tu cuerpo, acarició
tu piel y la convirtió en espejo de mar, doró tu sudor y en cada una de tus
gotas, nació un arcoíris. Susurraba atenta la mirada, codicioso de cerquita te
respiraba, mientras mis labios sabían a tu sal. Esperé tu suave movimiento y
robé arena bajo tu vientre. Con ella llené mis manos, cerré puños, apreté deseo
y tus ojos me sonrieron. Abrí las manos y entre mis dedos escurrió tu calor, en
mis palmas quedaron tatuados los cristales de tu sal y en mis yemas, vibraron
los temblores de la pasión.
Se
ocultaba el Sol en una maravillosa naturaleza, el mar empujaba su marea y ya
nuestros pies, vestían espuma. Las caracolas rugían ecos de lejanas olas, los
pequeños cangrejos burbujeaban y los delfines
acercaban horizonte con sus saltos. La brisa avisaba romance, la palmera
abrigaba sus cocos y el pelícano observaba quedito su próxima presa. El cielo
se llenó de colores, azules, morados, intensos rojos y vehementes amarillos,
bailaban y deshacían hilos entre los algodones de diminutas nubes.
Enterré
mi mano en la arena y dejé que despacito caminara hacia ti, en tu hombro
emergió y en la caricia lo rodeó, lo mimó y al sentir tanta suavidad un escalofrío
de mí se apoderó, viajó por mi brazo y se fundió como látigo en mi corazón. Sentí
música y deseo, esperanza y pasión, magia y el sabor de una sal, cristalizada
en tu exótica humedad. Preguntaban mis ojos, tu boca brillaba, mi mano
contestaba y lamía tu espalda, se arqueaba tu cuerpo y caminaban mis dedos en
tu bronceado. Abriste tu alma, suspiraste, el aire enceló su oxígeno, tu lengua
abrazó despacito los labios del deseo, la osadía tomó mi mano debajo del bikini
y la perdí entre tus muslos. El suspiro fue el baile de un juglar consentido,
tu mirada ardía, las pieles erizaban brisa y entrelazamos salivas. Se pervirtió
la succión, mi mano acariciaba y tus dedos jugaban eróticas escondidas en mi
cuello, entre mis cabellos, en las ternuras de mi cara y pellizcando los vellos
de mi pecho. Contorsionó la emoción, mi mano arrancó tu bikini y el ocaso
brilló sedas en tu pubis, mi boca viajó, tu sudor se erizó, latió duro mi vigor
y la ballena resopló cielo desde el fondo del mar. El cuerpo gimió, la marea
nos abrazó, el delfín brincó tanto que el horizonte cosió de hilos dorados y la
palmera bebió en ajenos cocos. Pintamos de intensos óleos aquella arena, dibujamos
caricias de sal en nuestros cuerpos, la caracola expandió su eco, el pelícano encontró su presa y el mar
embraveció su espuma.
En el
abrazo nos miramos, acompañamos el ocaso y juntamos labios. La naturaleza nos envolvió
en un sublime silencio. Emulsionaba aquella arena sus cristales, amanecía
tímida la Luna y el olor a mar, era olor a ti. Imaginamos un sueño, juntamos
nuestros índices y señalamos una pequeña nube. Creamos una fogata en nuestra
playa y la llenamos de chispas, le rezamos al viento y se las llevó, se prendió
la nube y soltó sus hilos de algodón. De reojo miramos nuestra Luna y le
pedimos un deseo. Ella entendió, se desvistió y su velo de sedas nos regaló. El
mar soltó toda su brisa y tejió una cama de sedas e hilos de algodón. Nos
miramos y besamos eternidad en aquella arena de pasión.
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