Grita el ruido, corre el silencio interior y el pensamiento se disfraza
de araña. Teje la tela y tensa fuerte sus hilos hasta la vibración de la
oscuridad. Caracolea el nervio su ansiedad, la neurona duerme ideas y en el
espectáculo del ridículo no hay esperanza. El cuerpo está cansado, el músculo
duele, pesa el párpado y encoge su latido el oxígeno. Humea incesante y sin
sentido el cigarrillo, el vacío penetra la boca del estómago y el aliento solo
disimula su existencia. Pierde camino la saliva y en su dormir babea comisuras,
expanden su brillo las arrugas y cicatrizan las perdidas muecas del orgullo. La
sociedad ríe, los contados amigos desaparecen, la virtualidad se adueña del
tiempo y una lágrima de soledad vence
cualquier mirada.
La
genética de tu sangre dictó sentencia pero no la lees, abrazas duda, cierras
ojos y sientes el fluir callado por todo tu corazón. La negra nube exhala
bocanadas de lluvia, el trueno atosiga y las sombras poseen tus miedos. Conoces
el limbo de los sentimientos y el infierno de la soledad, la ictericia del
olvido en tu piel y el vago recuerdo fluye entre tus sienes y levanta costras
en las cicatrices de tu alma. Le juras viento al mar cuando es la Luna, dueña
de sus mareas, le pides a tu hiel que
cambie de sabor cuando tus sentidos
están vencidos, a tus ojos que cambien los colores cuando tu alma está encogida
y al teléfono, una llamada que cambie tu vida.
Y empieza el baile de la marioneta, de una
marioneta de carne y hueso con alma de cartón, de una marioneta llena de hilos
que cuelgan de la nube más lejana, todos frágiles y quebradizos, delgados e
inconstantes, hipócritas, y a veces solo pintados. La marioneta está sola y a
ellos se aferra. No ve más allá y espera que algo los mueva para sentirse viva.
La
mesa está puesta y el alcohol hierve sus grados, la copa respinga confianza y
el mantel disimula sus manchas. Arden los labios en un cigarrillo encendido al
revés, contesta infamias el aliento a la menta y susurra quedita maldición un
pequeño caracol que brinca del aperitivo. La oscuridad dirige la orquesta y la
sombra toca un piano sin teclas, canta el borracho y afina su vómito, escupe
sangre la flauta y una camarera urga en su nariz entre viejas verrugas de
bruja. Tus hilos se mueven y pides una botella. Nadie te oye, todos bailan y un
jorobado te da una media vacía que todavía escurre gotas entre las costras de
sus labios. Te sientes vivo entre la mierda, te atreves y bailas. Una figura
trasvestida de quien sabe qué, coge tu mano, la pone en su seno izquierdo, se
contorsiona y tienes una erección. El oscuro director pide un minuto de
silencio, tus hilos se empiezan a romper, los quistes del cantinero brincan en
su piel y el anciano saxo pierde su dentadura en un viento vecino. No te
sientes real, la conformista silla abriga tu trasero, el sopor ya recorta el
cartón de tu alma y la flatulencia expande sus gases por doquier. Tu corazón
duerme, no hay luz ni salida, tocas fondo y ya no bailas. Se rompen más hilos,
revienta un cliente lleno de granos, la música rechina entre sarro de muelas,
tu paciencia rebasa límite y solo escuchas el chasquido de tus hilos al
romperse. Esperas y la sorpresa es que ya no hay sorpresas, en tu teatro ya no
hay sueños, se fue el oxígeno de tu respiración y el pecho duele. Ya no
aguantas, gritas, desesperas orgullo, levantas tus ojos y tu mirada observa el
miedo tembloroso del único hilo que te queda, el hilo de la vida. Renace el
nervio, el instinto da fuerza y levantas los brazos. Lo entrelazas entre tus
dedos, lo aseguras en tus manos y el corazón empieza a latir. Más abajo, nada
hay. Solo una opción, subir y subir. El hilo aguantará, el cielo lo tensará y
en su paso, muchos vientos lo silbarán. Su color cambia del negro al gris, del
gris a destellos de plata, de poderoso titanio a dorada eternidad. Síguelo y sé
su marioneta, la marioneta del único ser capaz de mover tu hilo… Tu Creador.
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