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jueves, 24 de agosto de 2017

FRIGIDEZ...


            Suena un diapasón y afina la nube sus gotas de lluvia, pide un minuto de silencio un viejo viento porque la frigidez, acaba de morir y entre el caos surge el desfile de mil hadas, que llevan un cariño hasta el altar de la última fingida ternura.  Sonríe el trueno y le dice a su rayo que llegó tarde, piensa el mar y en la duda, embravece su espuma…Una mujer esconde sus miedos, un tambor la delata y ofrece su adusta cara al mundo. Grita su frigidez, el cariño baja del altar, la ternura se convierte en cáliz, la caricia espera y empieza la última batalla del sentir.
            La mujer se desnuda y muestra lo que es. Su alma camina por su piel y refleja pureza en sus ojos. Llega la caricia y un poro se enchina y después otro y otro. La ternura recorre su carne, el cariño no se atreve pues necesita su complemento. La mujer entristece, mengua su latido y abate sopor en la primera almohada que le da su noche. Grita el cielo, gime el universo y las bestias dejan de copular. Un perverso demonio muestra carcajadas de ironía y un centauro parido por el orgullo de un hombre, corta de tajo sus cuernos, patea su fuego y lo funde en el primer volcán que encuentra. Aplaude la esperanza, asiente la razón, comulga ostias el vagabundo, las confunde en maná de vida y vuelve a caminar, a mostrar huellas y a enseñar que el sentir no es posesión sino una actitud, que dejarse sentir es elección y que una caricia adecuada  vestida de cariño, desata ternuras y deshace frigideces.
             Despierta la mujer, se percibe, se ama, se toca y no puede. Imagina, sus dedos emocionan, frota tensa sin miedo, recorre su cuerpo, la soledad  le da libertad, sus pies aprietan músculo y las piernas ceden un pequeño temblor. El escalofrío no llega, dilata el gemido su presencia y la mano duele. Abre los ojos y ve un hombre, un hombre que la observó y la disfrutó, un hombre amable, educado, silencioso y elegante. Su cuerpo no vestía, solo sentía. Sus ojos eran bellos e intensos. Sus manos velludas y fuertes. Sus pocas palabras versos y sus labios contorneaban el dulce óleo de su boca.
             Ella pensó que lo amaba y él, la leyó. Sintió ansias de posesión y él asintió. El gesto vivía, el ademán era comprendido y una ilusión nacía. La desnudez era compartida, cada segundo el espacio fundía intensidad y las pieles tocaron. Un corazón vibró, el otro desahogó sangre, la noche prendió sus rayos sin trueno, la Luna acompañó, contorsionó sus caras, se desnudó y también pidió penetración. La mujer sudó miel, el hombre cerró ojos, ella nadó en su cuerpo y él en su alma, el cariño era intenso, la caricia brincaba por doquier y la ternura, confundida por tanta pasión se multiplicaba y se daba sin importar dónde, cómo ni cuánto.
             Los dedos se alejaban de las manos y entrelazaban cabellos, las palmas eran ventosas de piel y las muñecas jugaban al dulce escondite. Se perdían los brazos y se encontraban con una pierna acariciando espalda. La boca lamía su pezón y un labio se atrevía entre perfumados vellos. La Luna se expandía y encogía,  el cometa ya llegaba. Mostraba luz y mil colores en su cola, la tierna poesía de cien planetas recorridos y la intensidad de todo un hombre, de un centauro y de un cielo de amor. La mujer se emborrachó de sentimientos, gozó, se divirtió, sintió y se duchó de aromas, de viejos deseos y de una pasión que creía ya no existía para ella. Y llegó el irradiante cometa, la Luna lo asimiló como suyo, el rayo brilló y el trueno expandió tan enorme gemido, que el Creador despertó: Inquieto se asomó y vió ese atisbo de imperfección en su creación. Inmediatamente corrigió, dotó a cada mujer con la caricia perfecta, el cariño adecuado y le pidió a la ternura que fuera tan intensa como el perfecto cuerpo de una mujer. Tomó la creación de un hombre, su alma y su corazón. Pensó, reflexionó, tomó su mente y le quitó la idiotez. Arrancó un pedazo de su corazón  y le donó un sentimiento llamado “poesía”. Tomó un poquito de su alma y en ella sembró dos semillas, la de la verdad y la de la igualdad. Tomó su cuerpo  y en él implantó un imán, el imán del saber tocar, del saber esperar, del saber amar y del saber escuchar antes de actuar con tanta alevosía y premeditación. Renació el hombre, la mujer gozó y una palabra desapareció del diccionario: Frigidez.


            
           

             

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