Suena un
diapasón y afina la nube sus gotas de lluvia, pide un minuto de silencio un
viejo viento porque la frigidez, acaba de morir y entre el caos surge el
desfile de mil hadas, que llevan un cariño hasta el altar de la última fingida ternura. Sonríe el trueno y le dice a su rayo que
llegó tarde, piensa el mar y en la duda, embravece su espuma…Una mujer esconde
sus miedos, un tambor la delata y ofrece su adusta cara al mundo. Grita su
frigidez, el cariño baja del altar, la ternura se convierte en cáliz, la
caricia espera y empieza la última batalla del sentir.
La mujer
se desnuda y muestra lo que es. Su alma camina por su piel y refleja pureza en
sus ojos. Llega la caricia y un poro se enchina y después otro y otro. La
ternura recorre su carne, el cariño no se atreve pues necesita su complemento.
La mujer entristece, mengua su latido y abate sopor en la primera almohada que
le da su noche. Grita el cielo, gime el universo y las bestias dejan de
copular. Un perverso demonio muestra carcajadas de ironía y un centauro parido
por el orgullo de un hombre, corta de tajo sus cuernos, patea su fuego y lo
funde en el primer volcán que encuentra. Aplaude la esperanza, asiente la
razón, comulga ostias el vagabundo, las confunde en maná de vida y vuelve a
caminar, a mostrar huellas y a enseñar que el sentir no es posesión sino una
actitud, que dejarse sentir es elección y que una caricia adecuada vestida de cariño, desata ternuras y deshace
frigideces.
Despierta
la mujer, se percibe, se ama, se toca y no puede. Imagina, sus dedos emocionan,
frota tensa sin miedo, recorre su cuerpo, la soledad le da libertad, sus pies aprietan músculo y
las piernas ceden un pequeño temblor. El escalofrío no llega, dilata el gemido
su presencia y la mano duele. Abre los ojos y ve un hombre, un hombre que la
observó y la disfrutó, un hombre amable, educado, silencioso y elegante. Su
cuerpo no vestía, solo sentía. Sus ojos eran bellos e intensos. Sus manos
velludas y fuertes. Sus pocas palabras versos y sus labios contorneaban el
dulce óleo de su boca.
Ella
pensó que lo amaba y él, la leyó. Sintió ansias de posesión y él asintió. El
gesto vivía, el ademán era comprendido y una ilusión nacía. La desnudez era
compartida, cada segundo el espacio fundía intensidad y las pieles tocaron. Un
corazón vibró, el otro desahogó sangre, la noche prendió sus rayos sin trueno,
la Luna acompañó, contorsionó sus caras, se desnudó y también pidió
penetración. La mujer sudó miel, el hombre cerró ojos, ella nadó en su cuerpo y
él en su alma, el cariño era intenso, la caricia brincaba por doquier y la
ternura, confundida por tanta pasión se multiplicaba y se daba sin importar
dónde, cómo ni cuánto.
Los dedos
se alejaban de las manos y entrelazaban cabellos, las palmas eran ventosas de
piel y las muñecas jugaban al dulce escondite. Se perdían los brazos y se
encontraban con una pierna acariciando espalda. La boca lamía su pezón y un
labio se atrevía entre perfumados vellos. La Luna se expandía y encogía, el cometa ya llegaba. Mostraba luz y mil
colores en su cola, la tierna poesía de cien planetas recorridos y la
intensidad de todo un hombre, de un centauro y de un cielo de amor. La mujer se
emborrachó de sentimientos, gozó, se divirtió, sintió y se duchó de aromas, de
viejos deseos y de una pasión que creía ya no existía para ella. Y llegó el
irradiante cometa, la Luna lo asimiló como suyo, el rayo brilló y el trueno
expandió tan enorme gemido, que el Creador despertó: Inquieto se asomó y vió
ese atisbo de imperfección en su creación. Inmediatamente corrigió, dotó a cada
mujer con la caricia perfecta, el cariño adecuado y le pidió a la ternura que
fuera tan intensa como el perfecto cuerpo de una mujer. Tomó la creación de un
hombre, su alma y su corazón. Pensó, reflexionó, tomó su mente y le quitó la
idiotez. Arrancó un pedazo de su corazón y le donó un sentimiento llamado “poesía”.
Tomó un poquito de su alma y en ella sembró dos semillas, la de la verdad y la
de la igualdad. Tomó su cuerpo y en él
implantó un imán, el imán del saber tocar, del saber esperar, del saber amar y
del saber escuchar antes de actuar con tanta alevosía y premeditación. Renació
el hombre, la mujer gozó y una palabra desapareció del diccionario: Frigidez.
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