https://publishers.propellerads.com/#/pub/auth/signUp?refId=Tilr HISTORIAS DE ITACA: UN ALMA Y EL VIEJO TINTO...(UNA METÁFORA)

miércoles, 16 de agosto de 2017

UN ALMA Y EL VIEJO TINTO...(UNA METÁFORA)


                 Vi un alma disfrazada de copa, de bohemio cristal y hermoso pedestal.  Su puesta mostraba ingenuidad, su elegancia respiraba educación y su firmeza, seguridad. Caían en ella añejos tintos pero ninguno descolgaba gotas, se repetían en su afán y en el abrazo de aquella copa se avinagraban y perdían color. Una vez, un tinto analítico, quiso encontrar una respuesta. Se dejó caer muy despacito, pidió un momento de aliento y dejó que unos pintados labios lo probaran.  Midió el silencio de aquella boca, atento la miró y cuando se creyó ganador, una escupida gota de bilis lo empañó y se avinagró. Un tinto fresco, joven y juguetón se atrevió, brincó en cascada y salpicó con su energía aquel cristal. La copa con él jugo, poquito tembló y una que otra caricia le dio. El inexperto vino cedió y  en sus carencias se desnudó. Vió la copa su corto bagaje, su bajo precio y lo desechó. Lloró el inmaduro tinto, se sacudió de aquellas perversas caricias, abrió una vieja  barrica y entre sus posos se durmió.
                 Pasaron cien años. El alma seguía viva en su disfraz de copa y los tintos perseveraban en terminar con el supuesto embrujo. Para ella no pasaban los años, erguida y hermosa, sensual y seductora,  embriagaba con su ternura. Caían y caían los más audaces caldos, los desnudaba, les daba una ilusión, los avinagraba y los vomitaba.
                Un día aquel joven tinto, salió de la barrica. Elegante y bien embotellado pasó a iluminar una fina cava de un prestigioso restaurante. A su lado, un poquito más arriba y colgando perversos hábitos, aquella copa. Sus más de cien años marcaban en su etiqueta un excelso sabor, un curtido color y un precioso bouquet. Pero también en tanto tiempo, pensó, reflexionó y premeditó con alevosía un asalto mortal para esa copa, una copa que entendía que no era tal y que quien la tuviera en su posesión, no era inmortal. Maldita copa que destruyó años y años de añejamientos, poesías nacidas entre colores y sabores, historias de trabajadas cepas en las manos de mil hombres y el sublime caldo que los dioses en soleadas vides sembraron.
                Y meditó: “El alma que vive en esa copa es un alma ácida, un alma que vive cuando absorbe ajenas energías, un alma parásita y un alma, nacida para matar. Debía destruir su orgullo y su razón de vida, secar su energía y cuando el fino cristal no aguantara la contorsión en su fuego, la copa se rompería”.  Durante todo ese tiempo aquel viejo tinto se alimentó de profundo odio y rencor, de astillas de podridas maderas y de los calostros de muertos posos. Su negatividad llegó a la altura deseada, solo faltaba un paso más para ser como ella.
                Solo no podía y el dios “Baco” lo sabía. Tenía un plan, una estrategia y el cómo. Solo el dios del vino podría ayudarlo y en ese menester fundió deseos por cien años, en el fondo de aquella vieja barrica. Y “Baco” llamó a “Hefesto”, dios del fuego y la metalurgia. Su lento caminar, cojo y desgarbado, colmaba ajenas paciencias y el tiempo estiraba como podía sus manecillas. Ante el encargo, abrió su taller en la cima del volcán Etna y se puso a trabajar.  Ideó un pequeño artilugio, semejante a un sacacorchos, perforaría el tapón de tal manera  que implementando un pequeño tubito del tamaño de un cabello, entrara aire y avinagrara el añejado caldo. Pasaron seis largos meses. El cirujano instrumento sirvió y el viejo tinto, en su elegante botella se avinagró.
                 De repente, sintió una mano de abrazo en su botella. La hora había llegado. Reconoció al “sommelier”. Estirado de orgullo y labios color amapola, postura tibante y retador de conocimientos, adulador compulsivo y espadachín trapero, fingidor de ciencia y despreciador de favores, cautivador en su idioma y avaro en la propina, fiel paje del sibarita y un enorme monstruo tejedor de ignorancias a los clientes que no probaban sus aconsejados vinos.
                Alardeó conocimientos con aquel viejísimo tinto y no lo probó. Lo descorchó y sirvió una pequeña degustación al exigente cliente. Lo miró, se miraron, los dos asintieron y sin probarlo repartió el caldo en otras tres copas. Ante el reto del “sommelier”, nadie probó el tinto. Llegó el alimento y en la primera copa servida, el caldo empezó a hervir. El escalofrío sentido desanudó la corbata de aquel exigente cliente y el grito al lejano “sommelier”, impactó de admiración a todos los comensales de aquel exquisito restaurante. La mesa temblaba, la copa relamía blanca y gris espuma, su pie de fino cristal bohemio quemaba y el mantel ardía. Explotó la copa, el cliente murió y el “sommelier” se desmayó. La venganza estaba consumada.
                Aquel viejo tinto se etiquetó con el precio más elevado y se vendió como un viejo vinagre con el nombre de “Coraje” y el “sommelier”… El “sommelier” sin trabajo se quedó y ahora recorre viejas cantinas buscando una copa que posea su ácida alma. No será difícil, pues siempre habrá una fina copa para la maldad de un alma, pero ya jamás, un viejo tinto se avinagrará en el lecho de una de mis copas.

                


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