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martes, 22 de agosto de 2017

UNA CARICIA, ESCRITA EN POESÍA...


                 Buscaba el viento su razón y solo encontró un motivo para no tenerla: nadie lo acariciaba. Giró despacio sus aspas el molino, la nube se quedó quieta esperando un empujón del cielo y el sorprendido huracán perdió su ojo en un viejo mar. Las flores preguntaron al aire y éste no existía. Como pudo el sauce arrulló sus lloradas ramas y un sastre perdido en su querida bohemia, medía en pulgadas el encargo de un nuevo traje.
                 Un día alguien sin rostro y con escamada piel le ofreció un trato. El anciano sastre lo escuchó para entender, lo tomó para bien comer y confirmó sus tijeras para que su epílogo, de algo sirviera. Aciagas sus noches, las velas no aguantaban más luz. Entelarañadas sus copas, solo recordaban cuando un día viejas gotas descolgaban sus paredes. Anquilosados sus dedos, bramaban clemencia entre las arrugas de sus manos y el amarillo ocre de sus uñas sufrían sometidas a la elegancia de su fiel cigarrillo.
                 Pero esta noche era especial. Recordó de joven cuando diseñó un bello traje a una tiniebla que terminó prostituyendo esquinas, cuando un alfarero le presentó una erótica mujer de barro y tuvo que imaginar un pétalo de tela que se pegara a su pezón para poderla vender, cuando un perro le pidió un algodón que cubriera el frío de su perra doncella  y cosió un pequeño abrigo lleno de huesos…Y recordó cuando sus tijeras no cortaban y las uñas ayudaban, cuando sus manos apretaban reumas y su corazón latía y cuando sus ojos empañaban hilos y su aguja no los descifraba. Pero esta noche era especial. El encargo subliminal y su destreza, un grito a la humanidad.
                Salió el sin rostro por la puerta, despacito la cerró, un ojo guiñó y el sastre su responsabilidad sintió. Era el elegido. Un Dios en el Olimpo o quizás el único idiota disponible para tal hazaña. Desenredó arañas de sus copas, juntó la cera de tres muertas velas, las prendió y pensó. Respiró el tinto que ya momificaba su vejez, gimió el cigarrillo por ser exhalado una y otra vez, la pared arrancó su lúgubre color y el búho giró su cuello, miro de frente al sastre y éste supo que lo tenía que hacer. Debía vestir la última caricia que quedaba, que fuera atractiva, querida, deseada y amada. Que fuera  única y repetitiva, que fuera intensa y salvaje como el agua nacida de la naturaleza, que fuera tierna y sensual, seductora y de verdad.
              La encomienda escribiría eternidad, la historia lo recitaría y quizás un día, recibiría esa caricia. Con desmesurado desdén se puso a trabajar. Sus gafas de una pata cojeaban, los dedos temblaban hilos y la imaginación no encontraba su lugar. Tranquila, la caricia esperaba a ser vestida. A veces bostezaba y siempre mostraba una pequeña ansia. El sastre no dormía, buscaba, se levantaba, caminaba, sentaba su miedo por no poder, escuchaba música para el alma, relamía sus canas, fruncía una y otra vez cejas y frente, viajaba memorias, recordaba muertas enseñanzas y diseñaba lo que podía. La intensidad maximizó su esfuerzo, un pequeño infarto abrazó su pecho, el sastre luchó, caminó a la ventana, su mano rompió vaho y deslizó cuatro dedos en el cristal. Vió una luz, un túnel de color y a sus padres abrazados. Sintió miedo, temió vida, arrugó existencia y una mano lo tocó. Su madre lo acarició. No era una caricia de este mundo pero sí la que su piel necesitaba. Deseó quedarse, desdoblarse y fundirse. Se sintió otra vez bebé, protegido, querido, amado y soñado en el amor. De repente respiró, gritó su alma y gimió un deseo. Lo escribió, dibujo, diseñó y cosió cada uno de sus hilos a la caricia que entre bostezo y bostezo esperaba. La caricia se llenó de su energía, se levantó e irradió una nueva pureza. Destornilló miedos, alcanzó un pedacito de cielo y el viento despuntó. Corrieron las nubes, nació música entre las flores, el molino vibró fuerza y el sauce por fin lloró su naturaleza.

              El sastre sorprendido vio su creación. Un traje hecho de luz, de ternura, cariño y verdad. La caricia era hermosa y el sastre fotografió su beldad. La caricia estaba vestida de amor y el sastre, lloró cielo. La caricia tenía un millón de hilos y el sastre cosió el último para que ninguno se deshiciera. La caricia preguntó: ¿Quién me tendrá, quién me dará, quién me poseerá si de humanos no estoy vestida? Y el sastre respondió: Te parieron de una madre, te vestí  de historia, entrelacé hilos de ternura y cariño, te iluminé en los colores de un túnel de puro amor, te disfracé de mano y le dije a los dedos que te toquen, a la piel que te reciba, al corazón que te lata y al alma que te sienta… que escriba tu poesía.


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