DIARIO DE UN POETA (PARTE 1)
Quizás no pueda escribir lo que quieran leer,
quizás mis dedos entumecieron tintas o
quizás mi alma esté de parto. Es posible que escribir un libro sea una
explicación a mi vida o quizás la excusa para que mi muerte no sea en vano.
Quizás una brizna de mis letras deba ser parte de un más allá que no comprendo
o quizás parte de un más acá que escalofría mi corazón. Escribir es mi vida, mi
vida es expresión, mi destino es saber
quién soy y en mis comas me delato, en los puntos me conocen y en los suspensivos,
marco la diferencia en los porqué de mi vida. Amo profundo y en lo profundo
siento, en el amor me extraño y en la extrañez, escribo. Mi verso no solo es
relatado, es vivido, exprimido y saboreado hasta la excitación de sus tildes. Y
por eso a veces las tintas fluyen sin permiso, sin decoro y sin aviso…Porque
mis suspensivos me rebasan, me transparentan y me aman. Dejo que lo hagan y
escucho una lágrima de agua, la perversión de mi Luna y la candente música que
solo el azul puede tocar, esa música que nació del cielo y vibra en el arpa de
mil ángeles, esa música que solo tiene un acorde, el acorde que un día El
Creador decidió inventar y que en sus dedos empezó a vibrar. La copió el ángel
de mi guarda y con celo cada noche junto a él la escucho, la vibro, me emociono
y lloro. Por eso ahora no escribo,
porque en el parto de mi primer libro estoy. No hay doctor ni comadrona que me
asista, no hay pensamiento, no hay inspiración, solo recopilación, miedo,
nervio y profunda pasión.
Mañana
tengo una cita. Una cita con mi historia, con mis cuentas pendientes y con mi
hija. Hace muchos años me dijo “Papá, llévame contigo” Le abrí los brazos y le
dije “Ven”, pero el destino sepultó mi escrito y abrió un libro en blanco para
ella. Un libro que desde entonces no supo cómo escribirlo, no supo cómo abrirlo
y no supo cómo guardarlo. Hoy la vida me da la oportunidad de asaltar su
estantería, buscar ese libro, abrazar su mano y juntos empezarlo a escribir. Un
libro que de seguro tendrá rasguños en su tapa, polvo entre sus páginas y
lágrimas pegadas en cada uno de sus índices. Un libro sin título, con pocas
letras sin frases y con muchas faltas de ortografía, solo porque un día el
destino volteó su cara y le dijo no al amor de un padre con su hija.
Ya mis ceras se cansaron de chorrear, el
añejo tinto descansó sus gotas en el nudo de mi
estómago y el sueño impertérrito ya quiere abrazar mis pestañas. La
lluvia cae en el silencio y mi jardín la bebe con desmesurada ansia, la Luna me
guiña un ojo, el espejo del cielo lo refleja y cuando miro mi árbol, el búho
gira su cuello. La noche me exprime, el sueño me posee y la imaginación agoniza
colores. Dulces sueños.
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