Mira el niño su juguete
perdido, el perrito aquel árbol que talaron, la música el acorde sordo de un
reggaetón infame y vanidoso, la hebra un ovillo olvidado, el árbol sus hojas
caídas mientras el sabio un pelo de su ceja arranca, un pedacito de sabiduría,
una sombrita de sus ojos cuando al sol miraba, un recelo de viento que en sus
manos ya dormita cansado. Camina el horizonte un ocre sábado, la palma abate un
cielo osado, la piedra le dice al río que hoy no está tan mojado y el pasto a
su tierra que le preste verde porque hoy el Sol no vino o estuvo de paso. Sienten
las aceras que es verano pero no hay tanta luz como en el pasado, la pared
descansa en su fachada, en su blanco no ve una sombra pegada, no hay reflejo, el
gris la viste de cierto pecado, una niña explica que su abuelo vendió el Sol,
que aunque mucho no le dieron fue lo correcto, que quien lo compró no venía del
infierno, que no lo conoció en directo y que una mujer de suave velo fue su
mensajero.
Y…¿Dónde está el Sol?...
Se lo preguntó el niño al juguete y éste no
supo, le preguntó el niño a una sombra y ésta se desvaneció, le preguntó al mar
y una pequeña espuma le regaló, le preguntó al sabio y con otra pregunta le
contestó: ¿Por qué iba a vender el hombre el Sol? Pensó el niño, discurrió lo
que de él decían, que todo lo sabía, que era un gran imaginador y por ende el
más enorme soñador. Encontró un portal, en él sentó su inocencia, un perrito se
le acercó, con caricias lo mimó, recogió su mirada y entre nubes la perdió.
Quizás esperaba una respuesta del cielo o un atisbo entre las hojas de aquel
árbol, una nota escrita volando a lomos del viento o una niña que lo viera con
atrevido deseo. Nada pasó, el perrito a su lado se durmió, pensó.
De repente algo sobrecogió su mirada, su
boca y sus hombros: un hombre caminaba con un gran letrero colgado a su espalda
“Yo vendí el Sol”. Entró a una cantina, el niño lo siguió, pidió un doble de
algo, el niño bajo su mesa se escondió, el primer susurro no lo entendió,
llegaron lágrimas, murmullos y desahogos, comprendió: un gran desamor le había
arrancado el alma y desbaratado el corazón, yacía el hombre sentado, en alcohol
guardado, cantando entre dientes un amor traicionado, explicando a su vaso todo
lo que le había pasado: “ la conocí lejos, en la virtualidad la encontré, toda
la leí, incluso en mis humedades la hice mujer hasta que un día comprendí que
de una falsedad me enamoré. Ni tenía la edad que decía ni su alma atravesó
nunca sufridas nostalgias, su cabello era rizado y no lacio como la foto
enseñaba, sus ojos no sabían de lágrimas pues aquellos sentimientos jamás
pasaron de su garganta…
El vaso quieto y medio
lleno, escuchaba. El niño, un poco asustado, esperaba.
…Ahora sé que en el viento
no está su perfume, que el mar no me traerá sus caricias, que sus hermosas
montañas no recibirán mi nieve ni sus palabras harán más travesuras en mi
mente. Escribía que el Sol iluminaría nuestros días, que en su luz nuestro amor
se explicaría y crecería, que en su calor nos desnudaríamos e inventaríamos
atrevidas caricias…¡Me engañó!.- el vaso sobre aquella mesa azotó, el niño los
ojos cerró, el vaso calló.- Ya no pertenece a mi vida, de mi sueño se cayó…jajaja…llegó
su otoño..jajaja---se fue de mis días. ¡Vendí su Sol!...jajaja…-el vaso se
estremeció, ya no quería estar en aquellas sudorosas manos-…¿Y ahora qué? ¿Con
qué me iluminará?...jajaja…Y que ni se atreva a cruzar mi mar porque lo abriré
y en él se ahogará…¡deja y embriago su recuerdo!, al fin que vivirla suspirando
sería pedirle algo extraño a mi aliento ya borracho…jajaja…y vivirla pensando
sería pedirle al tiempo algo demasiado mundano.-el vaso respiró-.
Se levantó aquel hombre,
se dirigió al baño sin olvidar pedir otro trago, se envalentonó el niño, a
escondidas lo siguió. Mientras aquel hombre desahogaba sus necesidades, el niño
empezó a limpiar el espejo del lavabo. Imaginó, tomó un poquito de jabón en sus
dedos y dibujó una gran luna, tomó un poquito de agua y de ella la salpicó. El
efecto resultó, aquella Luna lloraba y poco a poco se desvanecía. Aquel hombre
desde su necesidad, absorto lo miraba. De repente el niño encima del lavabo se
subió, acercó al espejo su boquita y con su propio vaho aquella Luna secó.
Aquel hombre le gritó que se iba a caer, el niño haciéndose el sordo de reojo
lo miró, con sus ojitos fijos en aquella pálida Luna, susurró: “alguien tu Sol vendió, bajo tu manto ya no habrá más
amor, no tendrás reflejo ni ese velo tan bello, una mujer al hombre engañó y el
hombre corrió, vengativo el Sol vendió, de alcohol se vistió, a un vaso reclamó
y este niño bajo su mesa, de la sublime idiotez de la ignorancia aprendió”. Se
quedó viendo al hombre, miró al espejo, “quizás mañana ya no habrá un aliento
que te caliente con su vaho, quizás ese hombre de su tristeza aprenderá o a sus
cavernas regresará, quizás el amor ya no existirá más y el desamor por doquier
reinará, quizás el Creador un nuevo Sol nos dibujará o quizás el eterno frío,
de la Tierra se adueñará. ¿Por qué el hombre se aferra siempre al mal recuerdo
y no al hermoso futuro?¿Por qué vende el Sol si sabe que se quedará sin
Luna?¿Por qué no aprende si la vida es la mejor escuela?¿Por qué no llora y
olvida en vez de sentir su ego herido, recordar y emborrachar su vida?¿Por qué
es tanta la ignorancia permitida que hasta en su depresión los perros se
atreven a mear, en su pantorrilla?”.- tomó otro pedacito de jabón y en aquel
espejo escribió: EL AMOR NO ES PARA COBARDES. REGRÉSAME MI SOL.
Serio, con el rostro de
nervio atravesado, de la cintura bajó al niño de aquel lavabo, lo tomó de la
mano, salieron del baño, pagó su cuenta, se disculpó con el cantinero y con el
vaso. Se sentaron en el portal junto al perro que medio dormido y molesto los
miraba. ¿Sabes?.-explicó aquel hombre- yo tengo una nieta, tiene 6 años, es más
pequeña que tú, cada día la recojo de la escuela y en el camino a casa me pide
que inventemos un cuento, siempre nuevo y cada vez con una imaginación más y
más atrevida. Juntamos a los árboles chicos con los grandes y los convertimos
en familia, pensamos nubes como piezas de un gran puzle y así entretenemos al
cielo con un gran laberinto para que no llueva en nuestro camino, imaginamos
águilas nadando en lomos de delfines y a ballenas escuchando grillos en un
bosque que está cerca de su escuela. El viaje es divino y el final siempre
incierto, pero acabamos el cuento, quizás ya en el ascensor o abriendo la
puerta pero nunca dejamos que nos gane el olvido ni la pereza. Ayer no hubo
cuento sino la historia de un desamor de hace años que todavía exprimía mi
recuerdo. A veces necesitas contar esos recuerdos o para que se vayan diluyendo
o para que alguien te dé una respuesta. Y así fue, se lo conté a mi nieta y ni
dos segundos tardó en imaginar una treta: “Mira abuelo-me dijo-, hoy está
nublado, el cielo muy gris y amenaza tormenta. Hagamos un gran letrero que
ponga “Yo vendí el Sol”, cuélgalo a tu espalda, métete a la cantina más
cercana, desahoga esas nostalgias y verás cómo te alcanzan las respuestas”. Y
me alcanzaste, querido niño, tu eres mi respuesta, gracias, hoy aprendí más
sobre el amor, si, sobre el amor que siempre te espera tras un desamor, sobre esa Luna que no
existiría sin Sol y sobre los sueños, que si no los crea un niño, lo son menos.
Y tú, creaste un sueño en mí, un sueño que de nuevo he de perseguir: Amor. Y
ahora iré a contarle lo que hoy viví para que sea ella quien termine este
cuento.
-
¿Puedo
conocer a tu nieta?
-
¡NO!