El afilado hielo del tiempo
desgarra la garganta, el silencio da miedo, la saliva ni aire traga y una
profunda melancolía desvanece la mirada. Es la soledad no querida, ese abandono
que la infidelidad castiga, ese frío profundo y maldito que junto al árbol de
siempre ahogo sin abrigo. Te lo di todo, mi compañía, mi calor, mi alegría y mi
cariño, te vi llorar y callé mi hocico, te ayudé en la sonrisa y compartí mi
ladrido y ahora tú en tu egoísmo, juegas con mi destino. Sabes bien que en la
tristeza nunca he vivido, que no estoy acostumbrado a beber de un sucio río,
que jamás un hueso he pedido y que siempre fui tu amigo. ¿Qué te debo? ¿Qué te he
hecho? Este abandono duele en mi pecho, mi corazoncito late lento y los nudos
anidan en mi hermoso pelo. Ya no son tus manos las que me dicen que esté quieto
ni tus palabras las que tiran esas pelotas en nuestros juegos, ya no son las
sobras de tu comida las que me mantienen atento ni encontrar tus zapatillas
reta mi aliento…ahora, todo es incierto, son los insectos los que en mi ponen
sus huevos, no hay pelotas ni sobras que huelan a palabras o a nuestra casa y
mi aliento solo exhala el humo negro de esos coches, que ahora llevo dentro y que de tristeza llena mi alma.
¿Por qué me dejaste solo? ¿Por qué no me enseñaste a caminar en soledad? ¿No me
extrañas? En el viento me pierdo, el día se junta con la noche, las sombras ya
son parte de mi alma y solo miro quien pasa, si está borracho, dormido o tiene corazón
de niño y quizás me adopte y tenga un mañana. Necesito ese abrazo, ese que tú
me dabas cuando en tu regazo descansaba, esa caricia que recorría mi espalda y
esa noticia que juntos en la tele veíamos y que nada importaba. Necesito
sentirme vivo, saber que a mi lado alguien me extraña, sentir de nuevo ese
calor que despacito ama, esa fragancia que me decía que ya llegabas y ese leve
ronquido que en tu cama me decía que seguías vivo y me llenaba de esperanza. Me
acuerdo tanto de ese día que la música iba y venía, tu bailabas, yo te seguía,
en pasos de cerveza te caías y yo te
daba pequeñas mordidas, te levantabas, conmigo jugabas…ese día que la lluvia
inundó tu casa y te ayudé a sacar los cojines de la sala, ese día que llorabas
porque te había dejado tu amada y me convertí en pañuelo para tus lágrimas…ese
día que un amigo necesitabas y yo estaba a tu lado, junto a ti, con mi calor,
sin palabras. Y ahora a veces te veo pasar y ni tu reojo se atreve a mirar,
porque sabes que un pedacito de vida junto a este árbol fuiste a dejar, un
amigo que te quería de verdad y que ahora en tu olvido solo es parte de un
profundo frío, de un hielo que en cada uno de sus filos me dice que mi muerte
ya está por llegar. Jamás me volverás a mirar porque ya mis ojos quiero cerrar,
mi lengüita guardar y mis patitas
acurrucar, mi alma debe viajar porque estoy seguro que en el más allá, alguien
me adoptará.
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