Piensa la idea que el mensaje pesa,
la palabra carga sus letras y la tilde suda esa tinta que por ajena, viste
discreta. La carta se arruga porque el sentimiento la llena, tiembla el papel y
escurren locas dos comas, se cierra el sobre para que nada escape, el buzón es
demasiado grande, el destino incierto, entre diez manos desliza su estampa y
por fin un cartero, en su morral la guarda.
Fue una
emoción quien aquel mensaje escribió, nadie lo meditó, solo fluyó y rápido se
deshizo en el primer papel que encontró. Una emoción hecha de ilusión, de
atrevido sueño, con sabor a una rara sensación, llena de color, de dentro, desde
lo más profundo del corazón. Aquellos dedos lo sabían y decidieron seguirla,
darle forma en tinta, de poesía vestirla y de tanto en tanto darle un toque de
maquillaje, para que no se viera tan atrevida. Se escribía y de aquellos ojos
no se perdía, a veces un beso de aquellos labios salía y veía como la rima,
cada vez más, a su alma olía. Y aquella
emoción fue escrita, tal cual, perfecta y bien parida. Era como la sentía, ni
más ni menos, esencia de melodía, caudal de un sentimiento que de las entrañas
partía, clave de un mensaje lleno de amor y poesía.
Le pregunta el cartero a la calle y no hay
portal que aquel escrito número reclame. Una vecina se muestra sorprendida al
sostener la carta, es muy pesada pero delgada y le comenta el cartero que quien
la escribió puso en ella todo su amor o quizás trae tintas extrañas. La
dirección no existe y jamás existió, no hay nombre pero al mirarla sabe que la
debe entregar, está seguro que alguien la debe esperar y que jamás en su vida
dejó una carta por entregar y no sería esta la primera, que pusiera en duda su
trabajar. Volteó la carta, miró el remitente y sorprendido leyó: “emoción”. Se
puso a pensar, sentó su cansancio en un banco del parque y con la carta en sus
manos perdió la mirada, rogó al cielo un destinatario, la carta vibró y un raro
letargo lo durmió. El sueño lo abrazó, entre luces corrió como película toda la
galaxia, atravesó túneles, se vio dormido entre rosas y margaritas, un color lo
abrazaba, otro lo sacudía, el más pálido lo llenaba de caricias y cuando sintió
que un rojo lo desvestía, vio a una mujer que de la Luna salía: anciana,
hermosa, bellísima, canas derrochando plata, arrugas de vida que solo sonreían,
lo miró con extrema dulzura, la miro como niño y la escuchó: “Soy la madre de
la Luna y esta carta es mía, esa emoción me pertenece porque de mi es la preferida…la
Emoción es hermana de la Luna y de mi, la más pequeña de mis hijas. Fue un
verdadero placer parirla y dejar que por cada ser fuera sentida, un orgullo ser
su madre y abuela de su hija, la poesía”.
Con gran sobresalto se despertó
aquel cartero, la carta en sus manos estaba abierta, ya no pesaba y un papel
asomaba. Lo tomó el cartero, lo leyó y desde entonces su vida cambió:
“Soy mujer, la primera que hice el
amor y el Universo en mí siete semillas sembró, una por una las parí sin dolor:
El horizonte, el ocaso, la noche, la Luna, la osa mayor, el rocío y la emoción.
¡Si! El Amor me hizo el amor y de cada gemido uno de ellos nació, en cada
suspiro el sentimiento los vistió y en cada grito, un nuevo viento, de poderosas alas los llenó. Cuando estés
solo, siéntate y al horizonte mira de frente, llénate de su ocaso, abraza la
noche, deja que la Luna te refleje, mira la más brillante estrella, empápate de
rocío y la emoción poseerá por siempre tu alma, escribirás poesía… y sentirás
diferente.”
Y desde entonces, aquel cartero cada vez que se siente solo y vacío, se
sienta, ve al horizonte y lo mira de frente. Ya no carga cartas en su morral,
ahora solo escribe poesía y se siente diferente.
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