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domingo, 24 de junio de 2018

TÓCAME AQUÍ...



               Despacito caminó hacia fuera.

               Sintió como el tiempo sus manecillas afligía, que era el momento, el instante correcto, quizás la hora de decirle al destino lo que era cierto, quizás ese día en que le diría a la vida que había llegado su invierno. Sola, por nadie bendecida, abandonada a su suerte por una decisión, por una natural equivocación, por culpa de un cielo que sembró en ella un infierno lleno de sumisión. Su historia era su gran secreto, su memoria un quebrado olvido del recuerdo, su tristeza una desgarrada nostalgia que noche tras noche lloraba en su alma… su mayor ilusión, una noche que empezaba desde el profundo miedo a tejer porque había nacido hombre pero su cuerpo, olía a mujer.
             Siempre en silencio, comprando tiempo, deshebrando miedos, desafiando ajenos celos porque su belleza era de princesa, viajando lejos porque de su tierra ya nunca más era. Lloraba el recuerdo de cuando era niño y quería vestir muñecas, de cuando en el colegio le decían mariquita o en la iglesia la regañaba un cura porque su caminar era un pecado que debía siempre confesar. Nunca su corazón tuvo un latido exacto sino el sentimiento imperfecto, una dualidad siempre señalada con el más miserable de los dedos: ese que impone la sociedad cuando le teme al miedo, ese que explica profundos silencios y juzga el dolor ajeno. ¡Si! Señalada, juzgada, de su ciudad abandonada y de ajenas culturas preñada. Una vida desecha, una lucha constante contra ella y a favor de nadie, un cáliz bebido gota a gota en cada atajo de un impuesto camino, un calvario donde esa cruz tan pesada hace tiempo que dejó de ser divina para ser humana.
             Quizás convertiría esta noche en alba o sería la oscuridad la que por siempre su destino preñara. De él era sueño, el mayor deseo, ese amor que fluye poderoso y lento, esa música que compone el ansia cuando el acorde de la pasión baila, esa melodía que la boca derrama cuando el beso despierta el alma. Ella lo sabía, lo sentía, frente a él se desnudaría, lo rezaría, sus ojos despacito cerraría y con el primer susurro todo le diría o quizás antes lo pensaría, más tarde con él reflexionaría o desde un principio la vida le rompería. Se lo diría o dejaría que todo fuera melodía, no lo notaría, fue perfecta la cirugía, era mujer y como ella sentía, su identificación jamás la evidenciaría. ¿Estaba preparada para la mentira? Era mujer pero nunca madre de su propia sangre sería, era mujer, hermosa, del amor mendiga y su más silenciosa amiga, del deseo la gran fuente de sus versos y del abrazo sincero, la esencia de la ternura cuando de la Luna toma su velo y se pega desnuda.
             Despacito caminó hacia dentro, una media luz meditaba un raro incienso, olía a jazmín con gotas de madera y suaves destellos a caramelo…Ocho velas la esperaban ardientes con sus rojas ceras, treinta y tres pétalos en el camino mostraban que la noche quería ser perfecta, la cama descolgaba tersa sus algodones y sedas, dos copas reflejaban sus ansias porque de aquel añejo tinto querían estar llenas, dos manos extendidas requerían su presencia porque ya una música los envolvía lenta, suave, seductora, cariñosa, con sabor a cielo, regalo y mimosa.

-          Tócame aquí…

              Y ahí llevó sus labios. Descubrió un pequeño lunar en su cuello y otro tras la oreja. Ambos los llenó de besos y una ilusión desplegó sus alas. Ella suspiró.

-          Tócame aquí…

              Dejó que sus cabellos lo acariciaran, que aquella nariz perfecta lo respingara, que sus ojos lo miraran y despacito tocó su boca, le dibujó caricias, le pintó pecados, abrazó sus dientes, nadaron en sus mares y un deseo explotó en cada garganta.

-          Tócame aquí…

             Entre sus senos pidió el deseo que no hubiera tregua, dejó que suave resbalara un viaje soñado a través de cada poro hecho estrella, la caricia alargó sus manos, la lengua sus huellas, la mirada se perdió en el dulce ombligo de su amada y cuando ya la saliva hervía, ella abrazó su cara, del cielo tomó valentía y al viento le robó, una última palabra.

-          Mi amor, tócame aquí…

              Y entró en su alma, toda la abrió, la penetró con su vigor y toda la leyó. Ella se confesó y él siguió, sin importarle nada. El gemido fue tan intenso que el Universo entero lo lloró, cada Luna puso una lágrima, bajó Dios y por siempre todas secó.
              La historia mil veces se repitió, ni siquiera la muerte los separó. Cuentan que bajo sus tumbas a veces se dan la mano, que en el otro lado no hay pecado, no hay dedo que los señale ni juez que ose tocarlos y que cuando la tierra tiembla es que hacen el amor, ese amor dulce y apasionado, ese amor libre, abierto y soñado, ese amor que en el libro del destino, los escribió pegados.





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