El hombre
tuvo un deseo, la mujer lo respiró.
El hombre
tuvo un sueño, la mujer lo soñó.
La mujer se
desnudó, el hombre la olió.
La mujer de
Luna se dibujó, el hombre de viento se vistió.
El hombre acarició
el cielo y la mujer lo reflejó.
La mujer era
Luz y el hombre, en sus brazos se fundió.
Nos deseábamos pero en aquella
calle no éramos nada, las paredes estaban demasiado blancas y la luz cegaba. Un
sentimiento nos hablaba, el deseo tu cara ruborizaba y la pasión que traíamos dentro
ya era una dulce y traviesa humedad, que el alma penetraba. Despacito el
instinto nuestro animal despertaba, el tiempo no corría, las manos se entumían
secas sin una piel que las acariciara, calentábamos aire con las miradas y la palabra
recorría mojada nuestros labios y tensaba fuerte la quijada. Estábamos frente a
una gran muralla, hecha de pared y nostalgia, de reprimidos deseos y telas de
viudas arañas. De repente el cielo ennegreció su estampa, se abrió todo y mandó
todo el poder del rayo más grande, se desmayó aquella engreída fachada, perforó
aquel muro blanco y abrió una cueva que sería más, que una simple cama.
El tiempo ya no era necesario y el espacio
estaba dado.
De
la mano entramos y entre humos nos amamos, mi mano en tu seno, tus dedos
jugando con mi aliento, el acorde sereno y el saxo gritando un ronquido
misterioso, erótico y lleno de un pecador deseo. Tu falda no era nada, entre
tus `piernas una suave desnudez jugaba, el piano tocaba, la trompeta una pasión
lloraba y despacito entre copas, en tus labios un puro flameaba. Mi lengua se
atrevía con tu mirada, un temblor mojaba, mi camisa se abría y tu mano, con mis
pezones se divertía. Versos arrancados de la noche, poesía viajera en melódicas
tinieblas, respiración intensa, caricias perversas que entre sedas te erizaban
toda y completa. El ambiente se vistió de rojo y turquesa, la música fluía
dulce y espesa, el ansia recorría profunda aquella mesa y le pedimos al infierno más humo, para que
nadie nos viera. Te levantaste y de espaldas sobre mí te sentaste, mi pantalón
desabrochaste y tus muslos calientes pegaste, te poseí con mis óleos hechos
arte, penetré tus labios vaginales, se arqueó tu figura y un estremecedor suspiro
recorrió mi cintura. Era tu piel, del cielo una nube, sudada, suave y aterciopelada, candente y de mis
besos extasiada. Te diste la vuelta y entre tus pechos caminé tanta ansia hecha
de lengua, labios y una saliva jugosa y salada. Cerré los ojos, estiraste tus
cabellos y me emborraché de tu cuello, querías más, me deseabas, mis dedos
recorrieron con fuerza tu espalda y dejé que todo mi vigor en ti entrara. Con dulzura desde dentro lo acariciabas, lo
abrazabas, lo introducías y lo sacabas, con tu lengua me penetraste hasta el
fondo de mi garganta mientras tu mano mi pene fuerte sujetaba, para que todavía
no eyaculara. La sensación era ansiada, necesitada, extraña y controlada. Bajo
la mesa te arrodillaste y en tu boca todo mi poder succionaste, entero me
tragaste, en tus manos mis muslos fuerte apretaste y todo olía a rosas y fresas
salvajes. El instinto desgarraba, el animal era palabra, el verbo carne y el
suspiro, aquella piel que del alma quedaba. Todo era magia, tus piernas temblaban, el
escalofrío gritaba, tu cuerpo se abría, mi poro sudaba, la música nos poseía,
el piano con el saxo hablaba y el profundo gemido nacía tan dentro de nuestra
ánima que en tu garganta vibraba, en mis labios se expandía y entre tanto humo,
aquella trompeta gritaba, gritaba y gritaba. Una locura sacudió firme lo que de
mi aura quedaba, crucé tu cuerpo y bebí cada gota, cada sabor, cada fragancia,
cada lágrima que salía de tus entrañas. Entre tus muslos lamí miel y vainillas
en vara… entre tus piernas, cielo, miedo y cada acorde que el ángel en su arpa
tocaba… en tu espalda supe porque el infierno pecaba y en tu boca, conocí a
Dios y me dijo que aquello era eterno y no una falacia.
Después regresé a mi casa, prendí mis ceras y
escribí esto que tanto necesitaba, ese profundo deseo que dentro de mí con
nadie copulaba, esa pasión animal que en el instinto era soñada, ese momento de
un éxtasis llorado en el orgasmo de un
corazón demasiado solitario, que todavía no encuentra su alma.
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