https://publishers.propellerads.com/#/pub/auth/signUp?refId=Tilr HISTORIAS DE ITACA: EN LA CUEVA DE NUESTRO JAZZ (PROSA ERÓTICA).

domingo, 17 de junio de 2018

EN LA CUEVA DE NUESTRO JAZZ (PROSA ERÓTICA).




El hombre tuvo un deseo, la mujer lo respiró.
El hombre tuvo un sueño, la mujer lo soñó.
La mujer se desnudó, el hombre la olió.
La mujer de Luna se dibujó, el hombre de viento se vistió.
El hombre acarició el cielo y la mujer lo reflejó.
La mujer era Luz y el hombre, en sus brazos se fundió.

                Nos deseábamos pero en aquella calle no éramos nada, las paredes estaban demasiado blancas y la luz cegaba. Un sentimiento nos hablaba, el deseo tu cara ruborizaba y la pasión que traíamos dentro ya era una dulce y traviesa humedad, que el alma penetraba. Despacito el instinto nuestro animal despertaba, el tiempo no corría, las manos se entumían secas sin una piel que las acariciara, calentábamos aire con las miradas y la palabra recorría mojada nuestros labios y tensaba fuerte la quijada. Estábamos frente a una gran muralla, hecha de pared y nostalgia, de reprimidos deseos y telas de viudas arañas. De repente el cielo ennegreció su estampa, se abrió todo y mandó todo el poder del rayo más grande, se desmayó aquella engreída fachada, perforó aquel muro blanco y abrió una cueva que sería más, que una simple cama.

                El tiempo ya no era necesario y el espacio estaba dado.

                De la mano entramos y entre humos nos amamos, mi mano en tu seno, tus dedos jugando con mi aliento, el acorde sereno y el saxo gritando un ronquido misterioso, erótico y lleno de un pecador deseo. Tu falda no era nada, entre tus `piernas una suave desnudez jugaba, el piano tocaba, la trompeta una pasión lloraba y despacito entre copas, en tus labios un puro flameaba. Mi lengua se atrevía con tu mirada, un temblor mojaba, mi camisa se abría y tu mano, con mis pezones se divertía. Versos arrancados de la noche, poesía viajera en melódicas tinieblas, respiración intensa, caricias perversas que entre sedas te erizaban toda y completa. El ambiente se vistió de rojo y turquesa, la música fluía dulce y espesa, el ansia recorría profunda aquella mesa  y le pedimos al infierno más humo, para que nadie nos viera. Te levantaste y de espaldas sobre mí te sentaste, mi pantalón desabrochaste y tus muslos calientes pegaste, te poseí con mis óleos hechos arte, penetré tus labios vaginales, se arqueó tu figura y un estremecedor suspiro recorrió mi cintura. Era tu piel, del cielo una nube,  sudada, suave y aterciopelada, candente y de mis besos extasiada. Te diste la vuelta y entre tus pechos caminé tanta ansia hecha de lengua, labios y una saliva jugosa y salada. Cerré los ojos, estiraste tus cabellos y me emborraché de tu cuello, querías más, me deseabas, mis dedos recorrieron con fuerza tu espalda y dejé que todo mi vigor en ti entrara.  Con dulzura desde dentro lo acariciabas, lo abrazabas, lo introducías y lo sacabas, con tu lengua me penetraste hasta el fondo de mi garganta mientras tu mano mi pene fuerte sujetaba, para que todavía no eyaculara. La sensación era ansiada, necesitada, extraña y controlada. Bajo la mesa te arrodillaste y en tu boca todo mi poder succionaste, entero me tragaste, en tus manos mis muslos fuerte apretaste y todo olía a rosas y fresas salvajes. El instinto desgarraba, el animal era palabra, el verbo carne y el suspiro, aquella piel que del alma quedaba.  Todo era magia, tus piernas temblaban, el escalofrío gritaba, tu cuerpo se abría, mi poro sudaba, la música nos poseía, el piano con el saxo hablaba y el profundo gemido nacía tan dentro de nuestra ánima que en tu garganta vibraba, en mis labios se expandía y entre tanto humo, aquella trompeta gritaba, gritaba y gritaba. Una locura sacudió firme lo que de mi aura quedaba, crucé tu cuerpo y bebí cada gota, cada sabor, cada fragancia, cada lágrima que salía de tus entrañas. Entre tus muslos lamí miel y vainillas en vara… entre tus piernas, cielo, miedo y cada acorde que el ángel en su arpa tocaba… en tu espalda supe porque el infierno pecaba y en tu boca, conocí a Dios y me dijo que aquello era eterno y no una falacia.
               Después regresé a mi casa, prendí mis ceras y escribí esto que tanto necesitaba, ese profundo deseo que dentro de mí con nadie copulaba, esa pasión animal que en el instinto era soñada, ese momento de un éxtasis llorado en el orgasmo  de un corazón demasiado solitario, que todavía no encuentra su alma.



             

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