Lamía sus notas una flauta
entre el eco de las montañas, esperaba el león su presa, miraba de lado una
jirafa, el valle extendía verde su sábana mientras un río despacito, cada
pedazo de pasto mordía solícito. Era ese, el cuerpo de una mujer extraña, una
mujer que cada noche salía del agua, una piel acechaba, de amor la llenaba,
generosa su alma abría y una poesía en ella escribía. Un mar de mujer, un
pedacito de espuma, un cristal perfecto de sal, el silencio de un bello horizonte
y del Universo su santo grial. Amor puro, deseo generoso, pasión en piel
bordada, esa humedad que revienta en alta marea cuando siente verdad, ese
cantar que huele a gitano y cada nota a eterno verano. Cada ocaso aquel río
remontaba, sabía lo que buscaba, esa necesidad que su alma gritaba, ese calor
que la vida una y otra vez le negaba, esa mano que extendida su corazón
acariciara. Hoy no sería diferente pero algo anormal azotaba dentro de su
frente, un presentimiento hecho de hoguera y madera, un silencio distinto que
veía nadar entre aquellas piedras, una noche de fuego y quimera, la noche de
San Juan.
Juntó el poeta sus ideas,
aquellos papeles que día con día llenaban papeleras, medios poemas sin rima,
letras que noche tras noche escribió y ya quedaron obsoletas. Salió a la calle,
las hogueras se multiplicaban entre aceras, buscó la adecuada pues no en
cualquiera quemaría viejas ansias. Pensó en separar las más húmedas de aquellas,
que ya estaban secas y arrugadas, las más extrañas las juntaría con las de sus
mujeres amadas, las más eróticas con las perfumadas, las que eran cuentos las
guardaría por si algún día una imaginación se atreviera y los acabara. No vio
ninguna que le agradara. A lo lejos un puntito rojo divisó, pensó en una
hoguera extraña pintada en el valle de aquella montaña. Meditó que si existía
sería la adecuada, quizás alguna desnuda bruja lo esperaba, no sabía porque pero
sentía que el viento lo llevaba y cuando se dio cuenta, por la falda de aquella
montaña decidido caminaba.
Bajo el brazo sus poemas,
frente a sus ojos una gran hoguera, en sus pies el agua de un río que tranquilo
lo acariciaba. Se acercó a la fogata y en una gran piedra sentó sus posaderas,
organizó sus letras archivadas, con cuidado hizo montoncitos, de tanto en tanto
una olía para recordar cierta mujer deseada, a la vez de reojo a sus lados
miraba y entristeció al no ver bruja alguna que en su aquelarre lo esperara.
Los miraba, en silencio recordaba cuando fueron escritos, había olvidado el por
qué nunca los había acabado, sonreía alguna falta de ortografía, desarrugaba
los más apretados y se sorprendió cuando vio que más de uno le mostraba su
blanco. En uno encontró destellos de chorreada cera, en otro huellas de gotitas
de su añejo y querido tinto, en ninguno un carmín que le recordara cierto deseo
y tampoco un número de teléfono. La noche se cerraba, la hoguera crepitaba, se
quejaban las ramas, su mirada por el
intenso fuego había sido comprada, su aliento soledad respiraba…cuando de
repente un dulce olor sintió que lo exhalaba.
Se sintió su presa, se dejó, se
lo llevó, aquellos papeles volaron hacia la hoguera, una hermosa hembra le
decía que quería que de ella fuera, el poeta soñó, cerró sus ojos, todo
desnudó, calló.
Despacito, poquito a poquito,
el primer sudor dibujó nuevos poros en su piel, ella con su boca cada uno
abrió, sintió unos dedos en él respirar mientras unos cabellos lo invitaban con
ella a nadar. Lo llenó de perlas, corales y madreselvas, la imaginación dio color
al sueño, el silencio abrazó tiempo y no lo dejó caminar, el horizonte se
acercó, el instante fue olor, gritó el mar, el primer suspiro en pegada medusa
se convirtió, el roce de labios de ternura cada vientre preñó. La exhalación
pintó una nota, el deseo la interpretó, la caricia con arte la tocó, la marea
hirvió, una extraña sangre lo latió y en ella su cuerpo fundió. La fantasía los
desbordó, el cielo se abrió, en hermosas desnudeces las musas de eros cruzaron su
dimensión, erizaron sus pezones los sentidos, el momento vistió tanta pasión
que cada humedad, en suave vapor voló. Penetró el cometa su Universo, diluyó
ansiedad el deseo, la caricia suave apretó, el gemido impuso su grito, un
delfín saltó y el abrazo eternidad respiró. Nadó el silencio en las entrañas,
el músculo distendió su vigor, cantó el grillo a la distancia, se cerraron las
miradas, una ternura los abrigó, la Luna ya no se atrevió a mover su mar, una
brisa empapada de roció esperó su alba y el dulce amor, hecho se mostró.
La mujer del mar, esa hermosa
hembra hecha musa de la poesía que explica al poeta cómo el amor se hace de
verdad, cómo el amor se ama con tan solo dar, cómo se desea, cómo se siente, cómo
se escribe y cómo se lee. Mujer de suave espuma y perfecto cristal de sal, alta
marea y beldad, del Universo su santo grial.
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