Si
mis deseos viajaran en un tren, no se pararían en cada estación. Dejaría que se
alimentaran de los más hermosos y bellos paisajes, que se adueñaran de diversos
soles y que bebieran los reflejos de cien lunas. Primero dejaría que fueran,
que nacieran en mi corazón y se educaran en mi alma, que aprendieran lecciones
en la experiencia y que abandonaran miedos en la libertad. Los sentiría en
propia carne para ver si son reales, para examinar si ya crecieron, para ser
compartidos y para sentirlos exigir, para que no mueran solos.
Los
cargaría en mi mochila, no sin antes obligarlos a comprar su billete de viaje.
Estaría atento cuando el irreverente revisor del tren, marcara sus billetes y
revisaría sus pertenencias para saber cuando se les terminaría el agua, la
comida y las ganas de ser. Hecho esto, les enseñaría a escribir su diario, ese
pequeño libro donde recordarían sus humedades, sus caricias y sus momentos de
pasión.
El viaje
es muy largo y la vida de los deseos puede ser corta. Por lo tanto, exigiría al
tren, una cama a mi lado para que mis deseos pudieran hacer el amor y asegurar
descendencia. Podrían copular dos veces al día, cuando vaya al vagón
restaurante al mediodía o cuando duerma a medianoche, pero en silencio, pues
normalmente mi sueño no es muy profundo y de tanto en tanto me levanto a
escribir, con lo cual sería una situación desagradable. No soy un buen voyerista.
Impondría
mis condiciones: Yo decido en que estación me bajo y en cual no. Aunque estén
excitados, yo decido cuando tener pasión y cuando es sabia decisión retirarse a
tiempo. Si los someten a chantaje, no me metan, arréglense solos, que para eso
los cargo. Si de repente son enfriados sin explicación alguna, solo guarden
energías para la próxima estación y si sienten competencia, nos reuniremos en
junta de estado mayor y veremos si vale la pena el desgaste que eso implica.
El orgullo
es cosa mía, no se metan si no quieren salir lastimados. La envidia siempre los
rondará porque son parte de mí. Si juego, jueguen. Si lloro, esperen. Si río,
pregunten, no se precipiten. Si dudo…!Quietos!... Y si estoy serio…!Duérmanse!
Y llegó el
tren a su estación, a esa estación en la que uno espera todo y nada se da, a
esa estación a la que te bajas lleno y subes otra vez al tren con el alma
vacía, el corazón dañado pero con los
deseos bien aprendidos.
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