Noche
cerrada sin luna, nubes ahogando estrellas, frío viento sabor a sal, manos
vacías escurriendo arena, ojos perdidos en la sombra de un horizonte sin vida…
De pronto un destello recorrió el mar, lo seguí y me perdí en una mirada.
Pureza y
transparencia, iris de cielo, pupila encerada en azabache, sonrisa de
esmeraldas y rubíes, hermoso café, surreal óleo de ternuras. Como quieras
pintarla, esa mirada, ese destello, cautivó mi corazón.
En su
lejanía explicaba sentidos, rompía conocimientos, desataba suspiros en mis
labios cada vez que cerraba sus ojos,
escribía el silencio de un verso y de tanto en tanto, murmuraba un deseo. Era
una mirada noble y tierna, audaz y transparente, penetrante y amable, pensante
y todavía distante.
Me
acerqué despacito para no inquietarla, la miré con los ojos de una ilusión y
quizás con esos puños que aprisionan sueños. Caminé quedito a su lado y entendí
que serían las miradas las creadoras de palabras. La ví, fijé mi vista en sus
ojos, desnudé mi alma, abrí mi corazón y cuando liberé mi espíritu para entrar
en ella…La sentí dentro, tan dentro de mí que tembló el alma, se colapsaron los
sentimientos, brincaron en su fe los anhelos, sudaron mis ansias, resurgieron
sueños y el egoísmo selló mi piel para que jamás, jamás saliera de mí.
Cuando
veas un destello, síguelo, quizás encuentres esa mirada que abrigue por siempre
tu alma.
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