Llora
el suicidio su razón, sonríe el cobarde porque vive… Y tiembla la soga, porque
fue incapaz de anudar una muerte. Enredan telarañas el nacimiento de un
sentimiento, se ahoga el aliento y
desaparece la ilusión. Duerme el sueño, sufren los ríos porque no llegan al mar,
extraños soles desvanecen lunas y las estrellas ya no brillan, solo están. El
reto se lanza al cielo y éste lo acepta. Se atreve a entrar en el bosque de las
hiedras, osa la imaginación y pervierte razón, surge el grito y muere el
suspiro, el aire es exhalación y el musgo borra huellas, la senda cubre viejos
fangos y su angostura la pintan secas rosas y amargas espinas…Y comprendió el
cielo que había entrado el laberinto de la vida, que su azul ya no era azul,
que su color era carne, que su corazón solo a veces latía y que la pureza de su
alma ya no era tal. Que su piel sentía, que el escalofrío provocaba temblor en
sus nubes y que los rayos de su Sol, cegaban ojos y quemaban pestañas.
Entró al
laberinto por la única puerta que era la vida y consciente de que la única
salida era la muerte, cargó el bagaje de
su Universo y se atrevió. Saludó a sus cuidadores, centauros y minotauros. Sonrió
a los pequeños seres, se divirtió con los gnomos y dejó que las hadas volaran
en él. Empapó su manto con rocíos, abrazó puños de tierra y sintió mucha vida, comió
nieve y vió como su esencia era derramada por la montaña, bebió agua de río y
sintió la sal en que se convertiría, nadó mar y en su espejo recordó su
reflejo.
Cansado
se recostó y durmió, esperando que el amanecer sin él, pudiera existir.
Juntó el
viento a cien miel estrellas y dejó que cien mil cometas les hicieran el amor.
Convirtió cada caricia en oxígeno, cada poesía en ternura y cada gemido en una
gota de profundo azul…Y así amaneció un cielo, un cielo hermoso, vigoroso,
limpio y más azul que nunca.
Despertó
nuestro cielo y vio como otro cielo vivía. Llegó la incomprensión y el coraje,
sintió que tenía orgullo y lo envolvió la envidia. No comprendía, pero era
humano. No entendía pero la razón le exigía espacio, no asimilaba tanta belleza
sin él, pero la abrazaba, no toleraba pero lo admitía. Le explicó el viento el
milagro, y escribió en su sensible piel
para que no lo olvidara, que fue una magia aprendida de algunos humanos, de
esos humanos que cuando hacen el amor, se acarician, convierten palabras en
ternuras, deseos en gemidos y tienen el poder de convertir su pasión en un
nuevo cielo.
Y nuestro
cielo, como nosotros, llegó al final del laberinto, murió y renació como el
mejor cielo del Universo creado. Y aún hoy es caricia en el amor, ternura en la
poesía y un dulce gemido que abriga deseos y desata pasiones.
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