Tiembla la decisión colgada de un hilo, goza
la tristeza al permitir razón al conformismo y eriza sueño la nobleza por
querer ser uno mismo. Pinta verde el árbol cuando el agua llena sus raíces y
abraza otoño cuando el ciclo natural absorbe lo más profundo de su savia. Inverna
la tortuga su equinoccio sin importar si el mundo gira o se desvanece, carga
furia el volcán mientras la montaña duerme y cada segundo el Universo expande
su infinito, sin que le importen mucho, esos pequeños granos de arena llamados
humanos.
Porque a veces, en la decisión,
leemos obligaciones solo inventadas,
solapadas en derechos de alguien que cree dirigir ajenas vidas. Porque
la generosidad en un trabajo, jamás debe ser pretexto para exigir más, como la
imperiosa necesidad de amor, nunca debe ser excusa, para reprimirte y no
buscarlo. Son decisiones, decisiones que se cuelgan en los hilos de la vida,
para quizás cambiarla, quizás explicarla o quizás, solo tenerla.
Llora el
bebé cuando tiene hambre, no por decisión, pues podría gritarlo o sonreírlo,
pero llora y así lo entendemos. El ser
humano decide cada día sus pequeñas cosas y podría no hacerlo, podría llorar,
pero su decisión no sería comprendida, pues no sería. Quedarse quieto es morir
en vida, es cortar historia y envejecer latidos. El conformismo no debe ser bandera, porque el lacayo ya
decidió no tener terrateniente, el esclavo no tener amo y la poesía no tener
censura.
En la
decisión muere el miedo y renace la postura, coge espada la lucha y siembra la
dulce autoestima, cambia la mirada y florece la buscada actitud…Y entonces es
cuando te das cuenta que no hay montaña tan alta, que con tus pies no puedas
conquistar, que no hay algodón más puro que el de las blancas nubes de tus
sueños, que no hay cielo más azul, que el de tu próximo despertar y que no hay
Luna más hermosa que la que se pinta de intenso rojo, cuando absorbe el viento
de tus decisiones.
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