Dicen que cuando una mujer dice que “no”, es
que quiere decir que “si” y no es cierto…Cuando una mujer dice “no”, es “no”,
solo que está buscando una respuesta para quizás cambiar de opinión. Es como el
viento cuando cambia de dirección, no es porque quiera, sino porque el cielo
cambia las condiciones a su alrededor. Cuando un hombre dice “si”, la Luna se
ríe, el Sol quema y los instintos son razón…Y cuando el pensamiento vence su
agónica ignorancia, no sabe porque dijo “si”. Es como el rayo que espera su
trueno, a veces suena, a veces no y no sabe porqué. Dicen en mi pueblo que las
brujas no existen pero de haberlas, haylas. Dicen que los vampiros se quedaron
en negras leyendas leídas en tormentosas noches, pero que la sangre no solo
corre, también hay quien la bebe.
En un pequeño
pueblo, tras unas montañas que desde aquí no se ven, vivía un tierno niño. Y
era tierno porque así se llamaba. Un pueblito sin prisas, con su río y
encantadores arroyos, Solo el padre de la parroquia, respiraba inquietudes y
amenazaba tiempo. Nació nuestro niño y comentó su madre “es tierno” y el
párroco más preocupado por sus diezmos que por salvar almas de quien sabe que
inventados pecados, así lo bautizó. Tierno
estaba marcado, dos firmes lunares tatuaban su cuello. Creció y crecieron.
Vivió y distinguió cada día más su galanura, su educación y su profundo respeto
por los demás. Solo era diferente y en su distinción lo buscaban vírgenes y no
tanto, jóvenes y maduras, independientes y afligidas doncellas. Todas querían
ser la primera en poseer su preciada piel y en besar sus lunares. Pero Tierno
buscaba algo más, alguien diferente, alguien que le diera lo que realmente
necesitaba, alguien que le regalara su sangre. Sufría por ello y no sabía
porque. Estudió, escondió sus noches en letrados conocimientos y lloró bajo
cada Sol que conoció. Se sentía cómodo bajo tinieblas de Luna, entre tenebrosos
bosques y compartía anhelos que no entendía, con lobos y rapiñas. Tampoco
lograba desgranar su historia pues le parecía haber vivido cien vidas. Tierno
era un vampiro y no lo sabía.
Hombres y
mujeres lo buscaban pero en sus lecturas sobre bisexualidad no se hallaba
cómodo. Tenía razones para pensar que la belleza y la hermosura eran cautivas
de una mujer, pero también el vigor de un hombre en su mirada, lo excitaba. Noche
tras noche masturbaba su sexualidad, potente en imaginación y sublime
salpicador de sábanas, callado y pausado en su relajación, emotivo e intenso en
su adicción, dibujador mental de vaginas y pezones, pintor de voyeristas y
masculinas erecciones, contorsionador de realidades y soñador de ajenas
humedades. Su pene era bandera de amante sin dueña ni dueño, sus dientes
apretaban fuerte los labios del orgasmo y sus piernas temblaban en cada
eyaculación. Promiscuo y pasional, Tierno se amaba y no entendía a quién,
porque no se conocía. Debía amar a un hombre, tenía que amar a una mujer… (Continuará).
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