En los viejos
lodazales está fosilizada tu memoria, en las vértebras de tu fosa está
sepultado el dolor, en nuestra memoria solo pudiste escribir el vago recuerdo
de tu sombra vagando por las calles de la ignorancia social.
Mendigo de bajas
calles que peleabas un centavo, mendigo de bajas calles que competías con los
afanadores sociales por conseguir una bolsa de basura que diera energía a tu
día, mendigo de bajas calles…Amigo de gatos y perros, amigo del olvido…Amigo
del cielo.
Jamás tus ojos
eludieron las miradas del infame desprecio social, solo las atravesabas con tu
honor. Siempre un “gracias” en tu palabra a cambio de un trozo de pan, siempre
un “buenos días” en tu garganta a cambio de una fingida sonrisa. Hombre que
escribiste tu destino entre las bajas calles de nuestra ignorancia y que en tu
silencio abrazaste nuestra gran imperfección, mendigo fiel a tus principios, que nunca recibiste amor porque era demasiado
grande tu alma.
Compartiste la
soledad del viento, lloraste las risas vacías de ajenas vidas y cuando tu
estómago solo era un nudo…Arrullabas tu cuerpo en el portal de cualquier
recuerdo. Caminabas pidiendo que tus talones dolieran menos que tus dedos,
mirabas y añorabas distancias a las que nunca llegarías pero en la fuerza de tu
imaginación lograste que el sueño de cada amanecer, fuera diferente y hermoso
cada día.
Nunca fue una
opción rescatar tu vida así como nunca quisiste compartir la nuestra. Pagaste
injusticia por los pecadores de tu estirpe pues te imaginamos en el dulce baño
del alcohol y en tu abstemia, solo tus ojos pedían comprensión. En setenta años
solo los agujeros de la primera cobija que te regalaron, taparon tus fríos, en
setenta años solo una vez tu garganta gritó y esa vez una bala atravesó tu
corazón.
Mendigo de
bajas calles, señor de los silencios…Embajador del cielo que diste ternura a
nuestras calles y compañía a las piedras de nuestra historia. Descansa en paz.
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