Entré al bosque de los mareos, al antiguo
bosque, donde los druidas enredan sentimientos, las ortigas acarician y las
espinas muerden. Un bosque de sombras no nacidas de luz, de viejos troncos y
frondosos árboles, de lianas cazadoras y arañas compungidas en telas, que no
son de su calaña. Un bosque lúgubre y cansado, donde las criaturas son nuevas
para la humana razón y las palabras navegan en lodos que ni el barro penetra.
Camino descalzo, las piedras dejan su arena y se clavan en mis pies, mi piel
huele musgo y veo crecer el hongo bajo la sombrilla de una flor de loto,
imaginada y dibujada en mi mente como el hada de mi perfidia. Escucho como
sucumbe el cielo y se moja la lluvia en mis cabellos, siento como la enredadera
agita mi cuerpo y la planta carnívora deshace mi ropa. Caen los botones, las
tiras de algodón, lo sintético se permea y la piel expone el temblor de mi frío
sudor. El sufrir necesita lágrima y en la mejilla cae, el dolor pide calma y la
mente se la regala, brota el ansia y los dientes muerden labios, a lo lejos
amanece la Luna y no hay lobo que la aúlle. El castigo es infiel con la
historia, la muerte sola se reclama, el infierno muestra sus flamas y el gnomo
del bosque las abraza. Baila, brinca y danza el juglar del bosque, un hombre
con cara de niño y cuerpo de centauro, con nombre de poeta y labios de sirena,
con razón de vestal y entendimiento medio humano. Escribe escondido el sereno
del bosque, viejo sabio de amañadas llaves y poseedor de los más bellos
portales. Despiertan las sílfides, abren bocas los enterrados amantes en viejos
árboles y sonríe la señora fantasía. Llora
su amargura un espíritu que solo enterró el corazón y dejó su alma vendida
entre los ojos del gran búho que solo la excita, cuando su cuello contorsiona.
Cada día vivo mi bosque y cada noche lo camino, en cada sueño lo imagino y en
mis pesadillas, abrazo sus miedos.
Se cuenta en mi sueño, que una
doncella entró en él. Era hermosa, de alma blanca y perfectos pies. Incrédula
de mi relato, entró al bosque. Asumió el reto y lo caminó desnuda. En sus
primeras hierbas, pudo oler mi lejana historia. En aturdidos troncos posó sus
manos y tocó las cicatrices de las navajas de una vida. Sintió al erizo del
tiempo resbalar por su espalda, al hechizo de un libro abierto, posar una
lágrima en sus ojos y al recuerdo de un inquieto mar, gritar sus añoranzas. De
pronto, un pequeño ser apareció, cara de sabio y viejo anciano, cuerpo pequeño
y vacío de manos. Sorprendida por su ancestral cabeza y pequeña talla, le
sonrió amabilidad. El pequeño ser sin boca, le habló. Atenta lo escuchó. De
repente desapareció y dejó en su mente grabada la palabra “paciencia”. Ella
comprendió: Sabia y vacías manos. Siguió caminando y vió como el Sol, perdía su
intensidad, como la nube llegaba acompañada de oscuro color, como el viento en
su silbido carcomía silencio y como el aliento del bosque comenzaba a exhalar,
ronco y profundo desde su garganta. Las grandes lianas del espíritu de mi
bosque se enredaron a sus piernas, las sujetaron y poco a poco exprimían sus
ansias por seguir caminando. Intentó quitárselas, pero llegaban más, muchas
más. No las sentía y el dolor ya rasgaba su vientre. Se desmayó, aletargó su
pequeño sueño y al despertar vio como aquellas lianas ya no estaban en sus
piernas, solo la observaban y a su lado, aquel pequeño ser, sabio y vacío de
manos. Lo escuchó. “Son dudas y mientras esté contigo solo te mirarán, pero
jamás te poseerán”. “Ven, te guiaré y así me conocerás”. Se dieron la mano y
aquel pequeño ser sin boca, siguió hablando: “Soy el dueño de este bosque que
él (se refería a mí) fue creando, sembrando y poco a poco iluminando. Nací sin
un escrito sexo, crecí entre malezas y
viejos arbustos, tantas veces exiliado por los nervios de las inquietudes, tantas
veces despreciado por sueños inacabados y tantas veces odiado por el Tiempo.
Siempre a su lado, siempre incondicional, siempre luchando por sus miedos y
siempre, su leal y mejor espadachín”.
Y el camino se abría a sus pasos, todo era luz, belleza y armonía.
Habían miles de seres ahí, unos disfrazados de música y otros de ilusión, unos
sacaban miel de lo que parecía un podrido tronco y otros, contaban las cien
Lunas que amanecían en cada horizonte creado en aquel sueño. Ella no lo podía
creer, pues mi relato era otro, era triste y agónico. El pequeño ser sin boca,
no paraba de hablar: “Un día me contó de ti, juntos reflexionamos y nos
fundimos en un gran abrazo. Me hizo dueño de su bosque, me pidió recibirte y
guiarte, me pidió que me mostrara tal y como soy, pero que no lo mostrara a él,
tal y como es. Como puedes ver, mis manos están vacías porque en él, todavía no
estás. Tú lo sabes, mi nombre es “paciencia” y desde que me hizo dueño de su
bosque, en mí te espera y en silencio te ama. Ven, te mostraré la salida porque
él ya despertó, empieza a recordar este sueño y su amanecer ya huele a café y a
ti “.
No hay comentarios:
Publicar un comentario