EL ERÓTICO DESEO DEL SR. PENE…
Cuentan viejas estrellas que antes de que el
mar inventara su espuma, hubo un viejo y sabio doctor que todo sabía, que se
paraba en cualquier esquina y respondía siempre mostrando vigor y firmeza. Las
mujeres del lugar lo respetaban, pues era tal su sabiduría que ni pensar
podían, era tal su magnitud que extasiaba humedades sin cuenta darse. Lo
conocían como Sr. Pene, no se le conocían apellidos ni nostalgias, siempre
generoso, siempre acompañado por sus dos rollizos juglares, siempre tierno y
dispuesto siempre, para ayudar a la más
necesitada.
Firmaba contratos sin leer la letra pequeña, generaba desmedido
entusiasmo cada vez que en las fiestas mostraba su elegancia y desde pequeño
sabía que su poder, vestía añejas sangres y modernos latidos. No le quedaba el
smoking, pero su exquisito impermeable sabor a fresas, vainillas o chocolate,
siempre lo llenaba de simpatías. Cabezón por naturaleza y terco por vivencia,
solicitaba ternura, permiso para sentir y un lugar alejado y reservado para
poder escupir (era su único vicio conocido). Pulcro, limpio, terso y siempre
rasurado, disimulaba el único ojo con que la naturaleza lo dotó. Hablaba a
menudo con sus juglares porque entre ellos a pesar de tanto tiempo juntos, no
había una conversación, una sonrisa, ni siquiera una lágrima por compartir. Eran
extraños pero obedientes, jugosos en sus entrañas y raros en sus volúmenes,
exquisitos como aceitunas sin hueso rellenas de anchoa y a veces tímidos,
retraídos y poco constantes en las querencias de su amo.
El Sr. Pene tenía un sueño, un deseo y una ilusión. Por una vez, quería
sentirse amado y no utilizado como bastón de anciana, por una vez quería sentir
un abrazo y no un latigazo, por una vez quería ser besado por amor y no en una
compra-venta de antiguo bazar, por una vez quería desear despacito, quería
beber primero antes de ser bebido y quería aprender ternura antes de morir en
cualquier asquerosa pescadería. Su educación, quizás fue básica, tormentosa y a
veces lujuriosa. Cayó en manos que ni sabían acariciarlo, en bocas que jamás se
llenaron de él y en pechos que solo le
cambiaron su nombre, por uno ruso. Pero
¡Qué más da! Las artimañas adolescentes lo despertaron, las mañas adultas lo
mantuvieron vivo y candente, pero las caricias de la madurez, hasta ahora,
siguen explicando sus “Por qué”.
Siempre vivió solitario y a expensas de una maldita erección. Siempre
sembró orgullo en su vida y siempre mostró sublime elegancia en su denostado
trabajo. Siempre ecuánime, honrado y casi perfecto. Siempre atento, educado y
genial en sus vigilias. Siempre requerido a deshoras y siempre mostrando
sencillez y arrogancia. Su vida no era fácil, como tampoco la de sus juglares.
A menudo le cambiaban el nombre, quizás por educación, quizás por silencio,
quizás por el morbo de una buena conquista. A menudo debía disimular y quedarse
quieto, mostrar sus ansias o gotear sentimientos, desafiar el frío o nadar
entre burbujas, doblar su volumen y
saludar poquito, quitándose el sombrero.
Y llegó el día en que el Sr. Pene consiguió su deseo. Le dieron
reconocimientos y diplomas, recordó a sus tantos hermanos y a sus hijos, También
tuvo menciones para sus juglares y los invitó a conversar más seguido, mencionó
de pasada a viejas amigas pero ni crédito les dio, solo tiernos abrazos y
dulces besos. Cuando el público aplaudía, se escondió tras el telón, se hizo
chiquito, sonrojó sus venas y volvió a ser el que era, un pene, convertido en
señor, en historia y ahora, en un cuento para desear.
EL DESPERTAR DE LA SRA. VAGINA
El invierno fue siempre su estación, no la
preferida, la de siempre. La resequedad, carcomía sus labios, el ansia frotaba
inútiles dedos y su agonía poco a poco, se masticaba entre sus dos perfectas
piernas. Llegaría la primavera y con ella los desempleados burros de la concupiscencia. El romanticismo
se había apagado y la poesía dormía en quien sabe que Luna. La maldita soledad
estresaba sus nervios, el letargo arrugaba su piel y la dulce inocencia por una
caricia, yacía lejana en sus escasos y bellos vellos.
Pero un día
decidió ser lo que era, decidió que sus humedades debían ser provocadas y
decidió que un amor, la llenara de ternura. Vistió sus mejores galas, perfumó
sus axilas y surtió de crema su rasurada belleza. Amaneció como siempre,
ansiosa y educada. Esperó su café como siempre, tensa y esperando. Escudriñó
llaves con la esperanza de encontrarlas, pues como mujer, siempre las olvidaba.
Aromatizó su casa con la esperanza de regresar acompañada, dispuso velas en
estratégicos lugares y enfrió un añejo tinto que ya lloraba en su alacena. No
pensó más, solo le dio acción a su vida. Llegó a su trabajo y se fijó en varios
penes que por ahí caminaban, ninguno la llenaría y menos, amor le daría. Le
sugirió al pensamiento una nueva idea, al destino una nueva forma de encuentro
y a la nostalgia, el deseo de sentir una
ternura.
Sintió hambre y
decidió salir. De repente unas piernas se le acercaron. El bulto era evidente,
los labios lo acompañaban y tanta educación, la convenció. Humedeció su piel, enchino
sus pocos vellos y sintió. Una voz ronca y profunda solicitó su presencia, el
deseo rasguñaba carne, el erotismo era inminente y la respuesta ya no era
fingida. La ronca voz siguió y el bulto amaneció su rocío. Ella se mojó y de
reojo lo miró. Ya tenía su fantasía, su necesidad y su ternura a punto de
explotar. Le pidió al cuerpo que le tendiera una mano, a los pezones que
erizaran intensidad y a los dientes que mordieran labios y que él los viera. El
resultado fue inmediato, La conquista se realizó, el viento se calmó y de la
mano fueron a su casa.
Cama tendida, ceras con olor a rosas y jazmines, pulcra limpieza, sagrado
rincón preparado para el amor. Se desprendieron las copas y en sus paredes descolgaron
gotas, mostró timidez la luz y arrugó a medias su vida, sonrió la Luna y la
noche accedió. La Sra. Vagina estaba impaciente y el bulto lo sabía. Poco a
poco los dedos quitaban botones, las lenguas empezaron su baile, las manos sus
mañas y los labios sus besos. Empezaron a resbalar despacito las bragas entre
eróticos aceites, se caían los algodones por doquier, temblaban pieles y
sudaban las manos. Gritó el suspiro y arreció fuerte el bulto, abrió querencia
la Sra. Vagina y se dejó poseer. Lo sintió, lo abrazó y le dio su bienvenida
salvaje. Lo succionó en sus entrañas, le dio calor, le habló de ternura al oído
y lo respiro quedito y jugoso. Con él jugó a las escondidas, a serpientes y
escaleras y entre gemidos, doblegaron el ajedrez de los sentidos. Sintió y se divirtió, se emocionó y poquito a
poquito se durmió. Amaneció y el vació arrugó sábanas, el silencio posteó
ningún escrito en su mesita de noche, cerró sus ojos y pensó: “Desperté, gocé,
sentí y amé…Que más da un silencio, si de un bulto me enamoré, qué más da mi
soledad, si solo una vagina soy, qué más da el sentimiento de quien me tiene si
al fin y al cabo soy su necesidad, qué más da si abrigo sueño, si cada fin de
semana, cada fin de mes o cada fin de año, tendré un maravilloso despertar”.
Y colorín, colorado este cuento se ha acabado. El Sr. Pene está dormido
y la Sra. Vagina por fin, despertó de su letargo.
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