Perdido en los algodones de un sueño, abracé la ternura del cielo.
Distraje mi alma en terrenales miserias, en ajenas gotas de lluvia que jamás
empaparon un deseo, en matemáticas sociales que nunca envolvieron un
sentimiento…En vacilaciones de vida, que solo me quitaron tiempo. Y en las ubres de un fetal recogimiento,
entendí que debía liberar un espacio para la reflexión, ese momento en que solo
estaba conmigo, ese instante en que nadie más cabía en mis brazos ni en mi
mente.
Le pedí a la imaginación que se
callara y a la música que volara entre las sienes del conocimiento. Supliqué al
viento que cesara el silbido, al trueno silencio y al rayo, poquita luz. Desnudé
mi cuerpo y dejé que mis pies abrazaran frío, que mi piel solo a mí me sintiera
y a los ojos, les pedí que no miraran ningún espejo, solo a mí. Dormí sueños, aparté
ilusiones, medité profundidad y me dejé llevar. Pinté de blanco el pensamiento
y en él dibujé la primera página de un libro, le pedí a mi alma que ocupara el
lugar de la mente, al sentimiento que le prestara una pluma y a la reflexión
que la llenara con sus tintas…Y mi alma empezó a escribir.
Escribió de dónde vengo y quien soy, lo que viví y lo que me queda por
aprender, las heridas que en el camino tomé y las cicatrices que por siempre
veré, todo el amor que di y que a veces no entendí a quién, los deseos que pedí
y las amarguras que fueron sembradas en mí. Explicó cada una de mis lágrimas
porque en su desahogo de ellas me llenó, cada uno de mis temblores porque en su
vibración me los dio y cada uno de los miedos, porque ella me los tatuó y
“experiencia” los nombró. Plasmó en versos
el hervor de su membrana cada vez que siento, el calor de sus dorados
hilos cada vez que amo y el color de sus labios cada vez que la pasión,
intensifica mis deseos. De mi destino
nada escribió, solo unos puntos suspensivos y unas comillas abiertas, sin
letras, sin tildes…Sin espacios.
El
libro se cerró y la reflexión sintió soledad y una infinita ternura. De repente
olí la sal de mi mar, sentí en los labios la nieve de mis montañas y de la
mirada interior, una lágrima brotó. No era una lágrima triste, no mojaba
ninguna mejilla y no expresaba miedo alguno. Era una lágrima de Amor, una lágrima
nacida del profundo sentimiento por mí mismo, una lágrima cómplice de vida y
cargada con las tintas de la sabiduría. La tomé en mi mano y en su reflejo vi
las grandes alas de mi ángel que me abrigaban y más arriba, cerca del cielo, la
puerta de mi destino, ese destino que hoy abrí y empecé de nuevo, a escribir.
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