Tu
amanecer escribió poesía desde el primer rocío, tu mirada se perdió en la
primera ventana y en tu exhalación pintaste suave vaho. Dejaste que tus dedos
dibujaran, que tus pezones a él se pegaran y en su frío, les prometiste placer.
Le juraste a tu Luna que tendría miel,
le pediste al cielo larga noche y a una estrella, un destello de esperanza. Te
vestiste y solo un sorbo exquisito de tu café tomaste. Tus labios no marcaron la taza, pues
guardaste sus grietas para que alguien las mojara en tu noche, no quisiste oler
la tierra de su cafetal, pues otro perfume caminaba en tu mente y jamás le
pusiste azúcar, pues tu garganta necesitaba otra dulzura.
Te
dirigiste a la puerta y no olvidaste tus llaves. No habría errores. Olías
intensidad y cada minuto tu anhelo crecía y desbordaba ansias. Dudó un segundo
el cuerpo su desodorante, la hormona sudaba y desesperada buscaba su feromona.
Callabas instinto y rugías como leona, no atendía indicaciones de razón tu
corazón, solo latía y latía. El alma escondió consejos ante la orgía de tantas
sensaciones. Los sentidos bailaban, la imaginación inventaba y soñaba…Y en tu
incipiente caminar, cada paso era contorsión, cada mirada escribía sensualidad
y cada caricia de viento en tus cabellos, un erótico suspiro.
Retabas al mundo, a tus miedos y a tus sueños. Hoy harías el amor,
quemarías pasión y dejarías que solo el deseo escribiera vida. Querías sentirte
mujer en los brazos de un hombre y lo conseguirías. No rezaste, nada le pediste
al cielo y jamás rogaste romanticismo a la Luna, solo su compañía. Sabías lo
que querías y sabías que llegaría, de alguna forma llegaría. Vestiste
seguridad. En tus audífonos, música para el alma y en tu escote, una lágrima,
con pequeños diamantes. En tus dedos besaste la marca de un antiguo anillo que
más que recordar aún te reprimía, de tu bolso sacaste una vieja agenda,
rompiste direcciones y teléfonos, enmudeciste tu móvil y te llenaste de
renovación. Alguien nuevo llegaría a tu vida, porque a partir de hoy, otro
destino sería escrito.
No
fue en un café, en la calle, en un bar o en la oficina. Tampoco en un parque,
en una feria o en un circo. No fue en tu casa ni en la mía. Tu vida era más
demandante y cuando abordaste aquel avión, tu sonrisa te delató, el destino
escogió tu asiento a mi lado y cuando los motores embravecían su aliento,
tomaste mi mano para sentirte segura. Me pediste una disculpa, asentí, te sentí
y te olí. Me penetraron tus ojos y en tu mirada entendí. El viaje era largo y
sabías que tu espera había terminado, que mi feromona en ti había entrado y que
aquellas grietas que presumían tus labios, ya me habían conquistado.
Interrumpió aquella azafata con su dulzura y su pregunta el momento y al
minuto, dos copas de burbujas, adornaron
nuestras manos, brindamos y poco a poco se deshicieron en las bocas. Llegó la
película de turno, se apagaron luces y el aire artificial enfrió el ambiente.
Cada quién tomó una cobija, la sentamos en nuestras piernas y reclinamos
suavemente el asiento. Mi corazón excedía latidos, mis ojos en la película y la
mirada en ella, el pie derecho caminó de lado y toco su pie izquierdo, no lo
quitó, se descalzó y lo encimó. La conexión firmaba seguridad. Le pregunté si
estaba relajada (¡estúpida pregunta!) y por debajo de la cobija, posó su mano en
mi pierna. Ya olía medio cielo y creo que escuchó el suspiro de mi piel.
Agradeció mi compañía (atrevida y sutil) y su mano caminó unos diez
centímetros. Mi sangre empezó a hervir y aunque me molestaba ya la cobija, no
la quitaba. Subió su mano quince centímetros más y me miró. La película era
aburrida, su mano me excitaba y decidí sentirla con ojos y mirada. Caminó su
mano, esta vez solo unos cinco centímetros (sin prisa, pero sin pausa). Me
sentía tenso y con una duda que ya crecía en mi entrepierna.
Si
me atrevo, quizás me vea imbécil y si no lo hago quizás me crea idiota, con lo
cual decidí vencer ambas ignorancias y pasé a la acción. La miré, con mi lengua
recorrí labios, con mi mano despejé frente y su mano viajó, notó y ella sonrió.
Quería pensar mi próximo paso y me besó, calló mi mente y ahora sí, caí en la
total ignorancia, en la total admiración por la ternura de aquel beso y en la
total abstracción por un erotismo que ya desbordaba mis expectativas. Su lengua
seguía recorriendo uno a uno mis dientes, me llenaba de sabor y olor, excitaba
la oscuridad y prendía ceras por todo mi cuerpo. Todo era hermoso y el juego
seguía, la diversión ya era circo de idiomas, mi niño viajaba en su boca y su
niña abrazaba de infinita ternura el gusto por sentir, por sentir lo máximo y
por leer entre líneas el bello pasaje de un instante.
Salió
de mi boca, se acercó a mi oído, sentí mojada su lengua y susurró: “Cuenta
hasta cien y ven”. Se levantó, su cobija cayó en mis piernas, más y más calor,
redirigí el frío aire del panel y despacito dejé las cobijas en su asiento.
Treinta y uno, treinta y dos……Entendí que contar hasta cien me llevaría unos
dos minutos…Sesenta y ocho, sesenta y nueve(Ahí no se podía), setenta, setenta
y uno, setenta y dos….Noventa y ocho, noventa y nueve…Me levanté con notable
sutileza, elegancia y quietud. Noventa por ciento de pasaje dormido, cinco por
ciento mirando noche por las pequeñas ventanas, cuatro por ciento asustados y
un uno por ciento caminando al baño, es decir “yo”.
No
sería fácil. Azafata de guardia. Baño cerrado. Me dirijo al baño de mujeres.
Rápido recibo la indicación de la azafata que no es el mío. Le contesto que mi
esposa se siente mal y toco la puerta. La puerta se abre y le hago un guiño a
la azafata (¡imbécil, me delaté!). Entro. Saco la cabeza, miro a la susodicha y
le hago saber que mi esposa me necesita, disimulo preocupación, desenredo su mal
pensamiento y cae en la trampa. Aliviado, cierro por dentro la puerta. En voz
alta expreso mi preocupación por la supuesta esposa y oigo el dulce crujir de
un cinturón de seguridad que me indica que ya se sentó nuestra azafata. Otra
vez, sumido en mi sublime ignorancia iba a explicarle lo que pasó…Y no me dejó.
Sus
ansias ardían, su ropa se deshacía, su saliva era mía y las erecciones se
confundían. Su mano desenvainó espada y mi boca abrazó su pezón. Dedos entre
cabellos, sudor pegando piel, pélvico movimiento y contorsión de cuerpo.
Intensidad, fricción, deseo, convulsión. Arrebato emocional, sentidos
explotando, desnudeces nadando escalofríos, temblor de piernas y suspiros
arañando pasión. Falta el oxígeno, el alma alarga espacio y muere el tiempo.
Exige libertad la penetración, sus manos aprietan mis muslos, mis brazos rodean
y resbalan en su espalda, las miradas provocan, la perversión muerde labios,
poco a poco se viene el orgasmo, eyacula el espíritu, nace quedito el gemido y
mi boca tapa su grito. Suda el aire, yace silente el verso y emerge poderosa la
poesía, en el baño de un avión. Te atreviste…Y fui tuyo.
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