Temblaba la taza en mi mano, café
caliente, labios precavidos, dedos atrevidos y un dulce sabor que no entendía
que era amargo. Un día aciago, el amanecer nació temprano, mis pies estaban
cansados, mi espalda molida y en mis ojos solo una lagaña vivía. Las sábanas mi
cama desvestían arrugadas y distendidas, sé que mi almohada de lejos me veía y
aquella mesita de noche se alegraba de que hubiera llegado el día. Fracasaba el
momento porque el hombre no sabía que sentía,
la luz apagada le pedía ayuda a un alba que no se atrevía y como la
ventana sola no se abría, me levanté, recorrí la cortina, de lado miré, toqué
su cristal, mi dedo seco saqué y entendí que ni el rocío me daba querer. ¡Qué
triste respiré!¡Que sensación de dejadez!¡Que depresión noté que hasta a medias
el cigarro tiré! Me desnudé, a la ducha entré, el agua caliente dejo de ser y
las agujas del hielo mostraron su poder, de prisa me enjaboné, la incipiente
barba afeité y mi boca lavé. Maldije profundo como siempre me enseñé, el café
tiré, a la corbata le dije que el nudo era una desfachatez, a mi pantalón la
línea le quité y enardecido tomé la plancha y quemé una camisa, una trusa, un
calcetín y la funda de un cojín. Era de esos días que todo sale al revés y de
repente un conocido sonido escuché. De mi puerta venía el timbre, osado,
quisquilloso y seguro de algún vecino que amable no me daría la mano ni unos
buenos días con agrado. Por la mirilla espié por si acaso, pues mi casa olía a
plancha y a quemado, no fuera un rey fuera de su estado o un político pidiendo
votos para el senado. Y lo que vi, me gustó: noventa, sesenta, noventa, ojos
verdes, mediana cabellera, piel de muñeca y labios de seda. Abrí sin peinarme,
asentí sin escucharla y el paso le permití. Parecía amable, poco risueña, algo
inteligente, olía a jazmín y fresas, su tacón no insultaba ligereza y vestía
muy fresca. No me dejó ver su transparencia pero en la imaginación la pensé
tersa, no toqué su sesenta encima de su cadera pero en la ilusión la sentí
cerca, su tanga marcaba pero mi educación no era vana y cuando tomó la taza
invitada, vi una grieta en su lengua que a una serpiente me recordaba. ¡Era
bípeda! Quizás una marciana o de un extraño ente reencarnada. No sentí miedo y
en la sala, empezamos la plática. Me habló de Orión, de Sirio y de quien sabe
qué universos, que si nosotros éramos nada o solo el mal engendro de un
invento, que un error habían cometido y que por eso decíamos que había
infierno, que en el cosmos los mundos vivían paralelos y que cada decisión
tenía un cielo. Paré la charla y le dije que todo eso no me importaba nada, que si algo de mi quería, su belleza guardara
junto a su bípeda saliva porque mi alma
ya estaba asustada. Me tomó de la mano, me miró y sin hablar me dijo que el sentimiento
me faltaba, que mi corazón estaba vacío, que ya todos los había escrito y que de
regalo, un nuevo corazón tenía que ser dado. En un segundo, junto a ella en una
extraña tienda me encontraba: vendían corazones, por ella abrazada sentí paz en
la entrada, caminé por inercia, recé porque así recordaba y sin darme cuenta,
en la primera vitrina, desmayé mi ansia.
Y ahì, en aquel estante habían dos
corazones: uno lleno de sangre, poderoso, rojo y con latido de carne, el otro
estaba congelado, seco, pálido, sin latido, pero con dos ojos que ni la mirada
habían perdido. De frente sentí que me hablaban y de reojo escuché que me
llamaban, vi que aquella mujer en sus manos lo tomaba, su aliento me buscaba,
yo la pared miraba pero no logré disiparla. Le dije que no era mejor que el
mío, que por favor que no cambiara vacío por vacío pero aquella mujer tomó mis
palabras por olvido, me reclamó un no se qué y escupió que por mi culpa lo había
perdido, miré debajo de una mesa y recorrí todo el piso…y así distraído, en
silencio tomó un cuchillo, mi pecho abrió con sumo sigilo y el corazón cambió
sin yo sentirlo. De repente sentí un deshielo, un primer latido y en mi
conciencia una voz que me decía “¡tranquilo!”, el espasmo era sufrido y el
terror me tenía el cuerpo oprimido. Me obligó a alimentarme porque de rojo
tenía que entintarlo, me llenó de fresas y cerezas, me salpiqué con el jugo de
un kilo de grosellas y terminé hundiendo mi boca en una sandía que sabía a
dulce melodía. Ya mi alma cansada dormía, el sudor empapado de mi piel se exprimía
y las pestañas despacito, ya cerraban el
teatro de aquel día.
Con un gran sobresalto desperté,
ya no estaba aquella mujer, bellísimo se vistió aquel amanecer y todos los
colores eran más intensos de los que alguna vez pude ver. El rocío era tenue
lluvia, una brisa me acariciaba desnuda y el alba era tan hermosa que no había
sombra que mostrara una duda. El café olía a su tierra, el pan a su horno, el
pajarito a su nido y el pétalo a su rosa, la Luna nadaba plena en un horizonte
que por despedida le preparó una fiesta y el Sol, maravilloso y candente,
jugaba con una nube que por valiente se le puso de frente. Todo era igual pero
diferente, todo en su lugar pero lo sentía distinto, porque lo veía como antes
pero lo percibía mucho más grande, no de tamaño sino en su interior, no solo en
el color y su intensidad sino que sabía que en ese todo, un alma vivía en
verdad, algo más allá de la terrena espiritualidad que lo tenía que guardar. Y
yo la notaba, la respiraba e incluso la podía explicar. ¿Qué me estaba
pasando?¿Estaba soñando o en otra realidad?¿Qué había fumado si no tenía hierba
de la que echar mano?¿Qué me estaba pasando?
Entre dudas estaba nadando pero
vivía algo que quizás solo a veces había imaginado, entre preguntas buscaba esa
respuesta que me diera una certeza y entre dolores de cabeza, buscaba una
aspirina que fuera parte de la naturaleza. Como sirena me duché y hablé con el
agua de manera sincera. En el diálogo estaba cuando alguien tocó a mi puerta,
me rebocé con la toalla como está mandado y por la mirilla espié para ver quién
era. ¡Era aquella mujer! Abrí con recelo y temor, la toalla del cuerpo se
escurrió, ella educada no miró, la mano tomó el dichoso trapo con sumo agrado y
la invité a pasar, con mi tesoro ya guardado. No pregunté y respondió, no
entendí pero rápido asentí, no la escuché pero todo oí y en el aturdimiento
entendió y me volvió a repetir: “ahora tienes un corazón de lujo, lleno de
sentimientos y en tu sangre late como si fuera el primero”. Le pregunté por qué
había escogido ese corazón tan seco, que tuve que hidratar dándome por entero y
que ahora parece nuevo. No dilató en su respuesta y me dejó boquiabierto: “ese
corazón tan seco a un ser perteneció, lo caminó, lo corrió, de orgullo lo
llenó, de envidias lo sembró, alcoholizó su sangre, sus arterias tapó y nunca
uno de sus sentimientos tocó. Jamás amó y cariño no sintió, nunca sonrió pero
tampoco la tristeza conoció, no caminó ternuras ni caricias dió, no sintió frío
ni calor en el amor… y ni una lágrima jamás, de su ojo salió. El corazón se
cansó, su latido poco a poco entre coágulos se perdió y aquellos sentimientos que
en él vivían desde el momento en que Dios lo creó, por no utilizarlos, lo
secaron, lo colapsaron y en el último infarto, lo explicaron.” Creo que mi
asombro la cautivó, me abrazó y en el susurro, otra vez me conmovió: “Este corazón
de vírgenes sentimientos te respira en
verdad y ahora de nuevo sentirás, escribirás, amarás, de naturaleza te
vestirás, a carcajadas respirarás, llorarás
y cuando sientas que una lágrima ya no quiera resbalar, solo piénsame, porque
soy tu ángel de la guarda y otro corazón tengo guardado para ti, en el fondo de
mi alma.”