Respiró su inocencia un alma de
niño y quedó escrita en la vieja arruga de un pergamino, la recogió un mendigo
y como vagabundo caminó por siempre en el sueño de aquel niño. Creyó que todo
lo había vivido, que lo existido ya era memoria para el olvido y cada vez que un silencio le era permitido,
preguntaba a su soledad si en verdad había alguien divino, por qué quería
conocer esa pluma que escribía su destino. De huellas llenó su camino, de
pensamientos los bosques, de respuestas sin dolor las espinas, de caricias cada margarita y de envidia cada pétalo que su
rosa humedecía.
Vagabundo y mendigo, guardián del sueño de
un niño, espíritu libre y mensajero de aquel pergamino. Pasaban mil arenas por
la estrechez de aquel reloj de vida, miraba de cerca las piedras en cada
vereda, cruzaba ríos y en cada espejo de agua sostenía firme su mirada, cada
montaña era caminada y cada duna en su desierto pisada. Sudaba, frío sentía, el
temblor de sus piernas comía, el viento ya no escuchaba y cada nube era
meditada y exigida, para que su sed calmara. Viejo en años y anciano cansado
por cargar un sueño que no podía explicarlo, sintió que su destino ya no sería
largo, que el dulce verano había terminado y que como hoja abandonada, vería en
su árbol una ocre caída de aquel otoño, del que siempre se creyó retoño.
Entendió que había llegado a su
último paisaje. A su derecha millones de burbujas sostenían una hermosa y gran
cascada, a su izquierda una espesa niebla cubría de cenizos óleos los mármoles
de un cementerio que vida no explicaba, de frente una gran roca sus posaderas
esperaba y cuando buscó alguien que lo acompañara, vio su soledad como se
apartaba, a la naturaleza como lo abrigaba y a un pequeño saltamontes que entre
sus pies saltaba. Pensó que entre la vida y la muerte estaba, entre el eterno
ruido y el infinito silencio, entre la oportunidad y el sueño, entre la verdad
y una ilusión deseada que casi era cielo. En aquella gran piedra sentó su alma
y despacito abrió aquel pergamino que con tanto afán, entre su ropa guardaba.
Antes miró precavido a un horizonte que parecía que le hablaba, pero al no
escuchar ningún sonido, solo disfrutó del nacimiento de una nueva alba. Lloró
el mendigo porque quizás sería la última y en su lágrima retrató lo que su
vagabundo había vivido, secos yermos pintaba, cálidos desiertos y animales
libres corriendo en sus sabanas, selvas mágicas, cuevas de hadas, estrellas
deseadas y una mujer que en su Luna quedo grabada. Una paciencia de vida era
dibujada, un sentimiento recorría gota a gota su cara y el escalofrío era tanto,
que se tiró y a la fresca hierba pegó su espalda.
En sus manos desplegó aquel
pergamino, buscó aquella arruga donde escribió el sueño aquel niño, la tinta
era hermosa, el olor a pétalo de rosa y su textura suave, como piel de
mariposa. Habló el escrito y sus manos respiraban temblorosas, aquellas letras
habían vivido y entre su prosa, él había existido. El sueño se había cumplido,
el camino fue bien elegido y el destino terminado en el exilio consentido. De
aquella sociedad se había apartado y del mundo conocido renegado, unió sus
pasos a la naturaleza y sus huellas fueron tierra, vivió intenso cada verso del universo, cada
noche de su Luna y cada día que un nuevo cielo lo sobrecogía en su anhelo. Se
desnudó cuando quiso, se bañó en cualquier río y navegó atrevido sobre cualquier
sal de cualquier mar, gritó y no fue señalado, lloró y por nadie fue abrazado,
amó y a nadie pidió un beso prestado, pensó diferente y por nadie fue juzgado,
sintió lo perverso, lo osado y el sueño imaginado, jamás vió un alce cazado ni
lloró al ver un niño abandonado, nunca le dijo el estado que el impuesto no
había pagado porque el dinero en su vida no fue necesario. Era naturaleza y el
sueño estaba pensado, aquel niño moría y sabía bien lo último que haría: en la
tierra se estiraría, sentiría su postrero abrazo, en ella se rebozaría, miraría
de reojo su legado y cenizas no sería, en grano de arena se convertiría y a la
naturaleza se fundiría. Fue nacido y decidió que su vida sería distinta, soñó
diferente y para recordarlo lo escribió en su pergamino, lo escribió para que
jamás fuera olvidado que un día en su albedrío, descubrió un nuevo camino y
vivió como niño, vagabundo y mendigo, apartado de injustas guerras, sin pedir
permiso y sin juzgar si su destino, fue escrito o no, por lo divino.
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