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martes, 22 de mayo de 2018

NIÑO, VAGABUNDO Y MENDIGO.



               Respiró su inocencia un alma de niño y quedó escrita en la vieja arruga de un pergamino, la recogió un mendigo y como vagabundo caminó por siempre en el sueño de aquel niño. Creyó que todo lo había vivido, que lo existido ya era memoria para el olvido y  cada vez que un silencio le era permitido, preguntaba a su soledad si en verdad había alguien divino, por qué quería conocer esa pluma que escribía su destino. De huellas llenó su camino, de pensamientos los bosques, de respuestas sin dolor las espinas, de caricias  cada margarita y de envidia cada pétalo que su rosa humedecía.
               Vagabundo y mendigo, guardián del sueño de un niño, espíritu libre y mensajero de aquel pergamino. Pasaban mil arenas por la estrechez de aquel reloj de vida, miraba de cerca las piedras en cada vereda, cruzaba ríos y en cada espejo de agua sostenía firme su mirada, cada montaña era caminada y cada duna en su desierto pisada. Sudaba, frío sentía, el temblor de sus piernas comía, el viento ya no escuchaba y cada nube era meditada y exigida, para que su sed calmara. Viejo en años y anciano cansado por cargar un sueño que no podía explicarlo, sintió que su destino ya no sería largo, que el dulce verano había terminado y que como hoja abandonada, vería en su árbol una ocre caída de aquel otoño, del que siempre se creyó retoño.
              Entendió que había llegado a su último paisaje. A su derecha millones de burbujas sostenían una hermosa y gran cascada, a su izquierda una espesa niebla cubría de cenizos óleos los mármoles de un cementerio que vida no explicaba, de frente una gran roca sus posaderas esperaba y cuando buscó alguien que lo acompañara, vio su soledad como se apartaba, a la naturaleza como lo abrigaba y a un pequeño saltamontes que entre sus pies saltaba. Pensó que entre la vida y la muerte estaba, entre el eterno ruido y el infinito silencio, entre la oportunidad y el sueño, entre la verdad y una ilusión deseada que casi era cielo. En aquella gran piedra sentó su alma y despacito abrió aquel pergamino que con tanto afán, entre su ropa guardaba. Antes miró precavido a un horizonte que parecía que le hablaba, pero al no escuchar ningún sonido, solo disfrutó del nacimiento de una nueva alba. Lloró el mendigo porque quizás sería la última y en su lágrima retrató lo que su vagabundo había vivido, secos yermos pintaba, cálidos desiertos y animales libres corriendo en sus sabanas, selvas mágicas, cuevas de hadas, estrellas deseadas y una mujer que en su Luna quedo grabada. Una paciencia de vida era dibujada, un sentimiento recorría gota a gota su cara y el escalofrío era tanto, que se tiró y a la fresca hierba pegó su espalda.
               En sus manos desplegó aquel pergamino, buscó aquella arruga donde escribió el sueño aquel niño, la tinta era hermosa, el olor a pétalo de rosa y su textura suave, como piel de mariposa. Habló el escrito y sus manos respiraban temblorosas, aquellas letras habían vivido y entre su prosa, él había existido. El sueño se había cumplido, el camino fue bien elegido y el destino terminado en el exilio consentido. De aquella sociedad se había apartado y del mundo conocido renegado, unió sus pasos a la naturaleza y sus huellas fueron tierra,  vivió intenso cada verso del universo, cada noche de su Luna y cada día que un nuevo cielo lo sobrecogía en su anhelo. Se desnudó cuando quiso, se bañó en cualquier río y navegó atrevido sobre cualquier sal de cualquier mar, gritó y no fue señalado, lloró y por nadie fue abrazado, amó y a nadie pidió un beso prestado, pensó diferente y por nadie fue juzgado, sintió lo perverso, lo osado y el sueño imaginado, jamás vió un alce cazado ni lloró al ver un niño abandonado, nunca le dijo el estado que el impuesto no había pagado porque el dinero en su vida no fue necesario. Era naturaleza y el sueño estaba pensado, aquel niño moría y sabía bien lo último que haría: en la tierra se estiraría, sentiría su postrero abrazo, en ella se rebozaría, miraría de reojo su legado y cenizas no sería, en grano de arena se convertiría y a la naturaleza se fundiría. Fue nacido y decidió que su vida sería distinta, soñó diferente y para recordarlo lo escribió en su pergamino, lo escribió para que jamás fuera olvidado que un día en su albedrío, descubrió un nuevo camino y vivió como niño, vagabundo y mendigo, apartado de injustas guerras, sin pedir permiso y sin juzgar si su destino, fue escrito o no, por lo divino.



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