Estabas relajada, parecías
cansada, pero solo esperabas sentirte deseada. Absorbías del mar su calma, el
viento desnuda te acariciaba y una dulce brisa mecía despacito aquella hamaca.
De pronto una melodía cruzó tu mirada, un olor extraño le cambió al día su
fragancia, el pincel esbozó el primer sorbo de una anhelada velada y aquella
mano a tu sudor pegada, te dijo ven, porque hoy serás amada. Despacito, poquito
a poquito, dejaste que aquel hombre de tierna estampa, tus pies besara. Entre
tus dedos, sus labios, tu planta recorriendo las líneas de sus manos, tu piel
entre sus ojos y un pequeño temblor en su mejilla viajando.
No se atrevía el grillo pues aún el
cielo no pintaba su ocaso, la ola esperaba su marea alta y el atrevido cangrejo
para atrás caminaba en tu playa. De arena y sudor tu espalda se rebozaba, el
aliento respiraba lento, el suspiro esperaba, la pureza de aquel amor por tus
piernas se expresaba y tus brazos, ya su cabeza abrazaban. Lo sentiste latir,
la imaginación no exageraba, su lengua trotaba y sus labios pellizcaban. Entre
dientes una emoción salivaba, el deseo crecía, la pasión su irreverencia
encendía, tu cuerpo más quería y aquella ola en su marea, ya rugía. Encendió el
cielo sus estrellas y desnudó la Luna su belleza, una media sonrisa se abrazó
al silencio y las miradas se detuvieron en el tiempo. La carne se fundió a la
naturaleza, bailaron en exótica cadencia, la contorsión arqueó cada poro en
aquella arena, explicó una lágrima el clímax de la conciencia y el sudor, su
contenida impaciencia. Gritó dulce un eco en las sienes y corrió el beso
ahogado en mieles. Desgarró el gemido las ubres del viento, los mares se
abrieron, la montaña absorbió el silencio, y entre la lava de un pequeño
universo, viajó una semilla, atrapada entre dos alientos.
Era
suya y la hiciste tuya, la abrazaste toda y la pegaste a tu vientre, abrigaste
sus miedos y le dijiste que en ti estaría por siempre. Te miró el hombre y en
tu beso supo que aquella semilla era su destino, que traía sus genes, que en
amor germinaría, que jamás sería olvido ni tendría frío en su camino. Cerraste
los ojos, te miraste dentro, te sentiste madre, mujer y un pedazo de cielo
porque en ti, un angelito estaba creciendo. Te diste toda, sin condiciones, sin
mirar la hora, le regalaste tus latidos y te respiró, lo envolviste con tu alma
y a ella se aferró, por tu piel sudó, en tus lágrimas el mundo vivió, de cada
sonrisa un sueño en él creció y por cada caricia, una patadita de su amor te dio.
El día llegó, el milagro sucedió
y el dolor, sólo se explicó. Un sentido diferente amarraba tu vida, nacía un
ser que ya conocías suficiente, la duda vagaba en tu mente y le pedías silencio
a cualquier atisbo de muerte. Las personas iban y venían, batas blancas con
desparpajo te veían, el corazón de prisa latía y tu respiración tomaba un
escrito que no leías. Intensa querías cuando ya de tu vientre salía, debías ser
valiente para darle vida, sufrir lo indecente y amarlo con suma osadía. Tu
cadera se abría, el espasmo sufría, la contracción mostraba alevosía y las
miradas, ya no consentías. Las humedades se perdían, la sangre corría, nada
oías y un extraño olor te decía que el milagro ya vivía. Cerraste tus pestañas,
apretaste la quijada, tomaste el último aire, los puños se encogieron, se erizó
tu espalda, exhalaste convencida y en ese último aliento, una luz fue parida.
Mujer y madre, que no te
pregunten de que está hecha tu sangre, que jamás intenten un dolor explicarte y
no dejes que nunca osen con un dedo señalarte. No permitas que de amor te
enseñen ni que los sacrificios te reten porque el milagro eres tú, la razón que
da vida y el único ser capaz de germinar del hombre, su semilla. Ser mujer es un
arte, ser madre es expresarlo, interpretarlo y dotarlo de toda la pureza en su
significado. Que no te cuenten que al verte lloró porque tú sabes que no fue
así, solo de frente te miró, el amor los llenó y cuando el abrazo por fin los
tocó, su alma gritó: ¡Mamá!
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