Quise comprar al viento su silencio,
me abrazó lento, de su brisa embriagó mi alma y un eco desgarró mi garganta.
Atónito lo miré, en el horizonte una mirada fijé, no vi nada, solo la espada de
un alba que ya despuntaba. Le pedí al sueño que no la viera, a la pesadilla que
de un manotazo cerrara mis ojos, a la vigilia que fuera consejera y a la vida
que mi locura viviera.
…Y la locura se convirtió en
baile y el baile en una danza desbocada, rugía el viento su rabia, el deseo
sudaba, el poro abría su lágrima y un cuchillo entre dientes, blandía su
estampa. En dos se partió la Luna, el bosque gritaba, el druida su marmita cuidaba
y cien brujas desnudaban sin pudor sus almas. Prendió el eunuco una gran fogata
hecha de leñas y antiguas carcasas, el destello fue intenso, brillaron las
estrellas sobre piel blanca y las más bellas mostraron con música su elegancia.
Una hechicera de violín estrecha se sintió llena, vibró sus cuerdas y entre sus
largos cabellos, el acorde gimió al que lo oyera. Una mala pécora le robó al
piano sus teclas y la más desnuda de todas ellas, sin un vello que la cubriera,
se enredó golosa entre las fauces de un arpa con piel de hiena. Crepitaba
orgulloso el fuego, el encanto retaba y el desenfreno olía a brasa de infierno,
esperaba tranquilo el árbol su trueno pues el rayo ya lo había quemado por completo,
transpiraba sangre el musgo y la espina crecía en cualquier hiedra, la noche
era cómplice y la partida Luna siempre llena, vigilaba la vereda.
Sentada, una gran gárgola miraba impávida el
paso de los siglos, seres acuáticos ahogaban niños, unos lémures esperaban
pacientes a que muerto poseer, un grupo de silfos meditaban en su cueva la gran
memoria universal y unas incipientes larvas
navegaban extraños limbos sin encontrar un purgatorio por merecer. Lucifer afilaba
sus uñas mientras leviatán esperaba al primer hereje que se dejase querer, un
gnomo le preguntaba a su nereida si había plancton qué comer, el hada huía
despavorida y un viejo elfo no sabía si lo que veía era noticia o un sutil
resquicio del ayer.
Aulló el lobo por vez primera,
estremeció en escalofrío la bruja más vieja, se abrió la tierra, una nube cayó,
el tiempo calló y el cometa fugaz pasó, el silencio dejó de ser y el espacio se
fue, como el ave que una vez rapaz perdió su fe. Obró el druida un nuevo averno
y en su pócima las brujas cayeron. Cien diablos de su marmita surgieron, cien
lenguas de fuego que cien cuerpos hasta el éxtasis lamieron. Vomitó la gran
olla a oníricos eunucos y a terrenales vestales,
llegaron en lluvia las estrellas y en sus gradas sentaron a los viejos más pervertidos
y ancestrales. El teatro era inimaginable: brujas desnudas de piel blanca
abrazadas por escamosas serpientes azufradas y de largas barbas, vestales poseídas por eunucos que jamás lograban
penetrarlas, viejas alimañas sentadas en los asientos más altos contaban sus
hazañas y de lejos poco a poco el horizonte, sin decir nada, de una espesa y
extraña niebla se llenaba. Escobas metódicamente alineadas, hechas de cáñamo y
esperma del diablo para que entre sus piernas consumaran el embarazo y la
estirpe siguiera dando y dando.
La orgía estaba dada, el
aquelarre bailaba, el deseo era danza y el pecado, una espada totalmente
desenvainada. Llegó la razón en busca de un filón, la inteligencia se puso
tersa, la sociedad habló y se puso en acción cuando vio a un juez sacudirse en
su erección, el policía gemía y una farola apagaba sumisión cuando veía a la
vecina mostrar su vagina en su húmeda condición sin pedir perdón. Todo era
perverso y en la perversidad escribía el verso, miraba de reojo el converso y
afligido un compositor no hallaba sus ideas en este Universo. Habló el druida y
en su grito calló todo el averno, le preguntó al silencio y le contestó una
aguja perdida en un pajar dantesco, pidió justicia al ver que un juez dormía y
la bruma despacito en sus ojos escribió una legaña seca, de reflexión y letanía:
¿Quién juzga a los jueces? Porque son hombres (aunque algunos no lo sepan), por
ende imperfectos, por raza pluscuamperfectos y por orgullo, de los dioses
electos. Leen la ley, la piensan, la interpretan y la subjetividad en su risa
se retuerce, una ambigüedad siempre permitida crece y se cree inteligente, una
reprimida ansia reverdece entre laureles y al caer la sentencia…el reo su piel
eriza porque no la entiende. Despierta el juez y ve como el condenado desde su
cárcel le clavó el primer diente, como la conciencia ya jamás dejará que sea
consciente y como la bruja más vieja lo tomó como escoba, como su verruga más
fea o quizás como lágrima de serpiente, que colgará en un cuello que aunque
arrugado, siempre camina caliente. Y el druida ya tenía para su pócima, el
penúltimo ingrediente.
El baile rima incandescente, el humo
abraza besos nube por nube, el valle se muestra irreverente y la más alta
montaña vende sus sombras al político más indecente. Del asiento lejano baja el
corrupto más anciano, un dictador de los de antaño, uno de los que cortaban
manos y se alimentaban del diario fracaso de aquellos mundanos, aquél que en el genocidio basó su
legado y el que de manos llenas dejó a sus nietos amparados. El druida le dio
la mano y con un movimiento estudiado, de cabeza a la marmita fue enviado: la
pócima del veneno se había completado. Lo sintió potente, lo dotó del sabor de
la vainilla en vara y del más profundo cacao, lo bendijo en consistencia y con
él llenó cien huecos cráneos. Una por una cada bruja lo tomó y el baile siguió.
De lejos la luna lo vio, se tapó en su velo y se escondió. El cielo cambió su
color, las negras nubes derramaron su bilis y de amarillo se pintó. Enardeció
el Sol, la Tierra estremeció dolor, el volcán vomitó y una intensa y ancha lava
despacito, muy despacito avanzó. Gimieron la brujas y de las últimas sombras nadie
salió, ningún portal se abrió, el agujero negro se cerró y en la soledad de su
desnudez solo de aquella lava, esperaban eterno calor.
Desperté sudado y asustado,
con frío en los dientes y no sé qué en el puño de mi mano. La pesadilla había terminado
pero el sueño todavía estremecía mis labios. Dejé que mi lengua `por ellos
pasara, que mis dedos una saliva sacaran y que mis ojos le preguntaran a mis pestañas
si todo estaba en calma. Pensé que sí y al saltar de mi cama, al lado de mi
puerta una escoba estaba. De pie, bien peinada, de rasgos moderados y parecía
lista para ser usada. No me atreví. Sola se movió. Me estremecí. Una vecina
cantó…Y entonces entendí que mi sueño jamás acabó, que la pesadilla no las
fundió, que siguen vivas y que quizás aquella lava antes de llegar a ellas,
algún hechizo la congeló.
¡Mira
bien! ¡Presta atención! ¡Porque de haberlas, haylas! Quizás son mera ilusión o
un montón, pero seguro una has de conocer y temer. Quizás se muestre desnuda bajo la Luna o solo cantando una canción, quizás
tenga diez verrugas, una o ninguna, quizás la veas en tu cocina o sea tu
vecina, quizás aquella viejita sentada en un banco cuando sales de la oficina o
quizás la falsa virtualidad de tu amiga. ¡Cuidado! Porque las fábricas de
escobas cotizan en bolsa y cada vez menos mujeres barren y más hombres lo
hacen. Amigo, huele tu escoba porque en su fragancia esconde el veneno de
aquella pócima y si a juez y a político corrupto sabe su estampa, ¡Barre, barre
y barre, hasta que la deshilaches, le quites su forma y no dejes que ninguna,
entre sus piernas la ponga!
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