No
puedes respirar sin alma pero puedes sentir si tienes corazón. No te atrevas a
usar tu ignorancia ante la inteligencia y menos prestes tu amor propio a los
orgullos del profundo y maquiavélico saber de la verdad absoluta. Enreda tus
ansiedades en los deseos de tus sueños y verás como tus manos, se llenan de
ilusiones una y otra vez.
Cuenta una
imaginada leyenda que una vez un conejo siguió un consejo. El consejo, se
vistió con las mejores galas porque lo seguía el conejo y el conejo siguió
desnudo porque no conocía el consejo. Se conocieron y el consejo sorprendió al
conejo con su sabiduría: El conejo durmió sus orejas en señal de respeto y el
consejo se sintió rey en una selva que no era suya. Pasaron los días y el consejo
veía asombrado como el conejo no seguía sus enseñanzas y el conejo veía como el
consejo solo se le quedaba viendo.
Vivía el Sol
y dormía la Luna, el conejo brincaba, soñaba y jugaba mientras el consejo
reflexionaba, veía y razonaba. Y es que el consejo nunca fue conejo y el conejo
jamás atendió a ciertos consejos que llegaron a su vida. Ante la tristeza del
conejo al ver la soledad del consejo, decidió seguirlo y el consejo, animado
por tal motivación, decidió armarse en su orgullo de sabio y se refugió en su
memoria. Transcurrieron los días y el conejo no entendía al consejo y éste solo
miraba al conejo en su perplejidad.
Y llegó el
día en que el conejo enfrentó al consejo y le dijo: “ Mira consejo, para que tu
virtud pueda enseñar mi alma, primero tenías que haber sido conejo…Vivir como
conejo, comer zanahorias, respirar hierbas y oler humedades, de lo contrario
solo te convertirás en un vacío en mi vida, en un simple y abstracto momento. Y
el consejo entendió y fue entonces que el conejo se convirtió en consejo y el
consejo intentó por una vez, ser conejo.
No
malbarates enseñanzas sino las viviste y no recibas consejos de quien dice
tiene la verdad absoluta en sus manos. Enseña cuando aprendas y escucha razones
de quien sabe, no de quien las inventa.
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