Corría el
venado en su dolor, brincaba en sus saltos y en sus saltos sus brincos cada vez
eran más pausados. “Era ocioso verlo luchar y aburrido escuchar sus lamentos”. ..“Él
sabe que lo maté y el plomo que lleva en su corazón, muy pronto apagará por siempre sus pobres y
frágiles latidos”...Pensaba el cazador.
La nieve
manchaba sangre, el viento olía a muerte, el silencio estremecía secos arbustos
y la niebla era incapaz de guardar en la montaña la despedida de su venado. Era
un venado único, cola blanca, cornamenta pintada en sutil azabache y ojos
destilando miel. Era el poeta de la sierra, el mago de las luces y el desafío
de los vientos. Ardiente semental, padre como pocos y fiel guardián de las
montañas que lo vieron nacer. Era venado y se fotografiaba como alce, era
venado y tenía el valiente corazón de un oso, era venado y jamás se contagió de
los sentimientos del hombre, era venado
y su religión era la naturaleza, era venado y su libertad era juramento
de vida, era venado y era maestro.
Se
oscureció el cielo, la tormenta llegó amenazante quien sabe de dónde. El
cazador, sentado en el pedestal de su
creído poder, solo esperaba el deceso. Las tinieblas se atrevieron y abrazaron
el momento con su densidad, las nubes cargaron rabia, el viento se llenó de
libertad y alevosía…El cielo se cargó de electricidad, el Sol juntó fuerzas con
la Luna y las estrellas fugaces comenzaron su lluvia. La intensidad era más y
más, a lo lejos el mar embraveció su marea y llenó las montañas con su humedad,
tembló la tierra y puso condiciones al cielo…Y fue entonces cuando se creó el
Rayo, se llenó de trueno y desató toda la furia del Universo.
Fue tan
intensa su luz, que en un segundo crecieron pastos, se abrieron flores y
reverdecieron viejos arbustos. Fue tan intenso el destello, que en él se
ocultaron las estrellas de cien mundos. Fue tan mágico el momento, que el
zarpazo de un dedo del relámpago sacó la bala del corazón del venado, el viento
la envolvió en su coraje, el trueno la expandió en cien mil pedazos y el poder
de la montaña los sembró en el cuerpo del cazador.
Nunca
desafíes la naturaleza, su sabiduría es eterna y sus sentimientos no se tocan.
Vivió el venado, vivió su poesía, su grandeza, su cola blanca, el azabache de
su cornamenta y la miel de sus ojos. Murió el cazador, su pequeño orgullo y un
pedacito de nuestro malentendido mundo.
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