Era otra época, quizás otro siglo…Las noches
eran cuna de romanticismos, los besos escribían sentimientos si nacían escondidos,
las palabras no se decían, se recitaban y mientras tanto entre sus ceras, alguien en su azorada y temblorosa piel,
escribía Romeo y Julieta. La literatura revestía de oro sus galas, las plumas
de exóticas aves derramaban tintas por doquier y cuando el silencio aleteaba
pasión, el cielo abría sus puertas y arrodillaba su luna.
Cantaban los juglares, las brujas desnudaban
aquelarres en luna llena, anónimos poetas gritaban su poesía en calles y
balcones, desamores llorados había en cantinas y amantes despechados se retaban
a duelo con sus miedos. Caminantes y vagabundos recorrían las piedras de la
soledad, inhóspitas estrellas fugaces eran solo vistas por magos y profetas,
lúgubres paisajes eran iluminados por lámparas de aceite y dormían en familia, hogares
cansados por los humos de verdes leños.
Y el
Amor vivía en el Romanticismo, en el destello de viejos pergaminos y en la
elegancia de libros, cubiertos de oro y plata. El Amor vivía eterno en tanta
poesía, brincaba entre versos y versos, sufría cuando un corazón no latía,
lloraba cuando un alma se estremecía, pero también sonreía cuando la osadía
subía al balcón de su amada y suspiraba cuando el abrazo, lo impregnaba de
ternura.
Pero
llegó el día en que el Romanticismo, exhausto de tanto dar y dar, yació en su
lecho de muerte. Fue el Amor, su primogénito, quien cerró sus ojos y el que
sintió la profundidad de su último suspiro y de su derrotado aliento. Recogió
ese suspiro y ese aliento, con mucho cuidado los puso en su mochila junto a
cien libros y mil poemas. Miró al cielo y le pidió al Creador que los
convirtiera en semilla. El Creador puso la luna a sus pies y el Amor los sembró
en ella.
Durmió
el Amor y esperó. El Universo se oscureció, se opacaron las estrellas y se
llenaron de la timidez de su menguante luna. Y esa luna creció y menguó mil
veces, hasta que las semillas germinaron. Despertó el Amor y era tanta la luz
que lo envolvió, que se arrodilló, se abrazó y se llenó de la infinita ternura
que solo los ángeles sienten. Escuchó al Verso y comprendió, dibujó dos
corazones y la luna se prendió…Cerró sus ojos, vió su eternidad y las lágrimas
de su gran sonrisa, mojaron por siempre su cara.
Es por
eso que cuando dos corazones se aman en luna llena, sienten como el suspiro del
Romanticismo, que germinó en el manto de aquella luna, se convierte en pasión y
como aquél derrotado aliento que revivió entre las humedades del Amor, se
transforma en el profundo éxtasis, de un
dulce gemido.
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