Suplica
la nube al viento que la lleve junto a su luna, le pide que la convierta en
tenue humo para no rasguñar la virginidad de su luz, le arrodilla tiempo para
poder ver la hermosura de su cara y cuando por fin llega, le suplica perdón por entrometerse un segundo
en su menguante suplicio. Deseos, sueños y dudas. Intención, interacción y
perdón. Perseverancia, consecución y arrepentimiento…Sabia naturaleza que nos
creaste a tu imagen y semejanza.
Mundo de
luz, frondosa telaraña que enredas sombras y escalofríos. Cielo que reflejas tu
color en nuestro mar, viento que lo embraveces y luna que lo mueves. Capacidad
eterna que muestras tus armas en nuestro Sol, lágrimas de compasión al leer
tantos solsticios, meridianos y conquistas inventadas para poder entender tu
razón. Ternura universal que abrazas
nuestra ignorancia con el destello de tus estrellas, infinita magia que
sostienes entre tus manos el fino hilo entre la vida y la muerte. Sublime
creación que escondes tu verdad en el viaje de millones de cometas,
desparramando vida por doquier.
Nací en
el bosque de tus lágrimas y en él, entierro cada día mis pasos. Dejo que mis
sentimientos expliquen lo que siento, pero en la profundidad de este sentir,
arranco dudas como malas hierbas piso. Ya no creo, porque en el creer se
lastima mi alma. Ya no rezo, porque en la oración se borró tu nombre y sus
palabras solo son memoria aprendida, repetición cansada y fragancia de ceras
enterradas en la nostalgia. Escribo mi propia oración y en ella te respiro,
porque todavía siento el olor de extrañas maderas en las iglesias que el hombre
te inventó… Y siento tristeza. Veo mil imágenes de santos colgados en cien
paredes, entre artesanos vitrales y murmullos, llenos de remordimientos que retumban
en sus confesionarios y absorbo ajenos miedos en los cuales se prenden más
infiernos que cielos.
He sido
un fiel pasajero de esas inventadas iglesias y he visto a esos “pastores”,
aprovecharse de sus “ovejas”… “Ovejas” que han sentido en su carne las caricias
de su represión, que han sentido en su vida una y otra vez el miedo impuesto
del pecado, porque envolvieron sus conciencias con una cruz que nunca
sostuvieron, que nunca sufrieron ni entendieron… Y en el cáliz de su sermón,
vale más el morbo de un sorbo de un mal vino que sus incoherentes regaños, vale
más el sentido de la omnipotencia, que el dar para ayudar…Vale más el diezmo,
que la generosidad…Vale más su inventado Credo que el Verdadero Credo que Tú
nos enseñaste: “Amaros los unos a los otros como yo os he amado”.
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