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domingo, 29 de julio de 2018

ELLA

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               Ella era diferente, sumamente bella, cara de cera, ojos de estrella, labios de duna y alma como de Luna. Parecía que de cerámica estuviera hecha, horneada y moldeada a mi manera, dibujada en excelsas manos, pintada, de caricias, besos y muchos regalos. Era un hada, de otro planeta, más allá de mi galaxia, en un rinconcito lejano del Universo, allá, donde la palabra solo se piensa y en el deseo, vuela y vuela. Se vestía de magia, de lucecitas en sus alas, con destellos en sus pestañas y una linda desnudez en cada uno de sus pies, que suave la dibujaba, cautivadora y extraña a la vez.
              Le pregunté por qué estaba aquí, su mirada no me explicaba. Revoloteó, se puso enfrente de mi cara, dibujó un beso, el aire se quemó, en mi boca lo tatuó. Sentí amor, ternura, un placer sin tiempo, una gota salada con sabor a viento, un hermoso aliento,  una poesía que me besaba todo y despacito,  desde dentro. Era luz, un rayo sin trueno, un fulgor que abrazaba eterno, el centro de una estrella que me latía pleno, la explicación última de una emoción, llena de amor y veneno.
              Cerró mis ojos, me imaginó pequeño, me sentí prodigioso, de ella lleno, me abrazó  todo, me dio su mano y me llevó a un viaje, quizás sin retorno. Cruzamos mares, montañas y valles, despegamos nubes en cada cielo, las absorbimos como maná etéreo, me miró, la miré, me preguntó si estaba listo, quité un pedacito de viento de mi cara y con un ¡Sí!, contesté. Gritó la memoria, se borró la historia, cruzó mi cuerpo la densidad inquisidora, se diluía el miedo, la gravedad era suspendida como en una noria, se presentó inmenso el Universo y todo su olor sabía, a la rima de un dulce y eterno verso.
              Mostró una senda el destino, la más bella, no era un túnel, no caminaban almas en pena, era silencio y música, una vereda del cielo. De tanto en tanto un ángel su ojo nos guiñaba, cien cometas nos acompañaban, nada importaba, el amor nos enseñaba sus entrañas, cada nebulosa sus hebras enredadas, el planeta la oquedad de su aliento y entre las estrellas, saludamos a ese espacio, que fluía maravilloso, tranquilo y sereno. Llegaron los colores, pintados de arcoíris y polvo de lunas, las emociones bailaban extrañas y sugerentes danzas, la imaginación se mostró toda, no había letras ni notas, solo pensamiento y mucho, mucho sentimiento.
             Llegamos al último rincón del Universo, una enorme bola que parecía de fuego, el calor no era intenso, era suave, lleno de pliegos, como piel de terciopelo. Atravesamos su atmósfera, me sentí más ligero, como lleno de algo que jamás sentí dentro, era el puro amor que en ese planeta latía inmenso, pleno, puro y tocando siempre cada alma, con sus brazos largos y tiernos. Me recibieron como príncipe: cabalgaban las hadas en caballos blancos y alados, las personas eran de luz, vi a mi madre, a mi padre, al amigo añorado, a un abuelo que no había conocido, al perrito que dormía conmigo de niño y también a ese famoso escritor, que tantas veces había leído. Nadie preguntaba, todos me abrazaban, era un cielo, allí estaba mi casa, también mi cama, sus sábanas, mi almohada, mi añejo tinto y las ceras que por la noche me cuidaban. Quizás eran o simplemente no estaban, quizás era yo quien los creaba, quizás era la imaginación quien jugaba, pero no importaba, tampoco preguntaba. De la vida me habían sacado y ahora era magia, una luz que caminaba, sentía diferente, más intenso, todo era fácil, lo que quería lo pensaba, la imaginación lo llenaba, la emoción lo vibraba, el sentimiento lo explicaba y solo, se creaba. Era como un holograma pero con cuerpo, sólido, como si yo fuera una fábrica o el constructor más genial en una tierra extraña. Allí estaba, con mi familia, con amigos, con mi abuelo y con mi perrito.  La casa era mucho más grande, el espacio se creaba, el tiempo era nada. Habían sillas vacías esperando otras almas, quizás las de mis hijos, quizás la de alguna que otra, mujer amada. Y llegó mi hada, me dijo que aquella experiencia merecía vivirla, pero también, que no era mi tiempo todavía, que me agarrara fuerte a sus alas, que no me despidiera, que la educación sola se muestra y que cerrara los ojos porque me llevaría de vuelta a mi Tierra.
              Y aquí estoy, escribiendo y recitando mi experiencia, contando los días que me quedan, porque deben saber, que lo que hay allí, no es utopía ni quimera, solo un pedacito, de  vida eterna.


              

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