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lunes, 2 de julio de 2018

MI REFUGIO.



                Me refugié en mí, en esa cueva dónde el saxo toca mi jazz, donde la trompeta me grita, donde el piano me explica, donde el humo me respira, donde una copa en mis manos no tiembla, donde todo es distinto porque estoy sólo, atravesando las nieblas de mi destino. En mi soledad el dedo no juzga ni el tiempo expira,  el silencio no es compañía y la música te envuelve todo en su melodía. El cielo no me pregunta y el infierno no me deja dudas, la calle me sigue, el alba me moja, la Luna sonríe y mi almohada sin queja, siempre mis besos recibe. Me camino y me siento completo, no hay cansancio, las huellas son profundas, el aliento nace dentro, solo en el rocío confío y en esa palabra que pienso, escribo, leo y a mi paisaje con amor, le recito pleno.
                Cambié de color las paredes, dejo que cada día la imaginación las vista diferente, la cama jamás se tiende, a cada leño le pongo nombre, a cada copa su vino diferente, no traigo ropa, solo el viento me acaricia silente. La voz me perdona porque no sale de la mente, mis lágrimas no responden pues no hay nadie que las mire de frente, la mirada vaga sorda, a veces pensativa, otras perdida, siempre melancólica. El recuerdo es cilicio recurrente, el olvido un yugo que me forja valiente, el aire un oxígeno que prestado no pago, la herencia de mis genes un legado que de su memoria,  ya me ha borrado.
                 A veces de amor hablo, el cielo en su gris luce nublado, aparece el rayo, la paz del trueno sobrecoge mi árbol, el jardín esconde su verde, la rosa de su pétalo se desprende y siempre, siempre llueve. La tormenta callo, junto a la primera vereda reposo un silencio aciago, cuento las gotas en la tela de una araña, sigo al caracol despacito en su camino y le digo al grillo que ni se atreva, que su cantar no me interesa, que en mi dentro hay una bestia que dormida debo mantenerla, controlar esa humedad de la que su instinto me llena y esa fiereza que en la deseada pasión desgarra mi entereza. Dejarla seca, sin recuerdos, sin primavera, sin ilusión, sin sueño.
                Es un derecho del alma sentirse abierta, en una soledad preparada para que desnuda convierta en aquelarre todas sus dudas, en ese espacio natural donde no hay tiempo ni arraigo, la mente está en blanco, el poro cerrado. Debe sentir que solo mis ojos la miran, que cada grieta de mis labios son letras de sus tintas, que cada arruga también explica su vida, que cada latido existe para que también en ella el amor se escriba. Mi alma nació hermosa y bella, de siete colores abrazada, pura, con ojos de nieve y piel siempre húmeda en su membrana. Me resplandece en mi aura, frente a la Luna me delata, del bosque roba sus hadas y del cielo los ángeles que ya la extrañan. Del mar respira sus olas, las separa en espuma y sal,  con la primera abraza mi corazón, con la segunda diseña un cristal, con la primera llena mis manos para que puedan acariciar, con la segunda le da sabor a mis labios para que puedan besar.  No es ingenua, es mía, maravillosa y del Universo una pequeña diosa.  El gran Mago sabe de qué está hecha, que es de verdad, que no es quimera pero si un ave de paso que descansa y se expresa en mi soledad, un delfín valiente que cruza mi vida de mar en mar, el ala de un águila real que acaricia cada cielo en su volar, ese suspiro que a veces el aliento guarda porque enfrente no hay nadie que lo merezca exhalar, ese rincón en mi ser que me pide un refugio, para que podamos hablar.



               

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