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sábado, 14 de julio de 2018

LA SERPIENTE DE EVA.



                 Me sirvieron una copa, dos, tres…El acero era su alma, la música parte de su cuerpo, la oscuridad su refugio, el pecado intenso, el calor perverso y el dinero, trabajado y hasta cierto punto molesto. Comprar cariño era mi anhelo, esa caricia que cierra ojos, una expresión utópica del deseo, una búsqueda del alma sin recelo ni miedo. La noche tupía su velo, el licor sus hielos, el camarero su propina y una dulce seducción aquella bailarina. En la mente el pecado vivía, no de ella sino de mi memoria, no era fiesta ni una aquelarre asombrosa, era ella, suave, melodiosa, mulata, sensible,  casi una diosa. Iba y venía, en aquel acero toda se enredaba, una música la sostenía, sus brazos, sus piernas, toda como aceite resbalaba. Me miró y la miré, otra copa pedí, me miró otra vez, tenía sed, consentí, una copa le invité. Siguió el baile, Mis ojos y otros tantos se pusieron a su merced. Sensual, hermosa, bella, totalmente desnuda,  viajaba aquel acero entre sus piernas, miradas intensas, algún que otro grito pero siempre conmigo, su atención era sincera. El celo no existía, no la conocía, no había hablado con ella, el recuerdo no vestía mi vida, ni rencor ni remordimientos ni explicaciones cabían, solo su largo cabello, negro, rizado, casi encerado y en el viento, exquisito y perfumado. Abstracto me preguntó el camarero, pedí otra y una para la dama, la música se acababa, iría a su camerino y mientras se cambiaba disfrutaría el bailar de una rubia, alaciada y toda tatuada, ojos azules, mirada intensa y desorbitada, piel blanca, uñas de negro pintadas, quizás gótica o de vida amargada, cadera sensual y delgada.
                  Me sirvieron la quinta, la penúltima y la del estribo, mi morena no llegaba, había terminado la rubia, mi ansia estaba bajando. Por fin llegó y junto a ella la rubia. Cada silla era pecado, cada aliento olía a una mezcla de deseos, dinero, lujuria e infierno. Me dijeron que al dos por uno, que era invierno, que la fiesta no había terminado, que las copas se las llevaría el diablo y que mejor una botella para quitarme lo embriagado. La noche se convirtió en una gran licuadora, del tiempo fue presa, se juntaron vidas, mentiras,  alegorías, tamaños, pieles, manos, piernas sobrepuestas, sonrisas, carcajadas, algún recuerdo muy extraño y alguna risa que era parte del amaño. Hablaba la rubia, consentía la mulata, mi caballero medio sonreía, los ojos medio se dormían pero los despertaba una inesperada caricia. Iban al baño y venían, una y otra vez, la botella ya medio vacía, la mesa respiraba tanta hipocresía que ya el camarero ni hielos me ponía. En una de sus perseverantes idas, decidí pedir la cuenta, irme de allí y dormir tanta experiencia vivida. Se tardó el camarero, tanto que ellas regresaron. Me dijeron que me querían, que el trío estaba hecho, que de colores llenarían mi lecho, de rubios y morenos, del blanco de mi pecho y quien sabe que deseo que entre las dos me pondrían dulcemente erecto. Me dejé llevar, había dinero, estaba solo, con trabajo, sin cuentas por pagar y con mucho escondido anhelo. Tenía que probar, una rubia y una morena, quizás la fantasía perfecta.
               Se quejó el motel, no había donde aparcar y mis ruedas dibujaron su caucho sobre la acera, después me dijeron que había cochera y pensé en la falta de experiencia.  Solo una habitación quedaba, lo que me llevó a reflexionar. Era miércoles de maldad en toda la ciudad. Entramos, la habitación era más o menos vulgar, es decir dando un tono a cinco estrellas pero con fondo de motel de ciudad. Olía a lo de siempre, cortinas cerradas, una orgía en la televisión que no tenía visos de acabar y una recamarera que era tan lujuriosa que le costaba trabajar. Las dos entraron juntas al baño, para variar. Puse mi cartera a buen recaudo por si acaso. Salieron del baño, apagué la tele pues la orgía la tendría entre mis brazos. Se desnudaron, me enseñaron lo que ya había visto, eran hermosas, yo estaba un poquito apagado y reclamé su trabajo. La mulata se puso debajo, la rubia empezó por mis labios. De repente cuando ya sentía un calor agradable y extraño, ví como a la rubia su cara se transformaba, al mismo tiempo una suave mordida por ahí abajo susurraba, su piel se alejaba, dejaba ver unas tupidas escamas como verdes amarronadas, miré rápido a la mulata, sus ojos eran raros, como de reptil o lagarto, quizás de insecto pero no eran humanos. No sentí raro sino todo lo contrario. Sentí un miedo extraño y nada se levantaba. Me miraba la morena, la rubia llena de escamas pedía con insistencia mi lengua, la morena me enseñó sus manos y ya eran garras, mi piel se erizaba y no de pasión, sino de las almorranas que crecían en mi alma, todo era surreal, no me acordaba donde había dejado la cartera, pensé que dentro de mis calcetines, dentro de mis zapatos, fueron al baño, me vestí. Salí corriendo, no quería que mi alma fuera secuestrada ni que mi pene oliera a serpiente ni a cosas raras. Lo tenía desde chiquito, siempre lo cuidaba y quizás todavía me haría falta. Me subí a mi coche, cerré la ventana, lo prendí, esperé que subiera la puerta, puse primera y….alguien tocó mi ventana. Era la recamarera, la vi extraña, su cara era como de rata y  con bigotes de gata, sería la botella o estaba en la selva, me reclamó un pago, claro, los tres condones, solo me llevo uno, cóbreles a las muchachas o lo que sean. Esperé con ansias el cambio, me lo dio, sus dedos eran como de rana, viscosos, amarillos y con puntos verdes. ¡Joder!, la primera velocidad gimió y salí de aquella cochera. Me topé con la barrera, un paisano me sonrió, Venancio, un gallego que pocos veían porque siempre entre los espejos de su motel hacía guarida. Lo saludé, me saludó y aunque paisano, no le quise confesar lo que acababa de vivir. Le dije que luego le llamaba, que a ver cuando nos echábamos un dominó por si quería sentir lo que era perder y me fui.
               Desde entonces cuando veo una mujer me fijo en sus ojos, en sus manos y antes de darle un beso, le pellizco la mejilla, miro mis dedos y si no hay escamas, sigo derecho y sin miedo, porque al amor tengo derecho y mi pene sigue entero, gracias a…mí.





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