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lunes, 30 de julio de 2018

SEMILLAS


                 Le arranqué un espejo a la noche del tiempo, un suspiro al aliento del trueno, un beso, a esa bruma que navega en el viento. Desquicié al equilibrio del cielo, le robé todos los hilos a sus nubes, su luz al primer cometa y el oscuro interés, al último de los proxenetas. Me relaté, deshebré desde el fondo cada una de mis letras, encogí los miedos del poeta, atravesé con mis dedos cada vértebra y cuando me conocí de a de verás, solo lloré y lloré y lloré.
                 Le pregunté al error si moría aprendido, a la duda si nació en el alma entre sus angosturas, a la experiencia el porqué me mantenía despierto, a la edad su genética, a la arruga su pasatiempo y a la ojera, porque su bolsa palpitaba cada vez que miraba lejos. Nadie contestó, me hundí dentro, cerré los ojos, medité humo, le grité a mi vientre que no era diciembre, que no habrían regalos, dádivas ni amor suficiente para latir la sangre que me mueve. Temblaban duras las piernas, los pies tensaban sus carencias, el vello se erizaba, la boca seca no respiraba, la mano escondía su puño y se abrazaba, el vacío abrigaba, la nada soñaba, el aire extinguía su fragancia, porque ya en mi vida solo latía, el ansia.
                 De repente olí a sal, una pequeña espuma borró mi última huella, todo a mi alrededor era arena, playa, lindas dunas y algún que otro niño volando un cometa. Era mi mar, me vino a buscar, a decirme de lo que era capaz, a contagiarme de su inmensidad y a explicarme que era semilla de un mundo, mucho más allá. El cielo entendió su complicidad, se multiplicaron las lunas, las estrellas y diferentes vientos. Se fundió en olas tanta majestad,  el negro estelar con el blanco de mi soledad, el vacío con la profundidad, la luz con la oscuridad, el temor con la verdad, el amor con la pureza de un perfume tan intenso, que en esta Tierra no había ser, capaz de probar.
                 Sentía que podía, que podía todo, robarle al Este su Sol y al Oeste su puesta, al sereno sus llaves, al ladrón su escondite y a cualquiera, toda su estirpe. Llegaron los dioses, estaban todos, con sus diosas y las virtudes más odiosas, con reyes y reinas, con princesas rodeadas de rosas y algún que otro príncipe perdido en un azul, que solo era prosa.  Se juntaron los grandes ríos del Universo, envolvieron de agua cada montaña de esta Tierra, brillaron lavas corriendo miel en cada ladera, los pétalos adornaron veredas, las espinas se quitaron de las huellas y mis lágrimas por fin me explicaron, lo que yo era: una semilla, de la Gran Fuente eterna.
                Era todo, luz y lodo, lo que yo quisiera, jamás una quimera, siempre conciencia, nunca un esclavo en mi Tierra. El alma se genera en el poder infinito, no importa si el cuerpo es un híbrido, si tiene carencias, si sus páginas son de un pequeño libro o si la piel no pinta un color consentido. No importa dónde fuiste parido, si tus piernas cojean o tus manos hasta el codo llegan, si tus ojos no ven pero es el tacto quien mira, si tus oídos no oyen pero es el alma quien escucha, si eres lampiño o un oso del polo norte, un gorila encendido o lo que queda, de un león herido, un payaso creador de sonrisas, un pastor que a sus ovejas da prisa o un simple humano que no cree, que es una semilla. Nada importa porque siempre sientes, eres emoción y sentimiento, imaginación, poder y viento, único, del cielo un anhelo, de cada estrella su destello, de la música su mejor violonchelo y del amor, ese verso que lo inspira intenso. Eres un ser maravilloso, hermoso, cautivador, germinador de vida, ese amante perfecto que el tiempo envidia, conciliador, de la poesía su gran devorador, del eterno su conquistador, la respuesta a las dudas, de la vida su gran pregunta y del Universo, esa semilla que cada día crece, florece y jamás muere.



               

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