La calle despedía su día,
demasiado silencio, puso suave una música y dejó que la invadiera su
melancolía. Bajo llave cerró la puerta, una cortina con elegancia recorrió,
nadie vendría, el teléfono no sonaría, quizás esta noche solo el recuerdo la
consentiría. Desnudó sus pies, se acercó a su pequeña cantina, disfrutó la
transparencia de aquella copa, escogió entre maderas una botella de uva
primorosa, la destapó y en su memoria una frase se dibujo: “Mi añejo tinto,
descolgador en copa de imágenes y hacedor en piel de pasiones”. Era su frase,
esas palabras que antes de hacer el amor, su hombre con deseo recitaba. Hoy
tenía que recordar, su cuerpo sentía esa primera gota de humedad, ese deseo que
escondido se atreve a ser bebido en soledad, ese calor que nace desde dentro y
grita en cada poro su ansiedad. Ella lo sabía, esta noche rendiría pleitesía a
esta soledad, esta noche sería suya y llenaría su memoria de aquel hombre que siempre la tenía
llena de tanta humedad. Se acercó a la cabecera y de la mesita de noche abrió
su cajonera, dejó sus miedos, un pequeño espejo entre sus manos deslizó
placentera, se miró perfecta, caliente, osada y perversa. Nadie le pediría que
fuera sino que sería como ella quisiera, lo haría como en el sueño, siempre
entera, como lo que sentía en las manos de aquel hombre, como un día le pidió
al cielo que la poseyera. Se sirvió una copa, le pidió a la primera gota que
descolgara, recordó una mirada en aquel poso tan divino, una sonrisa encantada de
blancos dientes que ya necesitaba, mordieran su espalda. Olió su fragancia, la
humedad avanzaba, desabrochó su blusa, cerró los ojos y dejó que despacito
aquel sostén se desvaneciera, como aquel hombre en su elegancia lo hiciera. Se
quitó la falda, con dos dedos sobre la cadera resbaló sus bragas, en su boca
una gotita relamía entre labios, en su memoria todo era como había soñado. Dejó
que la mano acariciara su hombro y despacito sus senos tocara, recorrió su
vientre, sintió aquellos poquitos vellos que ya temblaban y entre sus piernas
dejó que suave se quedara. Respiró profunda, exhaló un primer suspiro, movió su
cuello, estiró sus cabellos y sintió profundo el abrazo del hombre cuando es
sueño y ama en el viento.
Prendió una vela, la miró, un
dedo tocó tibia aquella cera, dejó que una primera gotita chorreara, la tomó en
su mano, lo convirtió en caricia, entre sus senos la dibujó, sintió calor, se puso un hielo y
sintió deseo, esa pasión húmeda que le dejó aquel último recuerdo. Abrió la
ventana y se tendió en la cama, desnuda se miró, un reflejo de Luna toda la
bebió, cerró los ojos, su imaginación bailó. Quería otra vez sentirlo, tocarse
toda, sudar esas manos, ese beso del aire cuando del propio aliento se
embriaga, ese pecado que ahora necesitaba su alma. Pidió tiempo al espacio y
ternura a sus sábanas, silencio al deseo
y murmullo a su garganta, un pequeño suspiro a tanta ansia y miel, a cada poro
que despacito tocaba. Dibujó la espalda una contorsión de escalofrío pintada, sus
pezones se erizaron tanto que en su ombligo se pintaron dos espadas, el vientre
encogió sus entrañas, los pies tensaron sus piernas hasta sentir profundo el
sentimiento cuando nace dentro. Imaginó un recuerdo en blanco y negro, le dio
color, sintió las manos de aquel hombre abriendo su espalda, apretadas en sus
muslos, su boca en aquellos labios abrazada, la garganta gritando entre sus
piernas y aquella convulsión tan extrema, que penetró húmeda cada una de sus
vértebras. No hubo pausa, el tiempo esperaba, el espacio era brasa, el aire crepitaba porque en aquel cuerpo
moría, en vapor se convertía, en pegado vaho sobre aquella ventana. Los dedos
mojaban saliva, el roce consentía, una mano tenía prisa y el brazo vibraba
fuerte aquella húmeda melodía. El pensamiento era vago, la mente gemía blanca, el
deseo recitó como juglar sus versos y aquella mujer gozaba empapada la memoria
de aquel hombre, cada vez que lo deseaba y la penetraba. Sintió que era bella,
hermosa y soñada. Azotó de par en par la ventana, el hombre era viento, besos,
dedos y manos, toda la surcaban, las caricias preñaban, su mano aquellos
genitales apretaban, el vigor se vistió de cielo, una erección rompió el himen
del credo, lo sintió dentro, contorsionó su cintura para que la penetrará por
completo. Le mostró su espalda y siguió el dulce infierno, por encima lo
cautivó y jamás de ella se despegó, de lado un abrazó y siguió y siguió, el
trueno desgarraba, el dolor destellaba, el placer ungía y la humedad preñaba y
preñaba. Miró su cara al viento y él la miró, el momento llegó, la vela se
apagó, desde dentro un pequeño alfiler sintió, una lanza que abría su vientre y
atravesaba su espalda, el orgasmo era intenso, el gemido gritaba tierno, los
ojos eran lágrimas y cuando lo sintió fue tan intenso, que aquel hombre por
siempre, en el viento se quedó.
Abrazó su almohada y supo que por
siempre de aquella humedad, estaría preñada.
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