Guardo tu nombre en secreto, en
ese aliento que parió el silencio entre mis labios, guardo la ilusión de tu perfume cuando nada en
el viento, la canción de tus palabras cuando bailan y crean versos, ese sudor
que gotita a gotita recuerdo cuando mis poros se abrían y exhalaban tu deseo. Te
guardo entera, desde tu mirada a ese rinconcito hermoso que seduce tus piernas,
desde tu cara a la curva más bella que dibuja la sombra de tus senos o la
contorsión de tu cadera, desde tu cabello al último vello que suave rozó mi
barba entera, desde tu suspiro al más profundo gemido cuando de mi, eras presa.
Desenterré de mi jardín un
tesoro, una cajita de música perdida entre hojas verdes y dulces retoños. Abierta
la puse en mi pecho desnudo, le di calor, le presté un latido, un poquito de mi
sudor, la primera lágrima que la nostalgia de ti recordó, la llené de palabras
y le puse dentro, diez besos. La cerré, en mi mente te dibujé, te imaginé, en
mi pensamiento te reencarné, te pinté, toda esa noche te soñé. Y llegó el alba
provocadora, desnuda, seductora, vestida de rocío, con sabor a jazmines y
amapolas. Abrí la cajita, entró un pedacito de brisa, arena de mi playa, el olor de un cafetal que de la tierra sus
granos erguía, el sabor mascado de mi poesía, el cariño de la mirada que te
tenía, un sorbo de luz y del cielo de los ángeles, su melodía. La cerré deprisa
no sin antes dejar del recuerdo, su melancolía. A un lado de mi cama la enterré
entre sábanas, le puse una cobija y sus fríos corrieron de prisa.
Pasaron los días, sentía que
dentro de ella crecías, de tanto en tanto la abría y un pequeño verso hecho de
besos, en lo más dentro le escribía. Llegaron tormentas, aciagos días, paredes
blancas que miraban las sombras de mi vida, temblores que solo mi alma movían,
ríos de tristeza que solo en mi corazón latían, versos que en tintas se
perdían, inspiraciones jodidas porque mi musa, estaba dentro de esa cajita.
Era única aquella lluvia de
estrellas, tumbado en mi arena, preguntando a la Luna cuál de ellas era la más
bella. Una pequeña espuma recorrió mis dedos, me dijo el mar que me fuera
porque sería alta la marea, percibí el guiño de un cometa, el saludo de un
cangrejo y el burbujear de cien almejas. Llegué a mi casa, abracé la almohada,
como siempre pensé en tí, quité la cobija, deslicé las sábanas y la tomé en mis
manos. Estaba caliente, la sentí enamorada, me pregunté si abrirla era su hora,
ya no quería más distancia, necesitaba sentirla, acariciarla, adorarla, besarla
toda, ver en que se convirtieron aquellas palabras, aquellos besos, aquel pedacito de brisa, el olor del cafetal,
el cariño de mi mirada, la melodía de los ángeles y mi poesía mascada.
La osadía fue atrevida, abrí
aquella cajita. Saliste de una luz exquisita, reventaste de la playa su arena,
eras mujer y bailarina, desnuda, elegante, tersa, tierna, divina. Me miraste,
te miré, eras melodía, un beso sin prisa, la sal de mi brisa, olías a café y mascabas lenta los versos de
mi poesía, sin duda la mujer de mi vida. Me miraste otra vez y otra vez te
miré, en tu baile, en tu música, en tu cadencia, en tu hermosura, en tu alma de
mujer. Los ojos dejaron de ver, me abrazaste y te abracé, me respiraste y te
exhalé, me sedujiste y en mi piel te expliqué, me diste un beso y en ti entré. Fuimos
uno en cuerpo, melodía, rima y espíritu
de una cajita de música, que por siempre en ella te guardaré.
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