Cae la seda, se prende una
mirada, el diente aprieta su labio, hierve el alba y una media luz a las
sombras reclama, el aquelarre entre dos almas. El amanecer no se atreve, el
rocío languidece, pide pausa la sábana, el café se detiene pues todavía la
noche no desaparece. Hora cero, dulce receso, oscuridad robando luz, estrellas
caminando cielo, Luna cansada de tanto deseo cuando un pequeño aliento brinca
punzante y en silencio. El aliento tiene nombre, apellido y un verso tatuado en
su pecho, es valiente y sincero, hombre y derecho, quiere, la mira y ella le
regala, toda su sonrisa.
Se levanta el cartero, el
que trae noticias, el que a veces solo moja y siempre salpica, ella suelta una
pícara sonrisa, desabrocha su blusa, le muestra que es divina, que sus pezones
también se erizan y que esperará tranquila al cartero, cuando amerite su
visita. Le dice que no es su tiempo, que ella quiere llegar al clímax, que por
favor todavía no descargue su mochila, porque no tendrá cartas que leer, cuando
de verdad necesiten ser leídas. Entiende el hombre, reprime al cartero, le
habla a sus dedos y le dice a las manos que muestren que él es tierno, que el
cariño es sincero y ella rasguña sus labios, le sonríe y le pide que invente
pecados.
Llega la primera humedad,
como brisa del mar, con olor a piel y sabor a miel. Una mirada implica, un
suspiro penetra, el calor llena, un vapor el ansia exagera. Es el preludio, dos
acordes que exhalan juntos, el crepitar de dos hogueras, un tinto caliente que
llena la copa entera, una cera que chorrea, una saliva que entre poros juega, esa
sensación de que casi el orgasmo llega. Se miran, una sonrisa se roban, la
pestaña cede, el latido es fuerte, la pasión diferente, es roja, ardiente,
concupiscente, de cara dulce y complaciente.
Le pregunta el viento a su
aire si hay espacio, le contesta el oxígeno que no esté cuestionando y
el hidrógeno que no moleste porque ya está cansado de ser exhalado. Le pregunta
el velo a su Luna si los cubre despacio, una estrella, la más vieja aconseja
que los deje desnudos, que no hay frío entre sus mundos ni hielo entre cuerpos
con tantos enredos y nudos. Le pregunta una nube al cielo si su algodón es
necesario, le contesta el azul que mejor
lo guarde como paño, el cometa que mejor lo tenga para ella guardado y el
planeta, que deje que el amor se mantenga libre sin ningún abrigo ni amparo.
Entienden que la hora ha
llegado, el cartero toca la puerta, su erección es perfecta, la mochila está
demasiado llena. Un pezón se desespera, una sonrisa amanece traviesa (es la de
él), otra muestra ansia y vibra trémula (es la de ella), la primera recorre
piel y se pierde entre sus piernas, la segunda tiembla, enseña sus dientes,
despacito se cierra, se alarga, se moja, expande su comisura y le grita a su
mejilla que casi de pasión está llena. Se abren los poros, unas gotitas
escurren sudor, un escalofrío abraza sus espaldas, ella abre la puerta, el
cartero entra, se mueve la cintura, los muslos se aprietan, ella es música, él
todo un baile, el cartero trabaja, la mirada es verso, poesía y también, palabra. Ella
gime, la mochila es descargada, la lee toda, cada carta, cada mensaje, cada
sello y cada letra empapada. Él la mira, abre su boca, un orgasmo exhala, él
grita que ya no hay palabra, el aire se ruboriza, la Luna se oculta en su cara.
El cartero insistente sigue en su batalla, ella se encoge, él la sostiene, el
abrazo es pertinente, el cartero recoge lo que queda de sus cartas y despacito
se queda quieto y pendiente mirando un edén de poesía y dulce magia. Los
alientos se hacen uno, se miran las caras y dos sonrisas les dicen que el amor en
su mar, nada y nada y nada.
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