Engreída
memoria, putrefacto baúl que día con día retas mis emociones, cicatriz de vida
y silencio de mis deseos. Te guardé un
atajo para que en él, camines tus recuerdos. Insulté tu permanente orgullo para
que tu rencor, no destile más hiel en mi
corazón. Medité despacio tu osadía y comprendí
que nunca podré arrancar los miedos que siembras en mi alma.
Llegaste con el permiso del cielo,
enraizaste tus neuronas en mi cerebro y fotografiaste mi vida. Demandaste
supervivencia y te di oxígeno, reclamaste espacio y el Creador te dio
eternidad. Envolviste ajenos y superfluos sentimientos en tu archivo, vengaste imágenes
cada vez que cerré los ojos y envenenaste mis oídos cuando no quise escuchar.
Inmortal memoria que tratas por igual a pobres y ricos, a intolerantes y a los poetas de la libertad, a sabios y a los homicidas de nuestra sociedad, a solitarios y a los amantes de la concupiscencia. Memoria que eres letal cuando afilas los ganchos de tus garfios, que resplandeces tu belleza entre las sombras de la nostalgia y que pones cada noche, tu ruleta rusa en mi cabeza.
Despiadada
memoria que rompes las reglas del querido desconocimiento, infiel maraña de
neuronas que desafías mi destino en tu reflejo, maldita suerte de virtud que
engañas la experiencia con la fuerza del remordimiento. Permanente memoria de
vida, te confieso que a veces quisiera atraparte entre mis puños y exprimirte hasta que tus gemidos ericen mi
alma.
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