Nunca
quise nacer para tener un corazón roto, nunca quise vivir un desamor…Jamás
pensé que soñarla, sería perderla y amarla, solo recordarla. No creí que el olvido doliera y duele, no
imaginé la soledad y ahora la tengo, no creí que la memoria fuera tan poderosa
y la siento eterna. Si buscar una explicación es refugiarse en los miedos,
mejor cierro los ojos y distraigo mis sentimientos. Si envenenar con su
recuerdo mi tiempo es perderlo, mejor cierro la boca y dejo que las palabras
duerman en el silencio. Si llorar por la música que pegó a mi cuerpo es
suicidio, mejor cierro mis oídos y dejo que cualquier viento se lleve sus
acordes.
No nací
para ser testigo de una traición, porque nunca lo merecí y cuando la sentí
profunda…Solo escuché el desgarrador grito de mi corazón, el eco que tronó mi
alma y una lágrima que hirió mi mejilla por siempre. Mis dedos se convirtieron
en lápices y cualquier cuerpo en papel, llené noches y noches de lujuria
despechada, confundí los deseos de mis salivas en el dulce alcohol y el
incesante humo de mis cigarrillos, no daba tregua a mi respiración.
Tomé de
la mano mis cuchillos y desafié cualquier aire que osara entrar, limpié las
telarañas de la inocencia y en ella sembré la semilla de la desconfianza, limpié
la transparencia de mis ojos y los revestí con los oscuros lentes de la
malicia, me reí del pecado y prometí venganza a la vida. Compré cariño y recibí
frías caricias, envolví mi corazón en puro acero y nadie lo pudo atravesar, ahogué
el entendimiento en copa tras copa y cuando mi alma dijo ¡Basta! Dormí mi vida
por cuarenta días y cuarenta noches y me sentí Dios…Porque Él estaba en mí y
fue el único que detuvo mi degradación. Gracias, porque yo no nací para esto.
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