Hoy construí
una calle. La llené de balcones con flores, pinté de blanco sus paredes y de
pura arcilla, revestí su pavimento. En él sembré, pulgada a pulgada un
sentimiento para que poco a poco se convirtiera en deseo y finalmente en un
sueño. Dispuse en sus laterales, ordenadas casas. Pinté sus portales con música
y no dejé que una gota de basura, ensuciara mi paisaje.
Me senté en
uno de sus portales e invité a la gente pasar, a caminar…A vivir mi calle. Los
ví reír, llorar y más de una olió de pasada mis sentimientos. Los escuché
hablar, maldecir y a veces juzgar. Los sentí con prisas, con ansias y de vez en
cuando mostrando el lado amargo de su soledad. A más de uno le tendí mi mano y
creyeron que estaba pidiendo, cuando solo quería saludar. Les sonreí y creyeron
que estaba loco, les hablé e ignoraron mi palabra.
Y preguntaron
por los vecinos y solo les dije: “El qué dirán”, no vive aquí; “la soledad”, se
cambió a otro barrio, “el desamor” ya vive en otra ciudad y el “chisme” está
enterrado bajo el pavimento. Pero tengo buenos vecinos, aquí vive “la
libertad”, “la expresión”, “la poesía”, “el verso”, “el amor”, “la vida”…No lo
comprendieron y poco a poco mi calle se fue quedando sola y caminaron hacia su
mundo, ese mundo que destroza corazones y pervierte almas.
Cerré mi calle. Ya no quise compartir mi sueño. Puse un letrero en la entrada: “Por favor solo caminen por mi calle los soñadores, los generosos y los que todavía creen en los Reyes Magos. Mi calle se llama “ilusión” y en ella muere la amargura, desiste el orgullo y fallece el pecado. Si usted es humano, por favor, antes de entrar pregunte si puede pasar. ATTE, LA ADMINISTRACIÓN”.
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