Desafié el ocaso, lo miré de
frente, le dije a la soledad que conmigo estuviera presente, al viento que
caminara silente y también a mi cuerpo que entendiera que hoy, prestaría su piel a un reflejo diferente.
Escuché un murmullo, me cautivó y despacito me sedujo, quizás la pena de un
alma, los susurros de unos labios sin esperanza o la melancólica quietud de una
ola, cuando el mar está en calma. No había nada, el pensamiento se relamía
acostado en su cama, la memoria era blanca, el momento en subasta pujaba y
gritaba vivirlo en un instante y no, en un tiempo distante.
Y apareció el más grande, de los
espejismos el más cautivante, de la imaginación su holograma más brillante…de
mi vida, esa ilusión hecha pentagrama que cuestionaba mis sentimientos y
también, los aprendidos pecados de ajenos infiernos. Se desbarataba por
completo el silencio, todo era algarabía, se desparramaban los cabellos por la
pista, reía la risa, los sentidos nadaban entre morfinas y aquel espacio
lloraba, porque en el tiempo era pura alegoría. Todo vivía prisa, corría una lágrima
para no ser desvestida, una tumba atrevida se abría a otra vida, el anárquico
escribía poesía, el miedo sufría carestía y el hombre reinventaba formas en sí
mismo y también en su autoestima.
No podía aquel espejismo abrazar tanto
contenido, faltaban sentidos para comprender aquella fiesta de albedríos,
inventó una calle, una casa y también un olor, a humedad y viejos enjarres. Caminaba
completa una araña de tela vestida, la puta olvidaba sin rencor su esquina, a
trompicones una fachada se deshacía y asomaban sus reliquias cada una de las piedras,
que aquella casa sostenían. Del fondo
del mar llegó un trueno, de par en par abrió la ventana sin estruendo, la
tristeza era espesa y oscura, se podía tocar con los dedos y también hablar con
sus anhelos. Una sombra muy anciana vestía la mesa mientras entre arrugas,
cualquier lana tejía con sus agujas. Una desgastada vela discutía con el vacío
de una copa, un tibio café sacudía su aliento entre aquellas manos temblorosas,
la soledad era otra cosa, más punzante, auténtica y escrita con años y también
con sangre.
Pero aquella estampa a nadie
preocupaba. La vida seguía su impuesto aquelarre, bailaba el monje en aquella calle su desidia
mientras un mendigo le rendía pleitesía, un cuerno soñaba sus traiciones entre sedas
y caras almohadillas, la noche se reía de su día, el político enseñaba su
socarrona sonrisa y como siempre en su terreno, un cura inventaba para el
domingo, una nueva homilía. Y fue entonces que la utopía reventó aquella vida,
aquel espejismo mal parido, todos aquellos versos que una injusta sociedad, por
siglos había escrito. Toda superficialidad se desvaneció, la mentira en su
enredadera murió y la verdad, se mostró.
La casa abrió su puerta, el portal
se convirtió en alfombra persa, el aire se desvaneció en dulces y piruletas,
expandió la mesa su madera, las paredes parieron sillas por donde fuera y
aquella señora, se rindió a lo que sus ojos veían, con auténtica sorpresa: pintaba
Dalí su Cadaqués hermoso, Gala lo miraba con deseo erótico mientras un vulgar
Sancho, jugaba al dominó con un Neruda ya cansado, de tanta pipa y tabaco.
Explicaba el pintor que a todos engañó, que si bien era genio no nació seductor
y que de sus huevos solo nació una flor, era de lis y no de otro olor. Contento
pintaba la oportunidad que aquel espejismo le daba, a la utopía con su pincel
gratificaba porque por fin pudo plasmar, lo que la soledad gritaba. Gala estaba
entusiasmada, quería un rebozo tejido por las manos de aquella anciana, una
tela que le recordara, un pedazo de nostalgia que le dijera que en la vida, fue
amada y no como ella, a la suerte abandonada. Sancho no decía nada, no había un
tinto que su panza llenara, tampoco molinos con los que discutir viejas
andanzas y mucho menos un Quijote para mostrar travieso una dulce venganza. A
la señora miraba y a Dulcinea le recordaba, si, la del Toboso que era mucho mejor
que aquella casa, pero no más bella que el alma de aquella anciana. De la mesa
quitó un teléfono, llamó a la tienda, como siempre la de la esquina pues estaba
más cerca, la compra sería secreta, el pintor pagaría, un tinto y algunos
aperitivos para calmar ansias a un Neruda que del humo ya había huido, también para
la señora un café distinguido, para Gala un licor hecho de miel y olvido y para
Dalí, una butifarra y un par de huevos cocidos. Lo miró y sonrió Neruda
alargando en sus labios una rima, pensó en aquella señora y la sintió poesía,
se le acercó, le dio la mano y un “gracias” le susurró. Preguntado por el por
qué, Neruda respondió: por primera vez sobre otra soledad escribiré porque
ahora en mí no la sentiré sino en usted. La abrazó y continuó: Es todo un
amasijo de versos, yo solo correctas letras les pondré, los ordenaré, de sus
ojos el sentimiento robaré y de su alma ese libro, en el que los escribiré.
Aquella anciana lloró. Su soledad
sería pintada y escrita, tratada como reliquia por los más grandes, asumida
como vida y también besada cada día en el rebozo de Gala o en la caricia que le
había dado aquella redonda panza. Por primera vez el pintor y el escritor una
ajena soledad profunda olerían, en lienzo y hojas la plasmarían. Dalí en un
gran huevo escondió su tiempo para poder llenar aquel lienzo y Neruda tomó otra
vez su pipa, su tabaco y todo su genio para poder escribir aquel sentimiento.
Y el espejismo se diluyó.
Hay soledades que nos rebasan. No
es fácil entender una soledad cuando no es la tuya, a veces a lo ajeno cerramos
miradas y alma, decimos que no comprendemos pero cuando nos toca…el grito roza
el cielo.
Por cierto Dalí no dejó el lienzo
en blanco, lo llenó de colores, sensaciones y dobladas emociones… y Neruda, escribió
el libro más largo.