Érase una vez un caballero de blanca armadura,
tan blanca como reflejo de alma y tan dura como acero toledano. Sabio y poeta,
pensador y solitario. Nacido de la copulación de estrellas, sus ojos cambian de
color como el mar y su aliento es viento. Diluído en las entrañas de la lucha
compulsiva, dador y sufridor… Terca cabalgadura en la suprema existencia de los
suspiros.
Espada
calibrada para no torcerse, empuñadura de oro y diamantes, funda aterciopelada
con piel de Luna y filo, siempre limado en sus lágrimas. Amado discípulo del
alma, creador del sublime encogimiento del corazón, guerrero en mil batallas y
motor de vida. Valiente como el fuego y frágil como el cristal de Bohemia, pura
expresión y saliva de poesía, censor de obscenas literaturas y productor de
raras películas.
Escultor de cielos y creador de extrañas lunas, mago de ternuras y brujo
de pasiones, pecador de pensamiento y confesor cuando la religión discrimina.
Nunca te rindes, siempre sobrevives. Te avergüenza el orgullo y en sus miedos
resurges. Clavas temblores en el cuerpo y aprietas los puños de la esperanza en
la desazón.
Héroe
en la virtud y celador en los defectos, maestro en el amor y alumno de la vida,
traidor en el destino y apaciguador de rencores…Tu membrana es coraza, tus
miradas nacen del corazón y tus ojos del alma, tu inteligencia poco a poco se
aprende y tu impulso, sorprende.
Caballero de blanca armadura que invades nuestro cuerpo y quedito, día
con día, respiras entre los poros de nuestras inquietudes. Caballero de blanca
armadura, sinónimo del profundo sentir y tejedor de las más sublimes telarañas,
arquitecto del presentimiento y doctor en las causas perdidas, abogado del
diablo y pastor del Creador.
Los
vencidos, exaltan tu pundonor. Los cobardes también te sienten y solo los valientes gritamos y reconocemos tu
nombre: ¡Sentimiento!
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