Sé que hoy abriste ese baúl, ese baúl que
guarda nuestra pequeña historia juntos, ese baúl lleno de sueños incompletos e
ilusiones perdidas entre las telarañas de su madera. Sus clavos ya muestran la
herrumbre de una perdida existencia, sus herrajes son fríos y torpes, su
madera ya no reconoce la tinta que un
día la barnizó y escupe aserrín por los poros de su silencio.
Lo
miraste por fuera y engulliste saliva tras saliva en su interior, temblaban tus
dedos en el sudor de tus manos, pestañeabas ese viejo amor y en tu memoria
empezaron a vibrar las neuronas en el recuerdo de aquel baile de vida. Una y
otra vez mordiste tus labios, una y otra vez el escalofrío preñaba tu piel y
una y otra vez perdías tus ojos en encontrados olores de una distancia que
jamás se acortó.
Sentí
cuando tu lágrima cayó sobre mi cara en aquella foto. Leí tu pensamiento y en
el interior del alma, allí donde todavía guardo tus versos, sentí mi poesía
arrugarse, sentí como entraba en tus puños y sentí como caía sin vida en la
oscura alcantarilla del desecho. Y fue entonces que sentí el gemido de mi
corazón, el dolor en mi pecho y la
estaca de aquel abandono, clavada en mi espalda.
Se reveló
la luna, embraveció mi mar, gritó desesperación el viento, enfureció el rayo y
devastó música el trueno. El cielo ocultó sus ángeles, el miedo encendió
infiernos y la esperanza se convirtió en ácida lluvia. Bailaron las brujas y
aullaron los lobos sin luna, las serpientes regalaron su viscosidad al sueño, los
caminos borraron sus huellas y el destino se detuvo. Vió el mundo el fuego en
tus manos, relinchó el aire en aquella chispa y murió el sentimiento al quemar nuestro baúl. Tu
osadía pintó pecado, pero tu ignorancia se estrelló en el muro de mis estrellas.
Tu maldita obsesión por olvidarme, despertó mi Sol y el cielo abrió su azul, a
cada ángel le dio su arpa y a cada reflejo de Amor su luna. Recogió en sus
brazos mi maltrecho cuerpo, tocó mi corazón con su intensidad y volvió a latir
con más fuerza que nunca, le dijo al viento que poseyera mi alma y volé más
alto que el águila real, besó mi memoria y la llenó con las cenizas de aquel
baúl, mordió mi lengua y escribió en mi palabra: “El olvido, es solo para
cobardes”.
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