Me tomé
aquella primera copa pero su tinto todavía no estaba maduro, sus gotas jamás
descolgaron en aquel cristal y su olor no tenía sentido. Preñó mis labios de su
falsa tintura, durmió mi lengua en su acorchado bouquet y desparramó saliva que
jamás quise tragar. Letargo y pesadilla, inocencia de una inquieta juventud,
pecado hormonal y vacío existencial.
En el
primer bar, descorché mi pesar y entre risas y tequila, se ofreció una segunda
copa. Ésta venía servida en bandeja de plata, entre olanes de finos hilos y
cristal de seda. Su caldo escurrió lento en mi garganta, el rojizo ámbar de su
color encogía mis labios y su sabor…Su sabor era algo tan excelso que nunca una
piel hubiera podido pegar tanta fragancia, que nunca el pulso del profundo deseo habría estado tan
cerca del cielo y que nunca el erotismo hubiera podido expresarse con tanta
sensualidad en un simple tubo de acero.
La vida
me ofreció una tercera copa. Cristal
forjado y trabajado. Música en los dedos al tocarla, cicatrices bordadas en su
natal Bohemia, experiencia irrompible en su talla…Lista para acoger mis tintos
ya maduros y un poco añejados. En ella, los deslicé con suavidad, dejé que la
impregnaran, consentí una suave
inclinación y la llené de sofisticadas humedades. Acerqué mis labios, olí
profundo, dejé que un poquito de él nadara en mi boca y engullí su arrogancia
de sabor. Entonces sentí el amargo destino de la distancia entre aquella copa y
mi tinto, tembló y se despegó, vibraron sus cicatrices, calló la música y en mi
mano se quebró.
Escribí
calles, pisé otros mares, nadé entre valles y montañas, di forma de copa a
muchas nubes y quise convertir en cristal las arenas de mis playas. Me refugié
en el total ostracismo, apagué luces y juzgué por igual días y noches. Rasguñé
blancas paredes de soledad, tumbé las puertas de la oportunidad con la
desesperación de mis puños y entre lágrimas solo la luna pudo coser mis heridas.
Y en silencio, escuché como el viento se transfiguró en mi cuarta copa, esa
imaginada mujer que solo los poetas podemos sentir sin tener. Pesada y golosa, jamás se llenaba. Cada vez
que se sentía poseída, llenaba sus bordes con el rayo, sus paredes con el miedo
y sus transparencias con el infierno del vacío. Era mi copa, la copa de la
introspección medular del ser, la copa de mis individualidades y la copa de mi
falsa libertad.
En el
sueño, anhelo. En el amanecer, ilusiono…En mis noches me perdono y solo le pido
a la vida una quinta copa. Quiero esa copa, porque mis tintos ya son añejos y
sus olores todavía respiran sensualidad. No la quiero de vidrio templado ni de
cristal de Bohemia, quiero una copa hecha con las manos del cielo, con la
ternura de la luna y que resplandezca con el destello de las estrellas. Solo le
pido al destino, que la ponga desnuda en mi mesa, boca arriba, presta para
recibir mis tintos y hecha solo para mí. Porque en el arte, en ella grabaré mi
poesía, en el sabor dejaré que mis besos exploten en ella y en la libertad,
dejaré que mis sueños la llenen…Cinco copas, cinco mujeres.
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