Esta
historia está basada en hechos reales, tan reales como la dulce imaginación de
una mujer pueda llegar a dibujar, escribir y sentir.
-Ave maría
purísima.
-Sin pecado
concebida.
-Padre,
confieso que he pecado.
-Explícame,
hija mía.
-¿Por qué?
-Para que
Dios redima tus pecados
-No pequé
contra Él
-Entonces… ¿Por
qué estás aquí?
-Porque
necesito que alguien me escuche y guarde mi secreto. Porque no pequé contra
Dios sino contra un hombre, y usted sino me equivoco, más allá de la sotana, es
hombre.
-Pero los
pecados contra el hombre, son pecados contra Dios y…
-Disculpe, los
pecados contra el hombre son contra el hombre y los pecados contra Dios son
contra Dios. No los ponga al mismo nivel.
-Hija, debes
comprender que tanto el hombre como la mujer son hijos de Dios, son su creación
y pecar contra ellos es pecar contra Dios.
-Más bien creo
que si un hijo roba, va a la cárcel, no su padre. Pero también creo que si un
hijo llora, el primero que debe correr a secar sus lágrimas debería ser su
padre, o no?
-Tienes razón
hija mía, pero las leyes de Dios…
-Permítame
padre, porque ahora lo que menos necesito son sermones. Mejor no hablemos de
leyes, pues me temo que ustedes son los primeros en desafiar las leyes
terrenales cuando se ponen el disfraz de Dios y los primeros en desobedecer las
leyes de Dios, cuando se sienten hombres. Ahora lo único que le pido, es que me
escuche.
-Dime
-Me enamoré
de un hombre casado, le robé su piel y la llené con mis caricias. Bebí la
sangre de su corazón para que sus latidos solo vivieran en mí. Lo poseí hasta
la extenuación de mi alma, entregué todo mi ser en esa pasión y toda la noche a
sentirlo y consentirlo. Fue tan preciosa esa luna que jamás volveré a confiar
en otros labios ni tragaré otra saliva que no sea la suya. Jamás esperamos que
existiera el amanecer, jamás dudamos de que esa noche sería eterna, jamás hubo
un sueño tan real y tan fantástico que dormir abrazados. Y en la extenuación
por tanta entrega, cerró sus ojos, lo abrigué, lo besé y sin hacer ruido me
levanté. Me dirigí a ese rincón, donde mi poesía cobra vida, donde las ceras
arden con los sentimientos y las tintas escurren música de ángeles. Llegó la
dulce inspiración, dibujé una ilusión, deletreé un deseo, tomé un trago de mi
viejo whisky y empecé a sentir mi obra. Lo escribí entero en mi poesía,
mientras mis ojos todavía disfrutaban la
calidez de su desnudez. Despacito y con mucho cuidado puse sus puntos y mis
comas, sus rimas y mis tildes. Poco a poco fui enjaulando su distancia y poco a
poco fui escribiendo la lejanía de otros brazos. Describí uno por uno cada gemido,
cada caricia en mi cuerpo, cada una de las humedades que sentí y cada pecado
que me hizo vivir. Pinté con mis colores su orgasmo, arranqué con mis puños su
memoria y la volví a llenar con mi historia. Vigilé con mucho cuidado que cada
uno de mis versos definiera su hermosura, su ternura, su vigor…Y cuando ví que
toda la inspiración del universo era incapaz de retenerlo a mi lado, decidí
terminar mi obra. Empecé el epílogo y cuando llegué al último verso, ese verso
que da razón al título…Lo maté, lo asesiné, lo incineré y respiré sus cenizas
hasta lo más hondo de mi ser, para que jamás saliera de mí. Fue hermoso, él
seguía plácidamente dormido y jamás supo que mi poesía lo acababa de matar.
No se incorporó,
porque jamás estuvo arrodillada, solo sentada mirando de frente la represión de
esa insólita rejilla. Se levantó.
-Gracias por
escucharme.
Atónito el padre
por lo que acababa de escuchar, no sabía si darle la absolución que nunca le
pidió o si abrazarla, lo que pensó, podría ser peligroso. Optó por la vía
fácil.
-Adiós, vaya
usted con Dios.
Juntos salieron
de aquel confesionario. Cruzaron una mirada. Él vió su escote y se sintió
hombre, se pellizcó y pensó en aquel pobre finado de aquellas letras. Ella
comprendió en su desahogo que el Amor que sintió estaba más allá del bien y del
mal. Él se persigno con el primer santo que encontró y siguió el camino del
fingido recogimiento, pues estaba seguro que desde algún rincón, seguramente el
párroco lo estaba viendo.
Ella, solo salió
de aquella iglesia en busca de un hombre que la inspirara en su nueva poesía.
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