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sábado, 18 de marzo de 2017

LA CONFESIÓN...


           Esta historia está basada en hechos reales, tan reales como la dulce imaginación de una mujer pueda llegar a dibujar, escribir y sentir.

         -Ave maría purísima.
         -Sin pecado concebida.
         -Padre, confieso que he pecado.
         -Explícame, hija mía.
         -¿Por qué?
         -Para que Dios redima tus pecados
         -No pequé contra Él
         -Entonces… ¿Por qué estás aquí?
         -Porque necesito que alguien me escuche y guarde mi secreto. Porque no pequé contra Dios sino contra un hombre, y usted sino me equivoco, más allá de la sotana, es hombre.
        -Pero los pecados contra el hombre, son pecados contra Dios y…
        -Disculpe, los pecados contra el hombre son contra el hombre y los pecados contra Dios son contra Dios. No los ponga al mismo nivel.
        -Hija, debes comprender que tanto el hombre como la mujer son hijos de Dios, son su creación y pecar contra ellos es pecar contra Dios.
        -Más bien creo que si un hijo roba, va a la cárcel, no su padre. Pero también creo que si un hijo llora, el primero que debe correr a secar sus lágrimas debería ser su padre, o no?
        -Tienes razón hija mía, pero las leyes de Dios…
        -Permítame padre, porque ahora lo que menos necesito son sermones. Mejor no hablemos de leyes, pues me temo que ustedes son los primeros en desafiar las leyes terrenales cuando se ponen el disfraz de Dios y los primeros en desobedecer las leyes de Dios, cuando se sienten hombres. Ahora lo único que le pido, es que me escuche.
         -Dime
         -Me enamoré de un hombre casado, le robé su piel y la llené con mis caricias. Bebí la sangre de su corazón para que sus latidos solo vivieran en mí. Lo poseí hasta la extenuación de mi alma, entregué todo mi ser en esa pasión y toda la noche a sentirlo y consentirlo. Fue tan preciosa esa luna que jamás volveré a confiar en otros labios ni tragaré otra saliva que no sea la suya. Jamás esperamos que existiera el amanecer, jamás dudamos de que esa noche sería eterna, jamás hubo un sueño tan real y tan fantástico que dormir abrazados. Y en la extenuación por tanta entrega, cerró sus ojos, lo abrigué, lo besé y sin hacer ruido me levanté. Me dirigí a ese rincón, donde mi poesía cobra vida, donde las ceras arden con los sentimientos y las tintas escurren música de ángeles. Llegó la dulce inspiración, dibujé una ilusión, deletreé un deseo, tomé un trago de mi viejo whisky y empecé a sentir mi obra. Lo escribí entero en mi poesía, mientras mis ojos todavía disfrutaban  la calidez de su desnudez. Despacito y con mucho cuidado puse sus puntos y mis comas, sus rimas y mis tildes. Poco a poco fui enjaulando su distancia y poco a poco fui escribiendo la lejanía de otros brazos. Describí uno por uno cada gemido, cada caricia en mi cuerpo, cada una de las humedades que sentí y cada pecado que me hizo vivir. Pinté con mis colores su orgasmo, arranqué con mis puños su memoria y la volví a llenar con mi historia. Vigilé con mucho cuidado que cada uno de mis versos definiera su hermosura, su ternura, su vigor…Y cuando ví que toda la inspiración del universo era incapaz de retenerlo a mi lado, decidí terminar mi obra. Empecé el epílogo y cuando llegué al último verso, ese verso que da razón al título…Lo maté, lo asesiné, lo incineré y respiré sus cenizas hasta lo más hondo de mi ser, para que jamás saliera de mí. Fue hermoso, él seguía plácidamente dormido y jamás supo que mi poesía lo acababa de matar.
      No se incorporó, porque jamás estuvo arrodillada, solo sentada mirando de frente la represión de esa insólita rejilla. Se levantó.
     -Gracias por escucharme.
      Atónito el padre por lo que acababa de escuchar, no sabía si darle la absolución que nunca le pidió o si abrazarla, lo que pensó, podría ser peligroso. Optó por la vía fácil.
     -Adiós, vaya usted con Dios.
     Juntos salieron de aquel confesionario. Cruzaron una mirada. Él vió su escote y se sintió hombre, se pellizcó y pensó en aquel pobre finado de aquellas letras. Ella comprendió en su desahogo que el Amor que sintió estaba más allá del bien y del mal. Él se persigno con el primer santo que encontró y siguió el camino del fingido recogimiento, pues estaba seguro que desde algún rincón, seguramente el párroco lo estaba viendo.

      Ella, solo salió de aquella iglesia en busca de un hombre que la inspirara en su nueva poesía.


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