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jueves, 30 de marzo de 2017

EL DUELO...


              ……..Y entró el General a la cantina, pidió un tequila y quiso escuchar aquella canción. Pensó que nadie estaría dispuesto a acompañar su dolor, salvo una vieja y maltratada rockola y a su lado sentó sus gastados galones. Su quieta compañera, tocó y cantó, regresó el recuerdo y aquella traición hirvió otra vez en su sangre.
              Hombre barbado y siempre apuesto, General de tropas y bebedor de buena estirpe, frente amplia y piernas de a caballo. Conocedor como pocos de aquellas tierras y generoso valedor en sus dádivas. Ligero en sus dedos en el arte de matar y valiente por no saber llorar.
              Se encontraron en algún lugar de aquel viejo valle, donde los arroyos se alimentan solo de lluvia y los verdes pastos funden los ríos de lejanas nieves. Aquel bandolero, era su razón para morir, era su razón para poder llorar…Era su razón, para volver a dormir. Cinco años de inquieta espera, cinco años de arañada venganza…Cinco años sumido en la dulce alevosía de este momento. Porque aquel hombre cambió el nombre a sus montañas, se adueñó de su sierra, sustrajo ganado y cosechas, pero eso no le importaba…Aquel hombre le robó al amor de su vida y por eso debía morir.
              Mujer de baja alcurnia y elegante coqueteo. Siempre joven y bella, siempre hermosa y atenta. Aquella mujer jamás secó una lágrima al General pues no sabía llorar, jamás le negó una orden pues fue educada en la sumisión, jamás cambió su sazón pues el General era un hombre de principios y tradiciones y siempre lo perdonó pues era dueño de su corazón…Aquella mujer descubrió libertad en el bandolero, descubrió la vida forjada con trabajo y sudor, descubrió el desparpajo y la incomodidad, el dulce amanecer y el calor de unos brazos al anochecer…Aquella mujer abrió en él su alma y el bandolero la escribió.
               Y la dualidad penetró su carne y erizó sentimientos. Nunca consintió que alma y corazón se juntaran, hablaran, discutieran o discernieran. Nunca dejó que el corazón mostrara afecto por su alma ni que su alma abrigara su corazón. Les enseñó extrañezas para que no se conocieran, mutiló sus sueños para que no se entrelazaran y en su miedo ensordeció los latidos de su corazón y apagó las vibraciones de su alma. Corazón y alma vivían separados...Y así debía ser.
               El Sol firmó su ocaso y arreció frío el naciente invierno. La nevada montaña esperaba helada el desenlace de aquel desafío: Espalda con espalda y asintió el juez. Empezaron los pasos a contarse y aquella mujer corrió…Y sabiéndose en medio del camino, solo se detuvo y cerró los ojos. Tronaron dos disparos y cayó la mujer. La bala del General penetró en su corazón y la del bandolero en su cabeza. Se juntaron sangre y razón, amor y traición. Los dolientes solo cruzaron miradas y prometieron otro duelo. Ninguno corrió a darle su último abrazo. Ninguno se extrañó…Y habló la montaña. Tronó su bala y desprendió un gran alud que sepultó a los ahí presentes. Murió el General y también el bandolero. Aquella mujer se los había llevado.
               La nieve llenó el valle y en su deshielo se convirtió en un gran río, un río que por siempre separó aquel valle. A un lado viven los que solo tienen corazón y en el otro los que solo tienen alma. A un lado viven los enamorados que no atienden razones y en el otro algún que otro poeta, algún compulsivo escritor y el que ahora les escribe, que apagó su corazón para que no enloqueciera su alma.



               

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