Nos dejamos
lamer por el piano y cruzamos miradas en la profunda respiración de un viejo
saxo. La batería acariciaba quedita la melodía, acompañaba la guitarra con sus
bajos y gemía la trompeta, las pretensiones de una ardiente velada. Surgía esa
ronca voz que nacía del estómago y vibraba oscura, en aquella excelsa garganta.
Ambiente de
intensos humos y alcoholes desvanecidos suavemente en el dulce carmesí de un aliento. Manos
acercando regazos, dedos entrelazados en un relajado consentimiento, ojos
cerrados, torsos moviendo pulsaciones y cabezas difuminando acordes en un sutil
vaivén. Ritmo embelesado en pies y tacones, erotismo existencial en la desnudez de una
música ante el alma, cardiaco silencio
en las palabras de una mirada, pieles erizadas bajo sedas que no atrevían sus
ocultas transparencias, tras una mesa de jazz.
Media
oscuridad perfecta, miradas lanzadas, exhalación sentida, lengua acariciando labios,
dientes afilando deseo…¡Mensaje recibido!
-¡Camarero!... ¿Qué está bebiendo la dama, que está sentada en aquella
mesa?
Mis ojos
señalaron sentencia
-Whiskey en
las rocas, el mismo que usted está tomando.
Conexión,
pensé
-¡Hágame un
favor!, le puede decir, si sería tan amable de aceptar una copa de mi parte?
-Claro,
caballero, con mucho gusto… ¿Es hermosa verdad?
- Sí…¡Ah!
Por favor dígaselo con la elegancia que merece.
- No se preocupe
caballero, que para eso me pinto solo
Y pinté su
mano con una pequeña propina.
Mi ojo
fingió reojo y en él, examiné el protocolo encargado.
Todo bien,
intensificó su mirada en mí, mi reojo se volvió ojo y éste mirada. Consintió,
cerrando suavemente sus pestañas. Respiré profundo, penetrante enlace, solo
queda esperar…Seguía el saxo mostrando su orgullo, la trompeta enseñaba todo su
corazón y el bajo lo latía, la batería relamía caricias y el piano escribía
letra a letra el inicio de una requerida noche de pasión.
Intenté
mostrar indiferencia y dirigí la atención sobre aquella ronca voz. Identifiqué
una postura de experto en jazz y me pareció excesiva. Ella seguía sentada. Mi
reojo buscaba al camarero en busca de la esperada respuesta. Exclamé el clásico
¡Pss! ¡Pss! Y llegó un camarero, pero no era el indicado. Pregunté por el
indicado, pero solo recordé uniformados clones en aquella bendita oscuridad.
Mis
cigarrillos estaban agonizando y escondí mis ansias en el requerido ¡Pss!
¡Pss!. Llegó otro camarero e hice mi encargo. Mi reojo seguía trabajando y con
sorpresa ví como el camarero de mis cigarrillos era requerido por mi bella
dama…Seguí con atención escondida su caminar, fue a la barra y con los
cigarrillos en su mano estacionó su andar en aquella deseada mesa…Solo veía su
espalda hablar con mi deseada---Un minuto, dos...Y reinició su apresurado
viaje.
-Caballero sus cigarrillos.
Con la
inusitada habilidad que solo un buen camarero tiene, desnudó la caja y al
unísono asomó un cigarrillo de ella. Lo tomé y ví algo extraño: el cigarrillo
estaba escrito y decía “Ven a mi mesa”. Levanté la mirada entre la chispa del
impaciente encendedor, le hablé con mis ojos y asentí con mis pestañas. El
camarero supo qué hacer, retiró mi silla y amablemente me indicó la ruta a
seguir.
-Yo le
llevo su copa, caballero.
-Gracias.
Pinté
sus manos y fui al encuentro de mi noche. Pensaba que como habían cambiado las
cosas, a lo mejor me ví muy tímido, a lo mejor un poco imbécil o a lo mejor las
dos a la vez…Pero como quiera que fuera, ya estaba a mitad de mi trayecto y una
retirada me convertiría en idiota perdido y así me lo recordó un sutil exclamo
de trompeta.
Llegué
a su mesa y la química hablo, calló el piano por una vez y resurgió el bajo con
toda su fuerza. El saxo se volvió lento y sentí que el tiempo se había
estacionado en aquella mesa. En sus manos unos pequeños chocolates, sus dedos
abrieron mi boca y colocó dos en mi lengua. Acercó sus labios y con ternura
dejó que sus dientes los partieran cada uno en dos. Bocas pegadas, deseos
leídos, escote prolongado y eterna dulzura en sus ojos. Liberó sus manos y
acercó las mías, a un rincón bajo la mesa. Su aliento era miel y sus chocolates
lujuria. Sus dedos eran perversión cuando tocaron mi pecho entre los botones de
una elegante camisa…
…….Y
retumbó valiente el saxo en mi sien, cual exquisito y melódico trueno. Abrí los
ojos, todavía inmersos en aquel jazz, en aquella ilusión de un deseo. La miré…Todo
fue una ilusión… Ahí estaba , abstracta mirándome sin comprender.
Una
mano avisó mi espalda: Era el camarero.
-La
dama aceptó su invitación…Que muchas gracias.
Vencí
timideces, me levanté y fui hacia ella…Le ofrecí mi mano…
-Para
mi sería un verdadero placer, que me acompañara a disfrutar de esta exquisita
velada.
Asintió su mirada, retiré su silla, tomó mi mano y nos dirigimos a mi
mesa.
Esta
vez no encargaría unos cigarrillos, solo una cajita de tiernos chocolates, para
que los deshiciera en mi boca, en medio de una noche de jazz y pasión.