Escribiste
lágrimas en mi vida y no las pude borrar. Encerraste mi destino en tu laberinto
y el tiempo ganó a mi lucha frenética, entre el silencio de tanta enredadera. Y
cuando la salida estaba al alcance de mis ojos, escuché tu pensamiento: “ Todavía no me digas adiós, quédate a mi lado
y te hundiré más.”
La ilusión se
opacó en mi desdén, llegó la inseguridad y el entendimiento perdió la razón,
colapsó la palabra amor y respiré día a día tu compañía con un nudo en mi
estómago. La imaginación puso límite a mis sueños, perdí cordura y alimenté mis
noches en el alcohol, por el deseo de tu
cuerpo.
Dibujaste un
camino lleno de paisajes que se caían a cada paso. Controlaste cada movimiento
de mis anhelos, pisaste todas y cada una de mis amistades, absorbiste mi
energía y secaste el mar de mis
pasiones. Rasguñaste mis recuerdos, invadiste la intimidad de una historia que
no era tuya, robaste mi herencia…Y cuando pude abrir los ojos, no tenía nada.
Queda en mi
memoria tu “apoyo” al amanecer oliendo a café, cuando entre nervios e inocencia
te ofrecía un sueño y me decías “no puedes”. Queda en tu legado las noches de
negra luna cuando tu almohada dormía vacía entre mis brazos y queda en mi
resentimiento las voces de nuestros hijos cuando preguntaban ¿Cuándo llegará
mamá?
Y ahora soy
yo quien te digo: “Todavía no me digas adiós, pero sal de mi lado, pues no quiero ser clavo en la madera de tu
ataúd”. Cuídate.
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