Empecé a escribir como diablo, el viento
perseguía mis letras y el tiempo no alcanzaba a comprender. Sentía como las
rimas querían alcanzar algo, una tras otra brincaban entre mis dedos,
susurraban deprisa entre ellas y ni siquiera mis tildes alcanzaban a
someterlas. Era como un vagón de tren lleno de sentimientos en caída libre, sin
una locomotora que lo guiara. Los paisajes vivían rápido y el cielo cambiaba
día por noche en un suspiro. El espacio
se hizo uno y ni la respiración lograba expandir un gramo de su peso, el
universo caía como sombra sobre mis pestañas y solo el deseo abría mis ojos.
Pero alguien estaba en mis manos, alguien que quería vivir en mi…Alguien que me
amaba.
Era
ella, tan bonita como una estrella recién nacida, tan frágil como la tersura de
un pétalo de rosa, tan limpia como el espejo de mi mar y tan sana como la
dulzura del cielo. Era ella quien apresuraba mi vida, quien en cada una de sus
sonrisas me vestía de sedas y motivos, quien en cada una de sus miradas me
decía “hazme tuyo”, quien cada noche estremecía mi alma, absorbía mi corazón,
penetraba en la mente de lo imposible y bailaba loca y erótica entre las tintas
de mis dedos.
Era
ella. Sentí que era ella quien apresuraba mi destino, la que explicaba cada uno
de mis “solos” besos, la que gemía en mi silencio y la que de vez en cuando,
arrancaba una sonrisa en las comisuras de mis labios. Era ella, a veces seria,
a veces pervertida, a veces enfadada y siempre nostálgica. Era ella la que un
día le dio razón a mi vida, porque en el desamor, en ella me refugié, en mi
tristeza acepté el regalo de su blanco espíritu y en mi soledad la abracé tan fuerte que el trueno enmudeció.
Y ese
día, en ese vagón de mi vida, erizó su piel, entraron en trance mis lágrimas,
su alma expandió tanta luz que mi corazón dejó de latir. Sus ojos no dejaban de
mirarme, sus entreabiertos labios no soltaban aliento y su aurea se impregnaba
de blanco y violeta. Su ternura quería tocar mis manos, pero el absurdo pensamiento preñaba barreras,
la oscuridad de las letras bloqueaban su hermoso final, hasta que el tiempo
decidió no esperar. Y fue entonces que embraveció mi mar y me llenó de coraje,
la Luna embistió mi alma y me regaló su sensibilidad, el cielo me prestó su
azul y me dio seducción, el viento me movió y me dio contorsión, el fuego de
las estrellas me dieron calor y en él llegó el dulce erotismo, la imaginación y
la inspiración. Corrí más rápido que aquel vagón y escribí un sueño, despacito
y letra por letra lo tatué en ella, poco a poco la sentí respirar, la vi
hermosa y otra vez a mi lado…Era ella, mi poesía.
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